Vuelvo a casa con mis sentidos recompuestos, con mi cara puesta a lavar, con mis dedos sin entrenamiento, con mis ojos llenos de imágenes y con mis oídos repletos de son de mar y de amistad.
Pensaba que el ciclo se había terminado y que los calores buscaban ya otro contexto más flexible pero no era cierto. He pasado la última semana gastando ojos muy cerca de las olas y compartiendo ratos en buena compañía. Dejaré algunos flases que guarden el depósito para otras horas de tranquilo recuerdo:
La sequía brutal de la meseta en cuanto se desciende de las sierras, primeros de septiembre.
El calor sofocante de la Sevilla eterna, a pesar de transitarla cuando mediaba la mañana.
Las llanuras entre Sevilla y Cádiz, con más vegetación de la esperada y el olor a marisma y a Guadalquivir que ya busca la mar.
Aquel Jerez gitano, flamenco y vinatero, que quedó reluciente allá a lo lejos, Puerto Real y Cádiz (Cai). Cádiz con su bahía y con sus mares, con su Caleta abierta y encerrada, Cádiz con sus marismas, con su sabor a mar, con su mirada siempre marinera, con sus puertas abiertas y cerradas, con el mar de murmullo y de muralla, con su aire liberal y fandanguero, con sus ficus gigantes y sus calles estrechas… Me gustó mucho Cadiz. Y también Cai. Y El Puerto al otro lado, tan Alberti y tan guapo. Qué flecha tan hermosa esta de Cádiz de mirada hacia América, hacia los mares eternos y abiertos, que vienen a recogerse mansamente a esta bahía. Ese son achicado de las olas, ese son de mar que bulle carnavalescamente en la gracia y en el salero: “La Habana es Cai con más negritos, / Cai es la Habana con más salero”.
Después vino Conil, y llegaron las playas extendidas, esas playas sin fin y sin agobios del Atlántico cuando el sol besa suavemente las costas en un ir y venir interminable. El carácter bravío de las aguas abiertas resulta a veces engañoso pues, con cierta frecuencia, vienen agotadas, después del cielo abierto, a reposar, cansadas, en la finísima arena de las dunas. Vejer, Conil, Jeréz…, todos de la Frontera. De nuevo las fronteras, y los enfrentamientos, y las luchas de siempre, y las religiones al fondo.
Y el Estrecho también, y Tarifa y Guzmán, y el Peñón amodorrado y anacrónico, con el tráfago incansable que esconde demasiados fondos sórdidos. Comí frente a la Roca, mirándola de frente, y me sentí molesto por lo que a simple vista es antinatural. Por supuesto por la Historia, pero sobre todo por la geografía. Qué sinsentido aquello, qué cara y cruz tan tonta, qué monedeo y qué fariseísmo. Por mí como si se unen a los marcianos, pero aquello allí puesto no tiene ya sentido si no es al lado de los que están al lado, o sea, de los vecinos de la bahía de Algeciras.
Al frente las montañas del Atlas africano, también como vecinos, como para pasar a nado o en tablilla los metros que las separan. Qué tontería aquello de la invasión del S VIII; desde siempre tienen que haber pasado de un sitio a otro encima de cualquier artilugio.
Y después ya la costa del mar Mediterráneo, de ese charco tan denso y tan poblado desde Algeciras a Estambul, y la acogida amistosa de Sinda, de Jesús, de la entrañable Leti, de Andrés, que anda disperso pero viviendo joven, de Pipo, del perro Pipo, al que le debo un poema de agradecimiento por su edad y por su sentido del cariño. Es la amistad un árbol tierno que necesita que lo rieguen con frecuencia para que crezca sano y dé sus frutos. Durante estos días le hemos dado un buen riego y el árbol daba sombras y frescura. A todos, muchas gracias. Seguiremos regando.
La vuelta tuvo estación de parada en Cáceres. Un rato para ver a más amigos y compartir con ellos un par de horas. De nuevo la acogida de Mercedes y Antonio, con el gazpachito fresco que a mí tanto me gusta en las noches del calor cacereño, y un paseo por el barrio antiguo de esta hermosa ciudad. Así da gusto.
Y con la media noche, de nuevo el discurrir de la autovía hasta llegar a Béjar, a esta ciudad que ya nos aguardaba con la quietud pausada y la rutina a cuestas. Una rutina que yo ya deseo para poner orden a mis horas y ritmo a la cuestión de cada día.
Hay mucho por delante que ya aguarda, pero esta semana fue densa en muchas cosas: en luz, en amistad, en sensaciones, en entender que el mundo, a pesar de todos los pesares, es hermoso y espera, nos espera para comer a muerdos sus esencias.
sábado, 11 de septiembre de 2010
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1 comentario:
Pues sigamos comiendo y bebiendo sus esencias hasta que se nos acabe el tiempo.
Qué buenos estaban los espetos de La Cala.
La próxima vez has de probar el cañadú, jajajaja.
Besazos
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