Una de las imágenes que me producen más desconcierto y más deslumbramiento es la que creo en mi imaginación pensando en el momento en el que el ser humano fue capaz de articular los primeros sonidos. Si el tiempo existe y tiene partes, este hito resulta sin duda el de más relieve, el que tiene que quedar enmarcado para los restos. La capacidad de articular y de simbolizar nos hizo a todos dioses de verdad.
Pero las palabras articulan sonidos con el fin de dar nombre a las cosas. A las que previamente existían y a las que se tienen que crear, física y mentalmente, a partir de las palabras.
Platón repasa en su Crátilo -como siempre, en boca de Sócrates; o al revés, si se prefiere- muchísimas etimologías, como en un divertido juego que consiste en buscar orígenes causados a las palabras, formulaciones fijas a partir de las cosas, nombramientos inevitables desde la naturaleza de las cosas. Más tarde defiende el convencionalismo y la arbitrariedad del signo y, al final, termina con la duda aplicada a ambas teorías. Leer este Diálogo se convierte en una fiesta. Sócrates ya sospechaba de la endeblez de sus afirmaciones referidas a este asunto, pero es que el hombre no daba pie con bolo como se ha demostrado más tarde. Ni siquiera este sabio entre los sabios se libró de meterse en camisa de once varas en lo que a etimologías se refiere.
Esta es una absolutamente peregrina. Está tomada del Crátilo: ”Este nombre de ánthropos significa que los demás animales no observan ni reflexionan ni “examinan” (anthrei) nada de lo que ven; en cambio el hombre, al tiempo que ve -y esto significa ópope-, también examina y razona sobre todo lo que ha visto. De aquí que solo el hombre, entre los animales, ha recibido correctamente en nombre de ánthropos porque “examina lo que ha visto” (anatron ha ópope)”.
Y se queda tan fresco. O sea, primero las cosas, y después nombre obligado porque está en la naturaleza de esa cosa llamarse de esa manera. Y es que, así visto, hasta suena bien. Así que entre Sócrates, la Torre de Babel y San Isidoro nos han dado ejemplos para la diversión de todo tiempo por mucho que algunos creamos mucho en la importancia de las onomatopeyas.
Pero lo que realmente se dilucida en el Crátilo no es la sabiduría -extraordinaria, sin duda- de Sócrates y de Platón sino si existe realmente alguna posibilidad de representar con certeza la naturaleza y los atributos de las cosas a través de las palabras y si en verdad la realidad existe fuera de las palabras o realmente la naturaleza no es otra cosa que la visión de ella a través de las palabras. Y esto sí que tiene enjundia filosófica, ética, moral, social y política.
Si la última y mejor (acaso única) aproximación a la realidad solo se produjera por el conducto de las palabras, la precisión de estas resultaría imprescindible. Y como esta precisión siempre va a ser mejorable, ¿no se deduce de aquí una necesidad absoluta de intento de comprensión (no de respeto ni aceptación, que a eso no hay necesidad de llegar) de todas las manifestaciones que se realizan a través de las palabras y, sobre todo, de las personas que las pronuncian?
¿Y el canon dónde queda con esta visión? ¿Y la crítica literaria?
Es solo una ventanita al sol que pide paso en un día diáfano del otoño bejarano, por ejemplo. Pero estas son solo treinta líneas. Por si sirve para pensar en algo. Vale.
martes, 6 de octubre de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Jo, pues vaya ventanita de treinta lineas....maravilloso tema, te gusta hacernos pensar.. eeeeh! Antonio.
Publicar un comentario