martes, 20 de octubre de 2009

Y, A PESAR DE TODO, ¿POR QUÉ Y PARA QUÉ?

Vuelvo la vista atrás, hacia las páginas de aquel “Gen egoísta” de hace solo unos días y poso con más calma mi atención en alguna de sus afirmaciones Recojo estas palabras: “La unidad de selección es el GEN, la unidad de la herencia.” “El gen es la unidad básica del egoísmo.” “El nuevo caldo es el caldo de la cultura humana.” “El nuevo aplicador es la MÍMESIS, el MIMES.”

Richard Dawkins, convencido darwinista, modifica, sin embargo, las apreciaciones del maestro pues Darwin habla del INDIVIDUO como unidad de selección. Otros la modifican pero pensando en la ESPECIE como tal unidad.

No seré tan imprudente como para indagar en arenas tan movedizas para mi ignorancia (no es mi tema definitivamente), pero sí tan osado como para plantearme la importancia que tiene el hecho de que sea la primera cosa, la segunda o la tercera, la que realmente se modifique. Porque sus implicaciones sociales, políticas, religiosas y hasta lingüísticas son muy importantes.

Debo suponer que, al final, en la evolución se ven implicadas todas las unidades, aunque no será lo mismo si la carrera y el cambio de casa comienzan en un sitio o en otro. ¿Es demasiado osado pensar que ese “nuevo caldo cultural” es el culpable de llevar hasta los genes cambios, que terminan por influir en el individuo como tal y por fin en la especie? Ay los MIMES, eso de los MIMES. Es que, si así fuera, ¿cómo cerrar los ojos ante todos los aspectos sociales que son los que configuran esos caldos culturales?, ¿cómo huir de los movimientos que van dando cuerpo a las diversas costumbres y a los diversos usos extendidos en cultura con mayúsculas?, ¿cómo no zambullirse en ellos de cabeza y bucear hasta el fondo? Y, si partimos de los genes, ¿a que parece que hay que estar más a la espera, como a verlas venir y en la preocupación fundamental de dejar alguna herencia buena en genes que asegure la reproducción y la permanencia de esos genes en el mejor estado biológico. O, si es en el individuo en el que arranca el proceso, tal vez haya que “individualizarse” aún más y concentrar esfuerzos en uno mismo.

Los modelos de vida que de cada elección se deducen son muy diferentes y el árbol y el bosque que se dibujan casi no se parecen. Probablemente, como afirma Stephen Jay Gould (El pulgar del panda), “Los organismos son mucho más que una amalgama de genes. Tienen una historia que es relevante; sus partes interaccionan de formas complejas. Los organismos son construidos por genes actuando concertadamente… Yo puedo no ser dueño de mi destino pero mi intuición de totalidad probablemente refleje una verdad biológica.”

Y sigo en mi pregunta: Sean cuales sean las unidades de evolución, ¿a qué aspiran los genes, los individuos o las especies?, ¿por qué tienen que tener afán de supervivencia?, ¿en nombre de qué?, ¿de dónde viene la exigencia de la vida como tal?, ¿cuál es la conciencia que empuja en la dirección que sea?

Ay, mi ignorancia infinita. Me vienen a las manos, inevitablemente, las palabras de Unamuno cuando afirmaba que Dios es la conciencia del universo. Necesito ayuda pues no progreso adecuadamente.

Y que volvieron la lluvia y el paraguas para dar otro nuevo caldo, aunque no parezca tan cultural y no modifique ningún gen de nadie y solo empuje a recogerse en las casas al amparo de los escasos restos de calor que aún quedan por las esquinas del largo verano, en este más que incipiente otoño. Ea.

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