Casi a diario recibo en mi correo invitaciones para participar en esa extraña realidad que se llama Facebook. Es algo que me supera y que se me resiste hasta el momento.
Creo que, en el fondo, esta nueva realidad conforma de verdad una realidad distinta e inédita. Aparentemente me resulta difícil encontrarle inconvenientes; mucho menos si recuerdo que proclamo con mucha frecuencia que una de mis escasas máximas es aquella de que “solo quiero querer y que me quieran”. Este canal participativo abre la posibilidad de contactos múltiples y casi instantáneos, nos pone al alcance de la mano detalles de la vida de los demás y, si sabemos seguir la serie, seguro que nos descubre la realidad más honda de los que en él se expresan.
¿Por qué, pues, mis reticencias? Pues porque Facebook se escapa de la realidad física, porque en ella todo es virtual e imaginado y porque todo se trivializa y se hace pormenor e insignificancia. Sigo necesitando para mi amistad la presencia física, la palabra sonora y audible, la satisfacción de ver y de medir las dimensiones de quien me acompaña, la posibilidad de tocar con mis dedos la materia que me limita y el placer de compartir los sentimientos, las proximidades y las desavenencias que se generen.
Recuerdo al menos una ocasión en la que escribí un poema con la idea central de la invitación a que me dejaran solo, a pedir mi espacio de libertad individual, a loar la soledad querida como una de las mejores formas de vida.
Para conocer el interior de una persona prefiero la charla lenta, los escritos reposados, las ideas elaboradas y el sosiego de la reflexión a las prisas de lo inmediato y lo cuarteado de lo instantáneo. No sé si tres palabras impulsivas pueden sustituir a una mirada o a una charla serena, a una página duradera o a una reflexión tranquila.
Tal vez ese medio llamado Facebook venga a representar otra manera de cuartear la realidad, de fragmentar el paso de los días, la disolución de los principios y la inseguridad en la que el ser más moderno acaso ande embarcado. Casi todo semeja ya fogonazo, chispa y simulación.
No querría renegar de ningún medio moderno; solo constato que no he entrado en sus dominios por ahora y advierto –me advierto- de algunos peligros evidentes que veo en su uso poco controlado. Vivimos en el mundo de la imagen y de la publicidad. No sé cuánto hay en él de banalización; sospecho que mucho.
martes, 22 de marzo de 2011
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