No tengo muchas fuerzas para explorar nuevos caminos. Tampoco en el mundo de la lectura. En verano me doy cuenta de que vuelvo con más frecuencia a los clásicos que en otra época del año. Sin proponérmelo, ayer y hoy me he visto con Machado entre las manos. Quiero decir don Antonio Machado, ese viejo poeta de ribetes decimonónicos que a mí tanto me gusta y al que no me importa llamar maestro con todas las letras. Incluso cuando me sume en la melancolía, que son muchas veces. Me gusta más cuanto más logra la hondura en la brevedad, cuando hay en él tanto de filósofo como de poeta. Podría anotar tantas cosas de sus versos.
Casi al azar hoy me quedo con esta joya: “!Ojos que a la luz se abrieron / un día para, después, / ciegos tornar a la tierra, / hartos de mirar sin ver”. Yo también me siento en los ecos de la tarde harto de mirar sin realmente ver, deseoso de alcanzar colores que se me niegan y serenidades que se me escapan. Y, a pesar de todo, he de seguir mirando, por si se escapara algún rayo que me deslumbrara. Porque el crepúsculo se anuncia y no se aclara el sol de la inteligencia, más bien se muestra más sombrío.
N.B. En el andar diario anoto mi pésame para Mercedes Colorado, José Manuel Andrino y Mateo Merino. En sus seres queridos se ejemplifican hoy mejor que en nadie los versos de Machado.
lunes, 18 de agosto de 2008
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