jueves, 21 de mayo de 2009

EN ESTE LABERINTO

Con frecuencia me enzarzo algunos días en la madeja de una lana que me presta una idea y que me ofrece atractivos como para seguir devanando hasta que formo alguna consecuencia con sentido. Los orígenes son diversos, pero el más frecuente tiene que ver con la lectura. Y es que todavía hay libros que me dejan prendidos después de cerrarlos. Seguramente porque hurgan en temas que me ocupan con más frecuencia en mis días normales.

He vuelto -ayer y hoy- a otro libro de Daniel Pennac: “Mal de escuela”. Repite el tema de “Como una novela” y se vuelve a sumergir en los asuntos de la educación. Creo que aún sigo amando este bendito oficio a pesar de sus muchas deficiencias, de mis muchas deficiencias, y, por eso, los asuntos que se analizan en el libro son mis asuntos, son mis ocupaciones, son mis desvelos, mis aventuras y mis desventuras. Por eso ayer esbozaba una idea y hoy puedo perfilar otra. Tal vez mañana deba abrir mis ojos a otras sugerencias. Tal vez.

¿Cuántas veces se analiza serenamente el laberinto que supone para un alumno la obligatoriedad de sumergirse cada día en cinco o seis clases distintas? Solo con nombrar variables nos teníamos que asustar: hora del día, curvas de rendimiento, tipos de profesor, dificultad de la asignatura, tipos de actividad, cambios de compañeros, día de la semana, altura del trimestre, situación emocional de cada uno de los participantes… Como para asustarse y poner a cero las pulsaciones antes de juzgar y de condenar o salvar a nadie.

Siempre suelo comentar en público que hay variables sobre las que yo no puedo hacer casi nada. Acaso tal vez solo glosar y proponer aunque no disponer. Pero sí hay una en la que me convierto en comandante en jefe. Naturalmente es aquella que me otorga mi condición de profesor. Y, aunque nada presuponga que voy a tener éxito con una estrategia o con otra -la experiencia demuestra que todo es posible y que la sorpresa ronda cada día-, es ese el terreno en el que yo debo hacerme fuerte, pues esa es mi principal contribución a este mundo maravilloso de la educación.

Yo no sé qué significa ser un buen profesor, pero sé que tengo que ser un buen profesor. Menuda dificultad. Seguramente esta duda me obliga a seguir indagando sobre cuáles son esas cualidades que debería poseer. A estas alturas sigo sin tener nada definitivo. ¡A estas alturas!

Supongo que sería estupendo reunir un buen catálogo de opiniones sobre lo que la gente ha entendido como buenos profesores. Aunque esa suma de testimonios tampoco asegurara nada y todo pudiera seguir fallando, tendríamos al menos referentes de casos reales que sí funcionaron en su día. No desconozco que existen sistemas sofisticados de evaluación también para profesores y que cada día se perfeccionan -y se burocratizan- más, pero me convencen más los testimonios directos de personas reales con nombre y apellidos.

Sospecho -y me gustaría mucho aplicarme personalmente en estas variables- que un buen profesor tiene que partir de una formación sólida y de un amor a la materia que enseña a prueba de toda bomba. No imagino cómo se puede desarrollar un trabajo en el que no se crea, ni entiendo que se bucee en un mar sin saber nadar al menos con algo de soltura. Tal vez la tercera variable tendría que ver con sustentar las enseñanzas con un tipo de vida y de actividad que no desentonara demasiado con la de la propia aula. Creo que sé de qué hablo. Y creo que no es poca cosa saber ajustar los conocimientos a dos variables importantes: la capacidad del alumno y su situación vital (edad, gustos, escala de valores…). Controlar esta última variable no supone despersonalizarse ni realizar actividades de políticos en época de elecciones, o sea, cualquier tipo de estrategia aunque implique el ridículo, sino tener en cuenta que el receptor es el que es, o sea otra cosita bien diferente a mí mismo.

Con esto y sin olvidar que la educación tiene que ver con la progresión, con el descubrimiento y no solo con la complacencia y el gusto, y sin perder de vista que toda persona atesora valores que puede desarrollar, perfilo un profesor de cierto calado.

Ya me gustaría dar trigo además de predicar. No es nada sencillo. Pero me gustaría. Luego está lo del modelo social, el para qué enseñamos, el cambio de sistema, la dignidad de todos, el reparto más justo, la dotación de medios (nunca hubo tantos como ahora), la ratio más reducida (jamás lo fue tanto) y la aurora boreal y el equinoccio… Estoy dispuesto a ello, pero hoy quise mirarme en el espejo. No estoy seguro de haberme reconocido ni sé qué tal habré salido en la foto.

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