martes, 26 de agosto de 2008

DESEO EL SILENCIO

Deseo el silencio en toda su intensidad, quiero que las paredes enmudezcan, que no llegue hasta esta habitación ningún desasosiego que llegue de otros mundos inconexos, que la serenidad reine tranquila, que mi cuerpo sea solo la suma de mis músculos que buscan el reposo, que el sueño se apodere de lo que tiene falta de razón, que todo se desposea de sus lazos comunicativos, que el exterior se acerque sin hacer ningún ruido, que no me llame nadie si no es con los nudillos a la puerta, que el cartero se entere de una vez que hay otras casas a las que llamar cuando pasa por aquí cada mañana, que los niños que juegan en la plaza lo hagan con voz suave y cadenciosa, que arrullen con sus vocecitas los ritmos del descanso, que no pasen los coches a más de mil revoluciones, que la gente se vuelva con sus compras contenta y en silencio, que las células guarden un minuto de reposo en memoria de la desmemoria, que se aplaquen las causas y no busquen sin fin las consecuencias, que yo entienda que no debo pedir con tanta insistencia lo que no se me va a dar porque no está en las reglas de la naturaleza, que aprenda a describir y a ausentarme del mundo de las explicaciones cuando llevan a fines no buscados, que el sol no alumbre tanto pues las tinieblas son buen escondite para la suspensión y para el reposo, que se serene el tiempo y que no haga estropicios el espacio acotando terrenos en lugares oscuros, que mi cuerpo incorpore la frescura que trae cada mañana a pesar de estas formas verborreicas que llegan del salón de mi casa, que sepa que hay cuidados intensivos que tiene unas fechas limitadas, que comprenda también que hay quien ha hecho de ellos toda una profesión, que haga cierta la idea de que el amor es eso, dar sin buscar la lógica del hecho ni esperar la razón en la respuesta, que certifique entonces lo que sé que es bien seguro: que el instante postrero es de gozo cuando el camino se ha andado con cariño, que dé por normal que la vida es suma de elementos de signo bien contrario, que haga mío el adagio de los tiempos latinos de “tras la tempestad viene la calma”, que sienta como ahora siento que mi madre se rinde al sueño en el momento en que tecleo estas líneas, que su naturaleza descanse tiernamente, que sean sus días tranquilos, que yo sepa mirarlos con calma y con amor, que mis besos se agranden, que menudeen siempre como menudean ahora, que abra los ojos y que vea la calma en mi contorno y yo sepa abrirle las puertas para que se quede en mí.
Mi madre se ha dormido mientras he escrito esto. Descansa, reina mía.

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