lunes, 27 de septiembre de 2010

HABEMUS DOCTOREM

Lo comentábamos en el viaje de vuelta y me lo volvía a decir mi hermana por teléfono: Ojalá los fines de semana fueran al menos la mitad de productivos que el último.

Salimos de casa el viernes con el ánimo entero de ver graduarse a nuestro hijo como nuevo doctor. DOCTOR INGENIERO INFORMÁTICO. Uf, cómo suena. Y todo fue a pedir de boca y a gusto del más exigente. Un paseo previo un poquito nerviosos en espera de que se llegara la hora para entrar a la sala de grados de la Universidad. Después, todo solemnidad y rito. Estas ceremonias son siempre así y a los más próximos no nos desagrada esta liturgia ya tan antigua y a veces un poquito rancia.

Llegó la hora decisiva, la de la faena académica. Toda la plana mayor de la institución académica se había dado cita: rectora, vicerrectores, decano, compañeros, familiares… Yo estaba nervioso; soy el padre, ¿cómo no iba a estarlo? Pero Miguel Ángel se arrancó con tono medido, sin ningún titubeo, haciéndome caso a la retirada de las muletillas, con aplomo, con ayuda de gestos y en una exposición limpísima que hasta los más legos en la materia podíamos seguir. Y se me fueron los nervios. La sala era un silencio mirando hacia el vértice en el que el doctorando seguía brillantemente su exposición. El tribunal plegó enseguida velas y apenas apuntaba algún detalle; su atención también estaba ya concentrada en la exposición y en el desarrollo del sistema informático que allí se estaba presentando.

Con el tiempo medido, con el tono compuesto, en el ritmo adecuado y con la fuerza de quien está seguro de lo que hace, el doctorando terminó su exposición. Para entonces yo estaba embelesado: soy su padre.

Quedaba una segunda parte que, en condiciones teóricas, siempre debería resultar un poco más comprometida: la de las preguntas del tribunal. La exposición de una tesis se tiene preparada y se entiende que se ha ensayado; las preguntas posteriores no tienen preparación posible. Se hicieron varias por parte de todos los miembros del tribunal, pero todas estaban precedidas de felicitaciones al doctorando por lo que había expuesto antes. Creo -me gustaría que no me pudiera la pasión de padre- que las respuestas estuvieron bastante por encima de las preguntas, que de nuevo Miguel Ángel estuvo seguro y convencido, que abrió más posibilidades que las que mostraba el tribunal y que, en definitiva, no solo demostró que dominaba el tema de la tesis sino que dominaba las materias próximas a ella. Estoy seguro de que, en esa segunda parte, Miguel Ángel se ganó no solo al tribunal incondicionalmente sino a todos sus compañeros porque demostró -esto me parece más importante que la propia tesis- que es una persona competente y que se le puede asignar cualquier responsabilidad. Espero que esto se note en el futuro.

Entre elogios del tribunal y de algunos presentes en la sala, se cerró la presencia de los asistentes. El jurado tenía que deliberar. Poco había que deliberar y poco se deliberó pues en muy escasos minutos volvimos a la sala. Se leyó el acta de resolución y se calificó con la máxima nota la tesis. Sobresaliente Cum Laude. Nuevo Doctor. Aplausos generales. Felicitaciones. Intercambio de saludos. Charla distendida. Aperitivos a gogó a cargo del padre del doctorando que se gastó el dinero con sumo gusto. Alguna lagrimilla en la cara de los padres del doctorando. Y contento general. Después, esos asuntos protocolarios de las comidas…

Sé que hay hechos en la vida mucho más importantes que el grado que consiguió Miguel Ángel el viernes, por ejemplo algo tan aparentemente insignificante como ser buena persona. Se lo recordé a mi hijo en público y en privado. También lo hago aquí porque estoy convencido de ello. Me parece que ya lo es y que lo seguirá siendo. Mi orgullo vendrá más por esta ladera que por la otra. Le recordé también -y le recuerdo- que nada vale nada si no está un poco al servicio del bienestar de todos, si no ayuda a que la existencia de la comunidad se haga un poquito más llevadera desde un grado razonable de justicia social. Creo que lo sabe desde siempre y espero que se esforzará para hacerlo realidad. Al fin y al cabo -y no está mal para el contexto-, “al atardecer de la vida, te examinarán del amor”. Y en ese examen hay que intentar también obtener una excelente calificación.

En fin, que el viernes fui padre orgullosísimo, que se me cayó la babita y que pasé un día inolvidable. Me brotan como fuentes muchas más consideraciones, pero este espacio me basta.

Porque también fue Sara, tan ajena al barullo, tan pizpireta, tan guapísima, tan lista ya, tan centro de toda reunión, tan cara de pilla, tan juguetona, tan inocente, tan…

Y más tarde en Madrid, mi hermana y su familia, las compras, los paseos, el Brujo, el mejor juglar de España, los bullicios de siempre, el sol hermoso del otoño en el Pardo…
Y la vuelta hacia Béjar, con nueva parada en Ávila para reposar tanta tensión. Miguel Ángel estaba cansadito. Soltaba su tensión en armonía. Yo me volví gozoso hacia estas tierras altas. Esta mañana respiraba hondo por mis pinos mirando a las montañas.

3 comentarios:

Diego Fernández Magdaleno dijo...

Enhorabuena a toda la familia.
Abrazos,

Diego

Jesús Majada dijo...

¡Vitor!, ¡Vitor!, ¡Vitor!... Vítores cum laude para el Doctor.

antonio merino dijo...

Nuestro abrazo más entrañable y nuestra enhorabuena para vosotros y para el Doctor a quien hemos seguido desde su nacimiento. ¡Qué rrrrrrannnde eres!