Entre espera y espera de noticias de vida, me vengo a sosegar con Unamuno. Qué contraste tan grande. Qué ser tan especial. Y, lo mismo que él, buena parte de eso que se llama la Generación del 98. Qué cosa tan rara eso de las generaciones, pero qué coartada tan estupenda para simplificar las cosas y llenar unas páginas de palabras, y para cobrar unas perras a fin de mes, con el sonsonete de las características, los componentes, la formación, y toda una ristra de tópicos. Y andaba, con Unamuno, en eso del paisaje y de la naturaleza.
Unamuno es uno de mis referentes, en todos los aspectos, por su sinceridad, por su formación, por sus dudas eternas, por sus contradicciones, por su humanidad, por sus exageraciones, por su egotismo… Por casi todo. Y, en lo que al paisaje se refiere, porque trasciende siempre la descripción para lanzarse a la búsqueda de la significación y del simbolismo. De tal manera que Gredos, por ejemplo, no es para él solo descriptivamente una mole inmensa de rocas sino “el espinazo de Castilla”, o “Ara gigante de Castilla”, o “…el Dios de España que tiene su trono en Gredos”.
Hay enjundia de historia y de ideas, de simbolismo siempre, de representación semidramática de todo lo que ve y de todo lo que siente. Recojo aquí otra cita un poco más explícita: “Tiéndese allí arriba, en la cima, y se pierde en la paz inmensa del augusto escenario, resultado y forma de combates y alianzas a cada momento renovados entre los últimos irreductibles elementos. …Tendido en la cresta, descansando en el altar gigantesco, bajo el insondable azul infinito, el tiempo, engendrador de cuidados, parécele detenerse… Despiértasele entonces la comunión entre el mundo que le rodea y el que encierra en su propio seno; llegan a la fusión ambos, el inmenso panorama y él, que, libertado de la conciencia del lugar y del tiempo, lo contempla, se hacen uno y el mismo, y en el silencio solemne, en el aroma libre, en la luz difusa y rica, extinguido todo el deseo y cantando la canción silenciosa del alma del mundo, goza de paz verdadera, de una como vida de la muerte”. O esta otra en la que le atribuye a un “Dios español” lo siguiente: “Este es tu corazón de firme roca / -altar del templo santo- / de nuestra tierra entraña, / este es tu corazón que el cielo toca, / tu corazón desnudo, / mi eterna España, / que busca el sol”.
Siempre busca Unamuno extensiones en la religión, en la historia o en un entrañamiento que aspira a las raíces de no se sabe bien qué núcleo de conciencia colectiva cuando aporta imágenes y descripciones de la naturaleza. No es mi caso exactamente. O al menos no de manera tan explícita. El apartado histórico y el de conciencia y representación colectivas los tengo casi apartados del todo. Me interesa más mi relación con la naturaleza en el sentido más descarnado y personal, más individualizado. Quisiera ser un poco menos portavoz (había escrito portacoz y he estado a punto de dejar esta palabra porque acaso en este contexto no vendría mal) de nadie y algo más descubridor de mí mismo. Ya he dicho muchas veces que lo que de verdad me llama es, antes que nada, esa sensación de pequeñez, de provisionalidad y de paso efímero, frente a la solidez, la permanencia y el cumplimiento de las leyes naturales que descubro en la naturaleza siempre. Aunque se renueve cada día y cada hora en sus paisajes.
Es lo que sigo viendo en estas sierras de Gredos y en estas últimas cotas de la sierra de Béjar por la que me muevo. Para otra nota, las partes: las rocas y los ríos, los árboles y el viento, la nieve y el paisaje.
Esta Castilla es grande y variada. Un poquito más que lo que vieron los ilustres hombres del 98. Pero Unamuno es tan vasto y tan sin fondo, que lo aguanta todo. Un paseo con él tendría que ser maravilloso. Yo le he puesto su nombre a una roca de los Picos de Valdesangil. Espero que no se me enfade el maestro.
N.B. Y sigo aquí aguardando que se contraiga el templo de la vida con más corta frecuencia. Está todo pendiente de la hora, ya casi del minuto. Venga, que ya es la vida. Venga.
jueves, 28 de mayo de 2009
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