miércoles, 6 de mayo de 2009

"VIAJEROS Y TURISTAS ¿EN LA COSTA DEL SOL?"

Acaso no es tan fácil ver el tiempo en las cosas. Porque las cosas tienen medidas, colores, extensiones, límites, olores y sabores. Exactamente aquellos que yo percibo por mis sentidos. O los que yo traslado desde la realidad a mi imaginación, o desde mi imaginación a la realidad, en un vaivén en el que ya confundo qué es realmente la realidad.

El caso es que ayer durante varias horas y unos ratos de hoy he echado mi vista sobre las páginas del libro “Viajeros y turistas en la Costa del Sol”, de Andrés Arenas y Jesús Majada. No había tenido ocasión de leer este libro que mi amigo Jesús publicó hace unos años. Me ha venido bien porque ha sido continuación de mi estancia en Málaga, de su conferencia sobre el concepto de viaje -de la que di noticia- y de su estancia última en Béjar.

Mi lectura tiene dos partes bien distintas. Las dos podrían interesar a cualquier lector, pero me quedo sin duda con la primera, por ser universal, polisémica y casi infinita. El viaje como hecho universal, el viajero frente al turista, la nómina de viajeros a lo largo de la historia, el repaso a sus concreciones literarias, abren una perspectiva absolutamente sugerente, que deja a la imaginación en un camino casi sin posible retorno. Y ahí el viaje tiene coordenadas físicas pero también mentales, religiosas, psicológicas, sociológicas, políticas, filosóficas. Hasta llegar a la última metáfora de nuestra vida en camino: “Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar”.

La segunda parte recoge velas y sitúa caminos más precisos: todos aquellos que o llevan como meta y última parada la ciudad de Málaga o alguno de los pueblos de la provincia, o tienen la ciudad como parada y escala de viajes más largos. Aquí ya ganan metros los espacios frente a los conceptos, los nombres propios y las geografías, las costumbres regionales, los climas y los aspectos concretos de las biografías. Unas me llaman la atención más que otras. Y me sigue atrayendo sobremanera el carácter andaluz que se sigue dibujando en las páginas y en la retina de los visitantes extranjeros. ¿Cuántas imágenes son tópicas y cuántas responden realmente a la verdad y ocupan el talante de casi todos los andaluces? ¿Anda en esas imágenes realmente algo que se parezca al “alma andaluza”? Acaso al alma andaluza le ocurra lo que le sucede al tiempo como concepto, que se queda en la muestra que de él dan las cosas. También aquí interesa la imagen que dan los visitantes viajeros, siempre que sea sincera y sosegada. Todos quedan anegados por la luz de esa costa y de esas riberas, todos alaban ese estilo de vida que no se sujeta bien a unas normas de razón de corte centroeuropeo o anglosajón, todos terminan embrujados por aquello que se podría poner en cuarentena desde otros parámetros. Qué gracia tan desbordante para actualizar fonéticamente los nombres (don Jorgito, sir Peter – Sopita, Gerald Brenan – Yerbabuena…) que acaba por conquistar sin condiciones a demasiada gente. A mí también, lo juro.

No parece mal camino de aproximación al conocimiento de una comunidad este de los libros de viajes, aunque nada como la visión directa, el pateo constante, la indagación sin intermediarios, la charla con las gentes, el patearse los caminos, bajar desde Mijas hasta Fuengirola por los estrechos caminos, cantando sin complejos o comiendo nísperos salvajes que te ofrecen los árboles al precio de estirar simplemente las manos, la visión de la costa desde la alta carretera, la comida en el sitio oportuno…

Esta lectura me propone de nuevo el viaje inconcreto hasta el monte Athos, pensado como viajeros y no como turistas, a la espera de lo que quiera depararme y depararnos el camino. O me incita de nuevo a echarme a los caminos de estas sierras, que me enseñan cada vez una nueva perspectiva.

Dejo aquí la lectura, pero no los recuerdos de esa hermosa Andalucía que tan bien me trata siempre que me acerco a ella. Pero sigo en la senda de la vida, hollando sus caminos, procurando dar porte a este viajero que llevo dentro, hurgando en las curiosidades que me ofrece a borbotones en cuanto abro la boca para saciarme en ella. La vida es el camino de todos los caminos. Caminarla con tino y sin descanso, pararme para otear sus montes y sus valles, descubrirme en sus etapas, dar frente a sus cuestas y gozar de sus curvas y senderos, todo me empuja a echarme al camino de eterno peregrino. Quisiera andar “ligero de equipaje” porque no sé muy bien cuál es la meta y más bien adivino que la meta es el mismo camino.

1 comentario:

mojadopapel dijo...

Por supuesto que la meta es el camino, como una Itaca cualquiera.