Nos convoca la lluvia en su salmodia,
al cobijo menudo de sus gotas
que anegan los caminos y diluyen
las huellas que mis pies dejan en ellos.
Hay castaños desnudos y esqueléticos
aún, por el efecto del invierno,
pero florecen ya a la luz los prunos,
se adornan los almendros, las mimosas
se visten, pudorosas, con luces de papel.
Llueve con una mansedumbre silenciosa,
como dando sus ecos a este oído
que aguarda vuestros pasos,
invadidos también por la pasión del agua.
¿No recordáis los días
de la eterna pereza en los caminos,
donde el tiempo cesaba en su existencia
y se espaciaba el suelo en la tormenta?
Eran piña las manos, vuestras manos,
que araban cada surco de la tarde
juntas, en un empeño de relámpago.
Retorna con dulzura la esencia de las sombras,
mi cuerpo se desnuda y echa ramas
de lluvia y de recuerdos
(¿no lo veis cómo crece y se hace líquido?),
y ando y ando por todos los caminos
mientras el agua anula mis pisadas,
y espero vivamente vuestras huellas
para sumar la alquimia del pasado.
Convoco vuestro cuerpo para siempre
bajo esta calma lluvia que se duerme
flotando entre la niebla, leve y densa,
en medio del silencio, salmodiando
ese tenue sonido que se niega
a perderse en el viento, con la pena
de ver que hay sensaciones que la lluvia
tampoco ha conseguido convocar.
martes, 8 de marzo de 2011
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1 comentario:
Buenas noches, profesor Gutiérrez Turrión:
No sé si les habrá convocado la lluvia o no, pero sí que le ha inspirado -a usted- unos bellos versos preprimaverales.
Hoy mi nieta ha cumplido cuatro años, y -ella- se ha encargado de convocarnos para su día feliz.
Saludos.
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