Lo malo es que ahora ya es por la tarde y, como estaba programado, Sara ya se ha marchado. Y con ella también se han ido Miguel Ángel y Merce. Estas pequeñas cosas, de ámbito más familiar y privado, son las que anoto en mi agenda como aquellas que más me llegan y que más me mueven en un sentido o en otro.
Los últimos días -casi una semana- han girado para mí de una manera diferente, con un ritmo propio y con una intensidad distinta. Qué fácil me ha resultado ponerme unas vallas para quitarme las vistas exteriores, para oír menos el ruido de todo lo que sigue circulando y de todo lo que ya hoy ha vuelto a zumbarme fuerte en los oídos.
Creo que cada vez con más intensidad me concentro en asuntos más cercanos o doy vueltas a ideas de aplicación general; no reniego de lo que sucede a mi alrededor pero me veo absolutamente impotente para poder modificar nada o casi nada, y me refugio, como defensa personal, en aquello de los extremos que o me afecta de cerca o, por lo genérico, se puede considerar para muchas situaciones a la vez. ¿Qué podría yo decir, por ejemplo, de la huelga de controladores aéreos desde esta ventanita? ¿En qué podría yo modificar la situación? En nada, por supuesto. ¿Para qué hablar, entonces? Así las cosas, si algo me interesa, a partir de ese hecho concreto, es la consideración de la desigualdad de poder que en nuestras sociedades tienen los distintos grupos de trabajadores, las presiones que desde ellos se pueden ejercer, el control que se consigue, las tendencias sociales y políticas que acompañan a esas personas… Todo general. O, por la otra esquina, tratar de aplicar el ejemplo a lo que sucede a mi alrededor entre grupos de personas conocidas, o incluso con lo que a mí mismo me ocurre. Por eso, repito, el refugio en lo más inmediato y en lo personal. Porque sigo sintiendo la llamada de todo lo que anda por ahí, pero cada día me siento más poca cosa e incapaz de ejercer ninguna influencia.
Además, en mí se produce claramente una dificultad añadida que resulta casi insalvable. No creo en el sistema de vida que nos hemos dado, casi todo me parece un despropósito y, en cuanto echo la mirada a paseo, mis ánimos se vienen abajo pues mis consecuencias son demasiado negativas. Y sobre el sistema aún puedo actuar mucho menos.
Me queda mi mundo más cercano, me queda esta ventana en la que dar pregones que a nadie le interesan pero que a mí me desahogan, me queda este ratito de respiración y de ejercicio para no amodorrarme del todo, me quedan mi familia y las personas que me rodean… Me queda la palabra. Y un atasco febril que me acobarda.
martes, 29 de diciembre de 2009
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2 comentarios:
Buenas noches, Don Antonio G. Turrión:
Otro día comentaré sobre el libro digital. Hoy le pongo la canción de Paco Ibáñez, sobre el poema de Blas de Otero, del concierto del año 1969 en el Olympia de Paris, que seguro que ha escuchado infinidad de veces.
Youtube:
v=QJ8wYMk4ZA0
Saludos. Gelu
Tus "pregones" sí interesan: precisamente para no amodorrarnos a los demás, y porque pones palabras a lo que otros andábamos runruneando.
Gracias
Un abrazo
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