jueves, 17 de marzo de 2011

MIRA POR DÓNDE

Cada día me levanto con un tiempo pendiente que me llena los ojos de imágenes, y de conceptos que presumiblemente ordenan todas esas imágenes y les dan algún sentido. Enseguida me topo con algunos hechos que también me aguardan para que los lleve a cabo. Hay veces que incluso esas ideas me asaltan antes de poner pie en el suelo y empezar mi racioncita de gimnasia. En definitiva, que vivo entre hechos e ideas y ordeno mis días sin saber muy bien cómo tengo que jerarquizar los hechos y los pensamientos.

Me resulta evidente que no hay sino dos formas de ordenar el pensamiento y la vida, una que parte de los hechos y, desde ellos, intenta descubrir qué principios los ordenan, y otra que se afana en dar claridad a algunos principios buscando su realización en los hechos de cada día. Es lo que, en términos técnicos, se denomina la inducción y la deducción. No creo que nada se pueda ordenar si no es en una de estas dos direcciones. De la mezcla de ambas se extrae un batiburrillo extrañísimo que me permite estar en pie y caerme, levantarme y verme de nuevo en el suelo a cada momento. Y, además, ambos métodos sirven para los sucesos y pensamientos más leves y para las actuaciones o elucubraciones más abstrusas.

Sin embargo, creo que partir de una o empezar desde otra nos da un modelo de vida diferente. Si me imagino un tejido de pensamiento o de actuaciones que tenga que ver con el amor, por ejemplo, no parece que sea lo mismo que primero especule acerca de lo que sea conceptual o filosóficamente el amor y luego indague en sus concreciones, o que en primer lugar me anegue de las realizaciones concretas que mis sentidos puedan captar de hechos concretos amorosos, en positivo o en negativo, y que, a partir de ellos, extraiga mis conclusiones teóricas.

La prevalencia de un método o de otro me serviría para cualquier otro campo vital.

Reconozco que a veces me asaltan ideas antes de levantarme, pero lo que de verdad me gana por la mano es lo que mis sentidos observan en cuanto se ponen a mirar, a oler y a tocar. Es entonces cuando la vida me apabulla y me incita a pensar que esto es así o de la otra manera, que acaso haya principios en un sentido o en otro, que tal vez la organización mental de una sociedad sea mejor o peor; en fin que, desde los hechos, me puedo alzar a las ideas. Quiero decir que parece anterior en asunto inductivo que el deductivo.

Sostengo, además, que la inducción nos ocupa a todos, mientras que la deducción es “negocio de particular juicio” como decía el clásico. Creo que tengo el privilegio de al menos intentar alzarme a la búsqueda de las ideas aunque no las consiga con mucha frecuencia y me quede en el camino y en la desesperanza tantas veces.

Si consiguiéramos que todos los elementos que componen una sociedad tuvieran la oportunidad y la capacidad de alzarse al razonamiento y todos pudiéramos caminar en ida y vuelta por la inducción y por la deducción, seguro que habríamos conseguido un ambiente más comprensivo, más tolerante, más culto y menos egoísta.

El camino es la educación y la escala de valores. No sé si todos estamos empeñados en ellos. Tengo dudas muy fuertes.

Me voy a los hechos que me reclaman. Quiero sacar de ellos algún principio que me los ordene y que me ayude a explicarme por qué los realizo. Quiero también notar que los principios escasos que poseo tienen un cumplimiento razonado y razonable en lo que voy a hacer. Hoy también.

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