Paseaba contento el sábado pasado por las sendas que van de Hervás pueblo hasta una pequeña presa que asegura saciar la sed durante el verano a esa hermosa población tan hacendosa. Lo hacía en compañía de dos amigos, Marta y Jesús. Marta aprovecha cada fin de semana que la obligan sus clases de inglés a hacer parada en Béjar para salir con nosotros a disfrutar del campo. Se nota su contento y su satisfacción en la naturaleza; como creo que se nos nota a nosotros.
El caso es que caminábamos entre los brotes ya adolescentes de los árboles más atrevidos y entre las flores de los cerezos que llenaban de blancura las honduras del valle. Y, como siempre, arreglábamos el mundo y sus desdichas desde nuestras palabras impulsivas.
Hoy tocaban los caminos de la enseñanza (nos tira la profesión) y esos extraños mundos que nos crean los medios de comunicación. A unos se nos iba más la tensión en proclamar la influencia de los medios externos y a otros en afirmar que es la fuerza individual de la persona la que termina decidiendo en casi todo. O sea, como casi siempre.
Supongo que todos tenemos razón, un poco de razón. Yo procuro inclinarme siempre del lado de los que, sin querer resignarse, admiten que todo lo que viene de fuera, sobre todo desde los medios de masas, configura las determinaciones en las comunidades y determina las escalas de valores en las que todos terminamos por movernos, al menos para la supervivencia.
Se podría pensar entonces que renuncio a la capacidad humana para organizar su propia vida y para administrar en uno u otro sentido sus fuerzas. No lo creo; sencillamente me limito a abrir los ojos y a extraer consecuencias (otra cosa es que estas sean certeras) de lo que veo.
Me fijaré en un par de ejemplos:
Pienso en la publicación de un libro. ¿De verdad depende de la voluntad individual su publicación? Veamos. Para su creación son necesarias muchas cosas que no estoy muy seguro de que estén en la voluntad de solo una persona: formación, lecturas, capacidad rítmica, gusto por la creación, necesidad de expresarse, sensibilidad… Puedo pensar, ya con mucha dificultad, que todo esto depende fundamentalmente del individuo.
Pero es que hay muchas más cosas: lugar en el que vivas, ambiente que te rodea, posibilidades económicas, conocimiento que del creador tenga la comunidad, empeño de un editor en la publicación, posibilidades de distribución y hasta pudor personal y colectivo. Y todo esto ya no depende tanto del ser individual.
Pienso ahora en la realidad de que los individuos de una comunidad -incluso ahora, en la época de las comunicaciones- se casan o terminan conviviendo con personas de la misma comunidad o de comunidades próximas. Plantearlo parece incluso una obviedad y hasta un juego iluso. Eppur si muove, o sea, a pesar de todo, la realidad es esa y no otra, luego algo de razón habrá. ¿Por qué un comarcano de Béjar no se enamora de una persona de Tanzania casi nunca? Parece casi un insulto al sentido común, pero es la realidad mostrenca y cotidiana. ¿No serán los elementos externos los que, también aquí, nos están condicionando, llevándonos por el camino que quieren y no dejándonos apartar mucho de él?
Pues acaso la vida no sea otra cosa más que la repetición en esquema de estos dos simples ejemplos. Ya se recordó este hecho de manera más sesuda en aquello del “ser humano y sus circunstancias”. Yo hoy -y el sábado- solo quiero hacerlo bajar a ras de tierra y transformar “los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa” en “lo que pasa en la puta calle”.
Y lo más curioso es que me interesa acentuar esta desviación a favor de los hechos externos para intentar luchar contra ellos, para forjarme un poquito de personalidad y de parcelita personal en la que desarrollar mi propia vida individualizada, que no individual. O sea, que todo un enredo este asunto.
Algo sí es verdad: apuntar más en un sentido o en otro nos obliga a empujar en una escala social o en otra.
Pero la mañana fue primaveral y luminosa.
miércoles, 30 de marzo de 2011
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