Acaso nieva en esta tarde de diciembre. De pronto, como si el cielo tuviera permiso para todo y no se le ocurriera llamar a la puerta, todo lo alto se ha puesto gris y ha comenzado a dejar caer sobre nosotros, de manera especialmente suave, una lluvia finísima de copos que, en pocos minutos, han puesto el suelo blanquecino.
Las últimas hojas de los árboles, esas que siguen empeñadas en no ceder sus vuelos a la tierra y en no bajar del árbol, aumentan su volumen y se cubren de una capa blanca que encierra las esencias de todo el ciclo del agua hasta quedarse en cueros y en cristales. Primero son las partes más altas, después las ramas bajas, hasta llenar de blanco reluciente toda la planta. También las plantas bajas y sus flores se han llenado de nieve. Cada copo es un mundo en miniatura y todos juntos semejan en pequeño el universo.
He fijado mi vista en una flor que recuerda, ya de manera muy pálida, los aromas del verano en lo alto de un arbusto. Ahora pesa y se arrice, sostiene un manto blanco que la viste de fiesta y parece que estuviera festejando por anticipado las navidades. El parque es un campo de nata y espuma.
Una bandada de pájaros vuelve, como cada tarde, a irrumpir en la soledad del paisaje. Sus vuelos se convierten, como por ensalmo, en vida repentina, en movimiento rápido y cadencioso, en fiesta múltiple. Tan pronto se posan en los árboles como ensayan figuras por el cielo, sin que ninguno sufra daño en tan atrevidas acrobacias. Ahora les ha dado por trazar círculos perfectos al compás de la nieve. Todo parece como un cometa iluminado en su camino por el espacio. Yo me paro a contemplarlos y me dejo empapar por la nieve, que también me va cubriendo la cabeza.
El parque estaba vacío pero una cuadrilla de niños, acudiendo a la llamada de la nieve, se ha apoderado del parque y juegan a su antojo, sin preocuparles nada, rojos en sus caras y alegres en sus expresiones.
La tarde se alarga contemplando la nevada. La noche se retrasa, o acaso anda pidiendo por ahí paso y yo no me he dado cuenta de ello. Tan enmimismado ando con el espectáculo de la nieve en esta tarde fría de diciembre.
De pronto, todo vuelve al silencio y a la calma. Ya no oigo a los niños, ni los pájaros atraen mi atención. El arco iris es ahora monocolor y blando. Mis pasos se pierden de vuelta hacia mi casa. También mis pasos son blandos y lentos. En ellos llevo la sensación contenida de la nieve, de mi persona blanca y de mi tiempo indefinido.
viernes, 4 de diciembre de 2009
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2 comentarios:
Buenas noches, Don Antonio Gutiérrez Turrión:
Lo ha explicado tan bonito, que casi hemos visto nevar -con su lectura- en esta noche, de frío suave de otoño, en Barcelona.
Saludos. Gelu
Un tiempo indefinido que alimenta,es el tiempo en que, de vez en cuando, paramos a disfrutar, a sentir la vida alrededor.
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