Me llama mi cuñado Francisco un poco alterado y me anima a que vea por televisión el espectáculo que han montado, en la Plaza de San Pedro, con la beatificación de casi 500 asesinados en la llamada Guerra (In)Civil. Tenía pensado pasarme por esas imágenes algunos minutos pero, al final, me detuve hasta el final.
Que los católicos ensalcen, con el beaterio o con la santidad, a los que consideran sus héroes no tendría que tener nada de especial y parece lo normal. El análisis quizás tiene que venir de la consideración acerca de si esos héroes lo son también para los demás, y qué caso tienen los otros que hacer a estas manifestaciones.
Una muerte no se justifica con nada, ni estas ni ninguna. Alzarse en armas contra la legalidad establecida para montar una guerra que iba a acarrear centenares de miles de muertes se justifica mucho menos y es sencillamente una salvajada indescriptible. Mi condena a los que quitaron la vida a estas personas es total y sin paños calientes exculpatorios. Mi condena a los que, desde el otro bando, asesinaron a miles y miles de personas en condiciones y en tiempos menos convulsos, también cuando oficialmente había terminado la guerra, también es total y absoluta. Matar en nombre de cualquier idea es deshumanizarse y ninguna idea vale una vida. Ninguna. Cuidado: NI LA DEL MARTIRIO.
Por lo demás, hay toda una cadena de ideas que no me encajan. ¿Cómo y quién ha incoado esos expedientes y los ha terminado sancionando? En la justicia civil esos jueces serían todos recusados por parciales, todos. Vaya unos tribunales que son jueces y parte. ¿Qué es eso de que fueron asesinados no por ideas políticas sino por defender una fe? ¿Es que defender una fe no es una manera de entender la polis y las relaciones humanas? ¿Pero por qué, de nuevo, degradan la política y la sociedad, siempre desde posturas de poder? ¿Los miles y miles de "republicanos" que murieron asesinados no lo hicieron defendiendo su propia fe en unas ideas republicanas? ¿Pero por qué insultan el sentido común y la alfabetización? ¿Por qué estos se merecen los altares y las adoraciones y los otros no se merecen ni siquiera una digna sepultura y el reconocimiento físico y amoroso ni de sus propios familiares? ¿Por qué unos van a los altares y otros siguen en las cunetas? ¿Por qué estos pueden tener un proceso público de reconocimiento y de alabanza y a los otros hay que buscarlos como a escondidas? ¿Acaso no se dan cuenta de que estos han tenido setenta años de luz y taquígrafos y los otros republicanos no han tenido más que sombra y tinieblas, desprecio y olvido? ¿No son estos del botellón místico en Roma los que se llevan las manos a la cabeza cuando se habla de la Ley de la Memoria Histórica? ¿No son estos los que fomentan las dos españas?
En el acto litúrgico leyeron la parábola del fariseo y el publicano. Pintiparada. Venía al pelo. Pero yo veía en ellos a los fariseos, pagados de sí mismos, engreídos, por encima de los demás, en una ceremonia que ellos dicen de perdón pero en la que no dejan participar a los demás, que fueron muchos más y murieron en las mismas condiciones.
Copio el testimonio final de un asesinado que no ha sido elevado a los altares ni en Roma ni en ningún otro sitio. El testimonio lo recoge el escritor bejarano José Luis Majada Neila. Es una carta de Adolfo Izcaray, con un mechón de pelo adherido a la misma: "Capilla, noche jueves, 31.12.1936. Queridísimo padre: Este nombre que es un consuelo en mis últimos momentos suena tan bien, que no puedo por menos de estamparlo como último recuerdo del ser que me engendró para morir de una manera tan fatídica. Por última vez, querido padre, le pido en esta carta, que va regada con mis lágrimas, que no olvide a mi pobrecita y desgraciada madre. No la deje pasar privaciones. Piense que no las merece ni las ha merecido nunca. Siempre tan buena, tan abnegada y tan generosa, tan amante de sus hijos y, sobre todo, tan sensible. !Pobrecita! !Cuánto sufrirá! !Qué golpe tan terrible para ella! Nunca se le borrará mi imagen de su memoria. Y no proseguiré insistiendo en una cosa que tengo tan segura. No tengo más que despedirme por última vez, deseándole mucha felicidad, si es que le es posible. Adiós, querido padre. Adolfo."
Para qué seguir haciendo comentarios.
domingo, 28 de octubre de 2007
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2 comentarios:
Querido Antonio. Con el nudo en la garganta que no consigo tragar desde esta mañana (ya sabes dónde estuve y ahora sabrás por qué)y las lágrimas que acabas de poner en mis ojos, te cuento una "fruslería" más de esa guerra que no sé como llamarla. Unos chicos de 12 y 15 años, fueron a llevar la comida a su padre a la cárcel como todos los días y el carcelero les dijo que se la podían llevar para casa porque a ese preso le habían matado por la mañana. (fue algo más dramático, pero te lo resumo). Lo de las beatificaciones, sin comentarios.
Te felicito. Tus palabras me resultan muy con-sentidas.
Jesús Majada
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