Definitivamente, el otoño o es bejarano o no es de ningún sitio. Ya sé que me he situado en la hipérbole desde la primera palabra y pido perdón por ello, pero es que, en realidad no exagero demasiado. Quien quiera comprobarlo no tiene que hacer más que venir a verlo. La puerta está ya abierta y no se cobra entrada.
Esta luz tan diáfana, este rocío en el campo, estas hojas revividas con las primeras lluvias y vueltas arco iris ya del tiempo, ese cielo azulado hasta lo más intenso, las sombras en su sitio, el fresquito sin frío, los suelos cargaditos con bellotas en una interminable montanera que aguarda a las cabras, a las ovejas, a los cerdos y a los jabalíes, los animales sueltos por cualquier predio, sus voces nítidas y afiladas, los regatos que empiezan a humedecerse, los riscos relucientes con las primeras lluvias, la corona que adorna en tantos caminos, el musgo recrecido hasta invitar a hundirte en él, los robles y sus líquenes, la fresneda que va ya deshojándose, los chopos y sus ramas amarillas, los cerezos que buscan sus granates, los pinos impertérritos con sus hojas perennes, las encinas tranquilas con sus suelos tan verdes, aquel poquito ya de nieve en lo alto de la Ceja y saludando desde los Hermanitos, los pueblos somnolientos cuando va levantando cabeza la mañana, los humos que se elevan por encima de todo, un poquito de niebla pegada a la ladera y ocultando una pequeña parte de la montaña, el río que se adivina en lo hondo del valle, las fuentes escondidas con sus aguas limpias soñando sus sueños, los fieles caminantes que se echan al camino, la charla sosegada sobre temas sabrosos, el despertar del mundo, la conciencia de todo escondida en el suelo, el sustento a las once compartiendo las viandas, ese lento hormigueo de lo que cobra vida…
Y yo viéndolo todo con mi conciencia limpia, con mi despertar lento, con mi paso tras paso, con mi mirada atónita, con mi sentir pequeño, con mi simple presencia, con mi valor tan mínimo, con la certeza a cuestas de lo amplio de la vida y de mi pequeñez, con mis amigos que siguen soportándome en la palabra y en el camino, con esa sensación de hagamos una tienda y prolonguemos esto, con la distancia plena del otro día a día, con la mirada amplia y mis ojos pequeños, con todo lo que aguarda para mí solamente, con el gusto de todo y el sabor de lo mismo, con ese corte limpio que te duele y no sangra, con el ánimo puesto en el sudor de espaldas, con ese sobregusto de hacerte perdidizo, con el placer del sueño que llena los sentidos, con la mente afanándose en no afanarse en nada, con un dejarse un poco en manos del azar y del olvido.
Hoy el otoño ha sido bejarano en el Sangusín y en los montes umbríos que unen Fuentebuena con Sanchotello. Qué dos nombres tan frescos y apartados. Por allí anduve, a la luz y al amparo de la sombra de la mañana. Después el sol fue todo, y todo fue el otoño bejarano. Qué lujuria sabrosa de paisaje.
sábado, 24 de octubre de 2009
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1 comentario:
Aaaayyyy! que hermoso lo describes....te ha salido directamente del alma.
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