jueves, 25 de noviembre de 2010

VIOLENCIA DE GÉNERO

Cada año, por estas fechas, se celebra el Día Mundial Contra la Violencia de Género. Es uno más de estos símbolos en los que nos movemos y que ayudan, solo en escasa medida, a ir limando aristas en un asunto que no se arregla ni por decreto ni de un día para el siguiente. Una asociación de mujeres me había invitado para que les leyera algo. No ha podido ser porque tenía que estar en otro sitio a esa misma hora.

Es caso arduo este de la violencia llamada de género y abarca demasiadas variables como para que la solución se atisbe próxima. Voy a citar solo dos variantes, de muy diverso origen, pero de semejante dificultad, según me parece, y que acusan, por separado, en un caso a los hombres y en otra directamente a las mujeres.

Ahí va la primera. ¿Cómo se puede arreglar esto en poco tiempo si venimos, por ejemplo, de una cultura religiosa absolutamente dominante en la que la mujer ha tenido siempre una función totalmente secundaria? Y esa cultura religiosa, cristiana y católica para mayor concreción, ha anegado toda la vida de esta sociedad española y occidental. ¿Qué valor se le ha dado a la mujer si no ha sido la de recluirla en casa y la de aconsejarle siempre la resignación y el perdón en los casos de abuso masculino? ¿Acaso no tiene todavía hoy repercusión esa “educación” en la diferente manera de comportarse unas y otros en las infidelidades o en las actividades laborales? Como en esta situación la ventaja parece que se inclina hacia el hombre, habrá que achacarle mayor parte de culpa y habrá que exigirle mayor grado de implicación en el cambio de tendencia. Pero sería bueno que no nos quedáramos en lo emocional del rechazo inmediato sino que buscáramos las causas últimas que explican los hechos. Ahí hay una variable, solo una, pero creo que muy importante.

Y aquí la segunda. Me produce un sentimiento muy difícil de explicar, porque tengo que utilizar los rodeos, cualquier situación en la que la mujer se manifiesta sin remilgos como si fuera un trofeo que el hombre tiene que conquistar y aquellas otras en las que, sin pudor, se manifiesta dispuesta a cualquier impulso amoroso según con qué varón y según con qué personaje, fundamentalmente del mundo del espectáculo. Me da vergüenza ser más explícito porque no quiero señalar nada concreto ni equivocarme del todo pues sé que estoy tocando un polo muy sensible, pero creo que cualquiera me puede entender.

Si tuviera razón en lo que aquí esbozo, ¿qué esquema de sumisión es el que se está defendiendo?, ¿no será el mismo que después se quiere atacar y cambiar?, ¿no andaremos en contradicción demasiado evidente? Una mujer no puede ser un trofeo de caza porque, si no, habría que abrir períodos de veda y organizar cacerías. Tengo la sensación de que muchos seres femeninos se sienten muy bien como trofeos que tienen que ser abatidos, como torres que tienen que ser alcanzadas, como castillos que tienen que ser derribadas. ¿Qué otra cosa es eso de sentirse la mujer más deseada, por ejemplo? ¿Deseada para qué? A ver si nos quitamos la careta de una vez y empezamos a ser serios. Sea cual sea el origen y el recorrido de esta situación, el principal trabajo le corresponde a la mujer para el cambio hacia una igualdad de iniciativas.

Hay mucho que cambiar por parte de todos. Y no es fácil. Quizás lo mejor no sea contentarnos con los instantes emocionales sino analizar sosegadamente las principales variables en las que se arrastra esta pesadilla, rebuscar para hallar las razones primeras y atacarlas desde todos los ángulos y sobre todo en sus raíces. Las mujeres también tienen mucho que decir. Y que cambiar en sus actitudes.

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