Pero cacho mamón, ¿cómome has hecho esto?, Juan Martín, John Martin, Juan, Juanito, Juanitín, Juan el de London. Esto no se hace a quien te quiere bien. También tú te me has muerto en esas tierras húmedas de Londres. ¿Pero no habíamos quedado en que nos faltaban muchas cosas por hacer? ¿O es que no lo recuerdas? En aquellos paseos junto al Támesis, por aquellos jardines con ardillas, junto a toda la historia de esa ciudad inmensa. O aquí, cenando juntos, paseando sin prisa por los estrechos carriles de nuestro parque. Esto no se me hace de esta manera. ¿Qué vas a hacer ahora con aquellos paseos programados junto al Mediterráneo? !Pero si te faltaban solo unos meses para tener todo el tiempo del mundo! !Y vas y los desprecias y no diceS adiós! Estas no son formas.
Sé que te estoy hablando y tú me escuchas desde tu posición horizontal de un frigorífico, solo, solitario, enmudecido y frío. Hasta ahí has ido en un recorrido que te veló la luz vete a saber de qué forma, y te quitó el sentido, espero que con buenos modales y sin ensañamientos. Y es que también tú te nos has muerto como del rayo y nos has dejado huérfanos para muchas cosas, para las atenciones en santos y cumpleaños, para las visitas y los ratos de charla (coño, Juanito, si no levantabas ni el palmo ni la voz y había que andar con el oído al loro contigo, ¿cómo no te vamos a echar de menos?), para entender qué hermoso es el valor de la amistad, para hacer presentes siempre a los amigos comunes, para arreglar el mundo, para sentir que nada es demasiado importante pero todo merece la pena, para poner en duda la supremaciá entre el amor y la amistad, para hacer bocetos y resúmenes de la historia de nuestro pueblo, para ilusionarnos con los años que nos quedaban y que tú ya veías próximos, para...
¿Por qué el gran hacedor de los cojones no nos ha permitido una última comida en la que despedirnos, bebernos un buen brandy de ese que te gustaba -escogido, que eres un escogido-, sentarnos un buen rato en mi terraza, o en tu casa de Arroyo, o en la de Jesús o en la de Antonio, que tanto monta, echarnos unas risas, con Sinda de anfitriona y Mercedes y Nena siempre atentas a todo? ¿Por qué ni un mal aviso de esos que te ponen en guardia, y no que, a la de tres, hala, hasta el otro barrio, como si esto se pudiera cumplir sin ninguna explicación?
Juanito, amigo, hermano, la vida es una línea punteada de horas que lleva sin remedio hacia la nada. Pero la nada implica el reino del olvido. Y en este reina el tiempo pero también nosotros. No puedo abrir la puerta de ese frigorífico en el que ahora reposas, pero escúchame bien, amigo Juan, te mando un abrazo muy denso y muy extenso. Se me muere un amigo, caulquier otro día la muerte se acordará de nosotros, de mí también, y nos iremos todos al limbo del recuerdo. Aguárdanos sereno. Para entonces seguiremos charlando lentamente, al son de tu certeza y de tu amparo. "Que tenemos que hablar de muchas cosas, / compañero del alma, compañero".
Pensaré mucho en ti, te lo prometo, pero tú no me olvides, amigo, compañero.
sábado, 20 de octubre de 2007
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6 comentarios:
A Juan, con quien tanto queríamos
Se nos ha muerto Juan. Se nos murió ayer al caer la noche sobre el mar de la playa que tanto amaba, aunque todavía hoy no sepamos cuántas horas llevaba ya sin aliento. A todos nosotros se nos murió ayer con el crepúsculo, cuando Carmen, su querida hermana, su admirada Carmen, me dejó oír al teléfono su voz, que más bien era un susurro, el sonido sordo del dolor de dos corazones rotos – su otra hermana, Isabel, en silencio a su lado.
Juan, Juan Martín, Juan El de Londres, como te llamaban mis padres y todos mis hermanos: algo de mí se me ha muerto también por dentro, pero qué cerca te siento. ¡Qué de recuerdos! desde aquella primera vez en que Jesús nos presentó, -tú soldadito español, yo con mi libertad recién estrenada, hasta hoy 37 años después. Cómo se pasa la vida, como se viene la muerte, tan callando.
Da la casualidad de que ayer, mientras tú estabas muerto de frío en una cámara helada –¡y nosotros sin saberlo!– Antonio y Mercedes, y Jesús y yo, comíamos pescaítos en Torremolinos mientras hablábamos de ti y de vuestro próximo viaje a Escocia.
¡Qué alegría tan grande cuando llamaste la semana pasada para decirnos que por fin dejabas Londres, que volvías -para siempre- en primavera!
¡Qué jubilación tan larga te esperaba con nosotros! ¡Cuántas caminatas íbamos a hacer contigo! ¡Qué subidas a Gibralfaro!¡Qué perra la muerte!
Por primera vez no nos acompañas en el sentimiento.
¡Cuántos libros has dejado inacabados, con Jesús! Bien pronto lo dejas huérfano de amigo-hermano. Lo mismo que a los Antonios, el Gutiérrez y el Merino. Cuatro bejaranos unidos desde la niñez y para siempre. Paradigma de amistad.
¡Cuántas sopas de marisco me dejas por hacer! ¿Quién será a partir de ahora mi maestro de cocina?
Las mejores salsas, los buenos platos, lo aprendí de ti.
El gusto por el buen vino te lo debo a ti, John. ¿Te acuerdas de la bronca que me cayó en Salamanca, hace ahora 36 años, por querer añadir gaseosa a una copa de reserva de Rioja? Todavía recuerdo tu mirada y tus palabras de anfitrión "No puedes hacerme esto a mí". Hoy, 36 años después, en casa, en tu Arroyo y el nuestro, con Antonio y Mercedes, con David, con Andrés y con Leticia, hemos levantado nuestras copas en tu memoria, te hemos recordado, igual que seguiremos haciéndolo mientras caminemos –sin saber hasta cuándo ni hacia dónde– sin ti. Creo que hasta Pipo va a extrañarte, ya sabes cómo olisqueaba el aire antes de verte, presintiendo tu llegada.
También te hemos llorado al final de la tarde leyendo lo que el otro Antonio, el de Nena (él sí que es un gran mamón), ha escrito por ti, para ti, en su blog ¡qué palabro!; no sé si tú llegaste a saber que tiene uno propio, – yo acabo de enterarme – y que él, que siempre se las dio de humilde y de austero, gasta ahora literatura de la cara, de la que llega adentro. Seguro que te habría encantado lo que te ha escrito.
Hasta siempre, querido Juan. Seguiremos brindando por ti.
Un abrazo grande, que nos abarque y nos una a los siete.
Sinda
Tus palabras, amiga Sinda, son resumen de las de todos nosotros, de las de todos sus amigos. Yo también levanto mi copa en su honor desde la distancia. Algún día habrá que hacerlo en la proximidad. También a mí tus palabras me dejan encogido. Un abrazo.
Antonio G. T.
A vosotros, dioses, os lo pido: ¡Vale ya, que rebosa y no cabe más dolor en este corazón mío! ¿Qué pecado tan horrible he cometido para que, en cinco días, tan solo en cinco días, me hayáis hecho esta doble putada?. Me separáis primero de mi madre, mi primer aliento, mi raíz, el alma de mis días, y, a renglón seguido, sin dar tiempo a reponerme de la pena, os lleváis a Juan, el amigo de siempre, el hermano.
Siete u ocho años teníamos –he cumplido ya sesenta- cuando nos conocimos en aquella clase de Don Agustín, la Primera Elemental, en los Salesianos de Béjar. Allí comenzó a fraguarse nuestra amistad que fue creciendo con el tiempo, a pesar de que, pronto, se interpuso la distancia entre nosotros. Dio igual. Juan la fue alimentando día a día allá donde estuviera. ¡Cuántas veces hemos tenido que reconocer los otros tres amigos, Antonio, Jesús y yo mismo, estar en falta con él!.
Juan Mártin -así, con tilde en la a-, si tú no nos fallaste nunca, ¿por qué nos has fallado ahora?. ¿Por qué te vas sin decir nada, tan en silencio?. Pensándolo bien, ¿por qué nos extraña?. Juan, tú eras silencio, callada presencia a veces. Nunca ponías pegas. Nada te molestaba, sólo que te diéramos las gracias por las muchas cosas que hacías por nosotros. “A los amigos nunca hay que darle las gracias”, decías. Has sido amigo fiel y casi padre para nuestros hijos. En casa, no eras Juan; eras nuestro Juan. En todos has dejado tu poso de bondad y ese amargor de tu inesperada despedida. Hasta Jorge, mi nieto, tercera generación ya, te recuerda por tus hechos. Cuando esta misma mañana le hablé por teléfono de tu muerte, me preguntaba: “¿qué Juan, el que me trajo las monedas de Londres para mi colección?”. Y se quedó en silencio.
Londres. No paraste hasta lograr vencer mis miedos a volar y que fuéramos allí a verte. Lo recordábamos este junio último, cuando nos vimos por tu santo en el Arroyo. ¡Qué anfitrión tan extraordinario! Nos salió todo redondo. Nunca un viaje nos causó un placer interior mayor. Nunca nadie, antes, nos había dedicado todo su tiempo, aunque tuvieras que esperar pacientemente, a veces tú mismo la invitabas, a que Mercedes hiciera sus compras en algunos almacenes de esos famosos. ¿Recuerdas que en esos mismos días proyectamos un nuevo viaje, esta vez a Escocia, para mayo?. Acaso lo olvidaste; si no, estoy seguro de que habrías aguantado hasta entonces sin marcharte. ¿Cómo hacerlo ahora, si tú ya no nos guías?.
Es muy posible, Juan, que no llegaras a enterarte de la muerte de mi madre. Pocos días antes nos habías llamado interesándote por su enfermedad y nos anunciaste tu jubilación para el próximo abril. ¡Qué bien!, pensábamos. Volverías definitivamente a Málaga y, en muy poco tiempo, nos encontraríamos de nuevo allí tres de los cuatro amigos de siempre, y habíamos hecho propósito de convencer a Antonio y Nena, los más apegados a Béjar, para unirse al grupo en cuanto se jubilaran. Lástima que has roto los planes.
No sé cuantos favores te deberé ya, amigo del alma, pero este es muy especial, el último: Yo no sé qué hay después de la muerte y no sé dónde van nuestras almas. Mira a ver si en tu viaje encuentras a Paula, mi madre, que partió poco antes que tú. Búscala, por favor, llévala con mi padre, llévala de tu mano, ya es mayor, está torpe y nunca ha ido sola, que a ti te sobra experiencia. Dile, Juan, si la ves, que todos la echamos de menos, que es mucho el vacío que deja; y dale un abrazo, un abrazo largo, un abrazo fuerte, hasta que algún día, al fin, podamos de nuevo encontrarnos.
Juan, coño, que nos has dejado a todos muy tocados. Ya ves como están Antonio y Sinda. Están igual Jesús, Nena y Mercedes. Como para ellos, serás siempre mi amigo, mi hermano.
No sé si me meto en conversaciones privadas entre amigos. Creo que este Juan Martín al que os referís debe ser el mismo que hace unos años seguía mis andanzas por Internet en temas astronómicos desde Inglaterra. Cruzamos algunos e-mail que, desgraciadamente, se perderían en alguno de mis múltiples desastres informáticos.
Como sois amigos deciros que lo siento, me parecía una persona con la cabeza excelentemente amueblada.
Recuerdo a Juan como un amigo que siempre estaba ahi,siempre estaba para mi...Juan se convirtio en un amigo...no un amigo de mis padres...las veces que estuve en Londres...sin ninguna pega me acogio,me enseño,me llevo,me trajo...
Juan y yo hablabamos bastante...si si,bastante..por mail...en nuestros cumpleaños,en navidades..."Vente a Londres que por fin me jubilo"-me decia-,nose si tendre fuerzas para volver alli sabiendo que no estara alli esperandome...por supuesto,el dia 2 de octubre cuando me desperte y mire mi correo,ahi estaba,fiel a sus principios ya ingleses,su felicitación de cumpleaños....no le contesté....pero le respondere...se que lo leera allá donde este...y espero que me perdone por ello.
Te echare de menos...nos veremos algun dia...lo se...
Hasta la vista Juan.
QUIERO UNIRME A VUESTRO ABRAZO INFINITO....CON JUAN Y CON TODOS, FAMILIA Y AMIGOS.
FUE ISA, SU HERMANA, QUIEN NOS LO CONFIRMÓ POR TELEFONO...SI,muerto, SONIDO SORDO DE DOLOR Y UN PEDAZO DE RECUERDO ETERNO DE BÉJAR EN LONDRES, DE LONDRES EN BÉJAR...
hasta siempre juan...en susurros, en letra pequeña, como mínima despedida.
Gel
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