lunes, 7 de marzo de 2011

LO DE LOS CIENTO DIEZ

No tengo mucho tiempo de echarme a la carretera. Y eso que viene el buen tiempo y algo habrá que hacer en los ratos que queden libres. Lo cierto es que, cuando lo hago, camino sobre todo de Ávila, en un viaje que no me cansa porque me aguarda mi familia, noto cómo el depósito de gasolina de mi coche o aumenta o los litros encogen porque me cuesta cada vez más dinero.

El caso es que anda todo el mundo con el asunto de la reducción de velocidad en las autovías, como algo en lo que nos fuera la vida. Algunas notas breves se me ocurren.

La primera es la comprobación de que, en este país, todo el mundo se convierte en técnico de cualquier cosa en escasos momentos. Yo no puedo deducir nada diferente a la vista de las opiniones que escucho por todas partes y a todo el mundo. Salvo que lo que se busque sea el linchamiento indiscriminado y sin argumentación de quien haya dictado la norma. Sería cosa mala porque eso colocaría a los calumniadores en el nivel de los mal nacidos y de los sinvergüenzas. Tampoco doy por sabios a los ministeriales; solo exijo prudencia y argumentos, no tiro al plato.

La segunda la tendré que comprobar, pero ya la puedo prever (se escribe así: PREVER, no preveer. ¿Lo leerá y lo aprenderá alguien?). Si ahora me adelanta todo el mundo por la carretera, ¿qué va a suceder a partir de ahora?

La tercera es la de alentar a que se discuta todo lo que haya que discutir y hasta algo más, pero procurando ver el bosque y no solo el árbol, que ya llega la primavera, coño, y es bueno estar alfabetizado para tomar el sol a gusto. Quiero decir que es bueno, como se hace en cualquier comentario de texto que se precie, entender lo que se nos dice, pero, sobre todo, lo que se nos quiere decir. O sea, que quiero decir -hoy quiero decir muchas cosas, o al menos muchas veces- que lo importante es lo que pueda simbolizar esta norma. Y se me ocurren al menos dos niveles importantes, muy importantes. Son estos:

a) La bondad o la maldad de prohibir o de reglamentar. ¿Hasta dónde hay que llegar con la normativa en nuestras sociedades? Recuérdense, al respecto, un par de cosas: I) La reglamentación no puede abarcar toda la realidad; la realidad es siempre mucho más rica y variada. II) Los poderosos siempre se agarran a la norma porque tienen medios para forzarla y para que se interprete según sus conveniencias. Por ahí se puede tirar mucho del hilo.

b) ¿Se puede tener en cuenta nuestra dependencia del petróleo y los derroches de nuestras sociedades que derivan del uso de los carburantes? ¿Alguien quiere levantar la mirada y ver algo más lejos que el cuentakilómetros de su coche? ¿Para qué los coches de altas gamas y potencias si no pueden desarrollar sus potencialidades? Todo un modelo de vida.

Por aquí, y por caminos similares, nos podríamos tal vez encontrar. De otra manera, resulta muy difícil. Tan difícil como que yo adelante a los conductores en la carretera. Y tan fácil como que ellos me adelanten a mí.

Mientras tanto, como siempre -aludo a un chiste de Forges de hoy mismo-, “¿Tú qué opinas de lo de los 110… Directivos del IBEX 35 que cobran más de 2 millones de euros al año?”

Pues eso.

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