Se me caía la tarde de las manos sentado en mi sillón. Menos mal que por la mañana me había llenado de olores y de verdes caminando por la Ruta de la Plata, en las llanuras del Sangusín. No son ya los verdes tan transparentes ni tan tiernos como los de hace dos semanas, pero las gotas de lluvia lavaban el campo y lo dejaban más denso y oloroso. Volver a echar un trago al borde del camino, junto al débil y pausado cauce del río, con todo a nuestros pies y esa música de fondo que ponen los pájaros en mayo no es cualquier desayuno pues se sirve en el lujo y en la satisfacción. Al fondo la sierra estaba oscura y almacenaba lluvia.
Pero era la tarde un discurrir cansino, en un buen rato de oscuro duermevela, tal vez por el cansancio. Tan solo algunas páginas de Cesare Pavese, demasiado narrativas pues son los poemas de su primera época. Luego algo de deporte y las horas sin pausa desgranándose. De pronto, en una emisora regional de televisión, me llamaron a filas. Hacían una entrevista larga a Amancio Prada. “Un día en la vida de… Amancio Prada”.
Me desperté del sueño y la desidia. Me gusta este tipo mucho más que la media. Es la sensibilidad hecha persona. A lo largo de una hora fue glosando escenas de su vida: su niñez, su familia, la escuela y los padres salesianos, la vida de su pueblo, Valladolid y la estancia en París, sus autores, su música, sus discos y conciertos, su escala de valores, sus gustos y disgustos, sus amigos…, su vida.
Hace más de treinta años que conocí su música y enseguida supe que aquello era otra cosa. Después he seguido algunos de sus discos, de sus actuaciones (es uno de los pocos autores a los que he acudido a oír sin importarme sufrir alguna molestia). Pero sobre todo he seguido su música y he seguido su palabra. Creo que su puntito de impostación no es tal pues la soporta con su vida y sus actos. Se me hace un tipo muy creíble y eso lo salva todo. A la entrevista solo le sobraba lo empalagoso de la entrevistadora, que parecía casi una quinceañera en un concierto haciendo el ganso.
Guardo un recuerdo nítido del estreno en Salamanca -hará ya treinta años- del Cántico Espiritual, en el aula Juan del Enzina. Aquello olía a romero y a tomillo en las riberas del Sangusín del mes de mayo. Y Rosalía, y Lorca, y Agustín García Calvo, y Chicho Sánchez Ferlosio, y otros muchos que, puestos en sus manos y en su voz, parecen transformarse y convertirse en agua cristalina.
Yo me volví a otras horas, cuando escuché su música sentado en mi terraza, y soñaba con ella, y aprendía a volar en otras cotas y a sentir la quietud de otra manera.
Me levantó la tarde Amancio Prada y me salvó un buen rato de la quema.
sábado, 23 de mayo de 2009
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1 comentario:
Buenos días:
Precioso todo lo que ha escrito sobre Amancio Prada. Unos pocos años más que usted, hace que sigo yo sus trabajos. Y siempre consigue emocionarme. Tanto, que durante un tiempo no he sido capaz de escuchar sus canciones.
Respecto a la entrevista que cita, seguro que él intentó en su generosidad, ayudar para procurar que saliera todo mejor.
Saludos. Gelu
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