Es el capítulo XLII de la segunda parte del Quijote. Sancho está a punto de partir para sus aventuras de gobernador insulano. Don Quijote lo agarra por banda, lo aparta y le ensarta toda una retahíla de recomendaciones para el buen hacer en su gobierno. Estamos hablando de las personas que tienen que legislar, que tienen que ejecutar y que tienen que juzgar. Al bueno de Sancho le cae todo encima. Inevitable el traslado de esas recomendaciones al momento actual: nunca me ha servido la Historia si no es para observar sus repercusiones en el presente. Esto sí que es un código completo, el penal y el civil. Pero, sobre todo, es un código de conducta, una moral y una ética, un buen manual de Educación para la Ciudadanía. Espigo algún consejo: “Cuando pudiere y debiere tener lugar la equidad, no cargues todo el rigor de la ley al delincuente; que no es mejor la fama del juez riguroso que la del compasivo”. Y este otro: “Al culpado que cayere debajo de tu jurisdicción… muéstratele piadoso y clemente; porque aunque los atributos de Dios todos son iguales, más resplandece y campea a nuestro ver el de la misericordia que el de la justicia”.
Hablamos del contexto del S XVII, pero, mutatis mutandis, me sirven como principios. Cada día entiendo menos el sentido de venganza que creo observar en demasiadas personas. Ni siquiera termino de entender las palabras y los tonos de los más allegados a los que han sufrido desgracias. Parece que se les va la vida en conseguir que los culpables paguen hasta el último céntimo de su pena. Los puedo entender en su dolor momentáneo, pero no cuando va pasando el tiempo y la reflexión tendría que ocupar el puesto de los instintos. ¿Para qué sirve esto? ¿Qué se consigue con ello? ¿Qué conciencia se acalla si no es el estruendo del instinto y de la venganza? ¿No le queda ningún resquicio al perdón? ¿Y la reconciliación? ¿Y el arrepentimiento? ¿Y la buena voluntad? ¿Y el futuro? La parte más hermosa de la vida no está en el diente por diente sino en el abrazo con el abrazo, la ayuda con la ayuda, la buena voluntad rellenando desajustes, el amor, coño, el amor como objetivo y como práctica diaria, la intención de mejora como propósito y el reparto de derechos y deberes.
Sigo pensando que la vida no puede regularse en un código ni en un montón de artículos. Es algo mucho más amplio, más complejo y a la vez más sencillo. Solo se deja vivir intensamente cuando olvidamos artículos y versículos y nos atamos al cuajarón del sentido común y de la buena voluntad en todos aquellos momentos en los que la literalidad nos juega malas pasadas.
Al fin, al pobre Sancho lo echaron del gobierno de la ínsula la aplicación de las leyes y las normas, los reglamentos vacuos y las costumbres tontas. Bien se ve en la lectura cómo chocan con su buen sentido común y con sus elementales y saludables razonamientos.
Tal vez hay muchos regidores públicos y privados a los que habría que llamar a capítulo, encerrarlos con Don Quijote y no dejarlos salir hasta que no aprendieran los fundamentos de este capítulo del libro, con promesa de aplicación en sus mandatos.
sábado, 2 de agosto de 2008
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1 comentario:
Desde luego no puedo estar más de acuerdo contigo y más mirando alrededor en que cualquier día parece que se va a aplicar el Código Penal por equivocarte de número al llamar por teléfono.
Estamos utilizando demasiado los artículos civiles o penales tratando de resolver asuntos que, generalmente, se resolverían con tres conceptos: amor, respeto a los demás como a uno mismo y educación, mucha educación.
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