No conozco la crítica literaria que se ejerce en otros países, pero la que conozco de España no me gusta. Sin embargo, la creo necesaria porque su falta iría en claro detrimento de la existencia y de la expansión de la propia creación literaria. Para cualquier libro supone poner una pica en Flandes el hecho de que se le dediquen unas líneas firmadas en alguno de los suplementos literarios más extendidos. Ni todos merecen el bombo que se les da, ni todos son exactamente los que allí aparecen. Hay motivos comerciales, de amistad, de compadreo, de proximidad, de oportunidad y hasta de pura casualidad que explican la presencia o la ausencia de unos textos o de otros.
En realidad, suele existir una cierta guerra solapada entre el creador y el crítico basada, creo, en el hecho de que el crítico se permite clasificar y condenar o salvar un material del que no ha sido ni primer muñidor ni su mejor conocedor.
¿Qué es lo que realmente puede ofrecer un crítico de una obra? No poco pero no demsiado: Tal vez esto: a) Convencer al lector para que se acerque a una obra que antes no conocía; b) Mostrar el resumen de una lectura crítica pero desde la buena voluntad; c) Mostrar la relación de esta obra con otras del mismo período, de otras épocas, y con otras del mismo o diferente tipo; d) Hincarle el diente al proceso de elaboración de esa obra; e) Relacionar las ideas de esa obra con las que sustentan a la sociedad en la que ha sido creada. Y tal vez nada más que no es poco.
Suele haber dos tipos de críticos, los que hacen más hincapié en los elementos estrictamente filológicos y los que gastan más esfuerzos en indagar en las ideas que conforman o que suscita la obra. Los primeros parecerían más formalistas y como con menos ideas en su cabeza; los segundos, por el contrario, se afirmarían en el desarrollo de los contenidos, en sus implicaciones externas y en aminorar los elementos más típicamente lingüísticos.
Yo no veo demasiado ni de lo uno ni de lo otro. Las críticas que leo apenas sobrepasan los límites de un resumen y de una nota valorativa final. Ya sé que cuentan los espacios y que a la venta le interesa más la imagen que la palabra, pero el resultado me parece muy pobre. Lo ideal sería que la crítica mezclara equilibradamente elementos formales con criterios de ideas (y a mí me gustaría que, si hay que pasarse por algún lado, el crítico se pasara por este último), que se esforzara humildemente en hacer oflorar sugerencias de la propia obra: para lo demás está el texto original y la capacidad del lector. Y no estaría de más que el crítico empezara por reconocer que, normalmente, el autor sabe del texto más que él, aunque solo sea por las vueltas que le ha tenido que dar para ponerlo en pie. Digo casi siempre, no siempre, claro. Recuerdo una crítica de un texto mío en la que el autor de la misma si demostraba algo era un total desconocimiento hasta del tenor literal del mismo, no digo ya de sus posibles implicaciones y valores. Vamos, que el crítico tiene que cultivar un poquito más la humildad, lo mismo que el autor entender que, una vez creado el texto, este empieza a tener paternidades por todas partes.
Y, llegados a este punto, ¿qué hacemos con la crítica? Respetarla porque en ella va buena parte de la salud de la creación; situarla en su sitio: siempre por debajo de la creación; y alimentarla y creerla desde la solvencia del crítico individual. Como el boca a boca creo que no hay nada. La confianza que me puede dar una persona en cuya capacidad confío nunca me la va a ofrecer el artículo del más "solvente" crítico oficial. Claro que, para eso, tiene que haber personas que lean y que lo hagan críticamente. ¿Dónde están?
sábado, 27 de octubre de 2007
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