domingo, 12 de septiembre de 2010

YA VERÉ QUÉ ME PONGO

Los hombres públicos acostumbran a comenzar un período de tiempo con algún signo visible y representativo. Recordemos. Aznar iba a echar una partida a Quintanilla de Onésimo, nada menos, con perdón, después creo que iba a Silos (tal vez a iluminarse para decir tonterías y forrarse de pasta -yo debo un viaje a Silos, pero apara otro asunto-); Zapatero iba a Rodiezmo, con los mineros, nada menos; Camps hacía el Camino de Santiago, nada menos, los equipos de deportivos se acercan hasta las iglesias, nada menos… Todo el mundo se encomienda a no se sabe qué misterios.

No me parece mala la idea por lo que de simbólico encierra. La elección de símbolos es otra cosa, claro, y los anteriores merecen un análisis que no daría muy buenos resultados. Parece como si quisiéramos hacer una paradiña antes de echar a andar, como si reconociéramos que el camino puede traer imponderables y que la solución la iremos encontrando con la mejor voluntad.

Supongo que yo también tendría que apuntar hacia algún sitio, colgarme un GPS a la espalda y echar a andar. ¿Para cuánto: para un año, para un trimestre, para un mes, para un día? Algunos aconsejan no proponerse nada muy lejano, dejar que corra el tiempo, ahogarse en la novedad de cada día, darle esquinazo a la previsión y dejarse llevar por lo hermoso de lo inesperado. Sobre todo cuando la superestructura parece determinada de antemano y en escasa medida se puede cambiar.

No estoy nada seguro de ninguno de los dos extremos y dudo como siempre. A veces me descubro con demasiados planes que luego no siempre cumplo, pues me desbordan las iniciativas y me acomodo en el dolce far niente, o cambio de destino con la improvisación de lo que no esperaba; otras veces reniego de la preparación de algunas cosas y conscientemente prefiero dejar llegar la hora e improvisar posibles soluciones.

El ser humano es una extraña mezcla de pasión y razón, de ensayo y de instinto, de impulso y de cuidado, de plazos y contado. Y el mismo ser humano juega a veces al instinto y a lo irracional mientras que al rato siguiente se engolfa en los silogismos o en las investigaciones más abstrusas, se juega la fama al grito o al misterio mientras que al día siguiente echa horas a hacer adelantar cualquier principio racional y humano.

¿Qué puedo hacer yo, entonces, si soy uno de tantos, que aspira a vivir solo dignamente, con la inquietud y con la duda a cuestas, pero con la certeza del goce de la vida también a mis espaldas? Soy un ser de la duda, la duda me define y me conforma, soy adjetivo siempre y verbo en voz activa. O, si acaso, en pasiva refleja. Me pesa el sustantivo, demasiado concreto y demasiado exacto. Qué cosas tiene el tiempo.

No hay comentarios: