De vez en cuando caen en mis manos libros que me iluminan sobre aspectos que, de otro modo, quedarían en el olvido pues se apartan de los elementos más visibles y universales de los personajes que analiza.
Un mal virus me ha dejado hoy postrado en casa. Mis escalofríos anoche eran tsunamis en el cuerpo, pero esta mañana me encontraba un poco mejor y casi sin fiebre. Así que seguí con las páginas del libro que comencé ayer hasta verle su final a media tarde. “A la sombra del ángel”, Benjamín Prado, Aguilar, es un libro que repasa, en 240 páginas, aspectos de la personalidad del autor de “Sobre los ángeles” o “Marinero en tierra” contados por quien estuvo continuamente a su lado durante 13 años, por quien lo admiró como discípulo y quien le ayudó en todo.
Este tipo de lecturas no tienen ningún sentido si no se realizan después de haber conocido la obra de creación, o si no se hacen como sustento para, inmediatamente después, ir a los originales. Pero resultan muy iluminadoras para quien ha pasado por los textos del creador y, calmadamente, sin prisas y hasta con regodeo, se quiere solazar en los detalles que explican tantas cosas hasta dejarlas desnudas y a la intemperie.
Algunos aspectos son sobresalientes. ¿Cuántos autores se libran de la vanidad mal entendida y del orgullo más imbécil? No resulta sencillo encontrar autores (Antonio Machado, Miguel Hernández) que sustenten la obra en un discurrir vital honrado y firme. Un ejemplo del libro que lo ilustra: Recital de Celaya. Se le había preparado la sorpresa de la presentación a cargo de Alberti. Cuando se saludan y Celaya se entera de quién le va a presentar, se asusta y no quiere intervenir por si los mejores aplausos no se los lleva él sino su presentador Alberti. Alberti cede y se sienta entre el público.
Con funciones cambiadas: Van a recitar varios poetas con Alberti, también Joaquín Sabina. Alberti se asusta por el miedo a que Sabina traiga la guitarra, se ponga a cantar y se lleve todos los aplausos.
Son como niños. O peor. No todos, claro. Por eso me reconforta tanto dar con un creador que, además y sobre todo, sea una buena persona y un tipo sencillo.
A veces rasca uno y debajo no encuentra casi nada, u observa atónito cómo toda la energía y el razonamiento se pierde tras unas faldas cualesquiera, o se nos vienen abajo con cualquier crítica que no sea laudatoria o por cualquier detalle que no los sitúe por encima de los que los rodean.
A Alberti también le sucedía eso, aunque le sobraban otras virtudes en generosidad y desprendimiento, en formas de vida y en escala de valores. Como, además, recorrió todo el siglo veinte y la transición le pilló en plena madurez y en el camino de vuelta de todo, reconocer detalles de su vida termina por ser apasionante.
Por desgracia, todo se torció con su boda -aquella boda tan escondida y con tan pocos y especiales invitados (¿tramarían ya algo?)- y con la fundación del Puerto de Santa María. Episodios oscuros y hasta ennegrecidos que nos enseñan también cómo la obra y la vida de un gran creador como Alberti puede ser manipulada, desmochada y presentada a los lectores de manera fraudulenta. Los dedos apuntan todos hacia su segunda esposa, pero en la fundación han participado otras personas y no sé si cualquier día no nos llevaremos alguna sorpresa aún más desagradable. Hay, por cierto, personajes que son caldo de todos los guisos, quiero decir de todos los que están condimentados no precisamente con azúcar y que, por tanto, no ofrecen un sabor demasiado dulce. Por ahora basta.
Mejor volver a la obra, a los versos del poeta de cuya muerte se van a cumplir ya mismo -28-10-1999- diez años
“El mar. La mar. / El mar. ¡Solo la mar! // ¿Por qué me trajiste, padre / a la ciudad? // ¿Por qué me desenterraste / del mar? // En sueños la marejada / me tira del corazón. / Se lo quisiera llevar. // Padre, ¿por qué me trajiste / acá?
Y eso que, en la última etapa de su vida, Alberti no quería salir de Madrid para irse a vivir a El Puerto.
viernes, 16 de octubre de 2009
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2 comentarios:
Intelligenti, pauca... ¡Porca miseria!
Buenas tardes, Don Antonio Gutiérrez Turrión:
A los poetas hay que valorarlos por su obra. La poesía, si no es la verdad del que la escribe, se nota. La verdad de Alberti, era luz, colores y mar del Sur.
La parte de lo personal, que no afecta a la creación, cuando carece de belleza mejor obviarla. Si tenemos unos años, seguíamos su vida, por los periódicos de la época. Personalmente sumaba a mi interés por su obra, las ganas de conocer detalles y obra de Teresa León, que vivió en Burgos, y pisaba las calles por las que yo la imaginaba, y trabajaba y conocía a gentes de mi Ciudad.
La última etapa de Alberti, está en las hemerotecas.
Y cuando se habla de dinero, influencias y poder, la poesía desaparece.
Saludos. Gelu
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