miércoles, 17 de noviembre de 2010

UN ALEGATO VIP POR LA EXPERIENCIA

No me dan demasiado respiro, o eso creo yo, los primeros meses de mi situación jubilar. Ayer por la tarde dediqué un par de horas a dar unas clases en esa admirable institución que se llama Universidad de la Experiencia. Con la pretensión ilusa -y un poco ilusionada, porque, si no, nada funciona- de comentar un método de lectura que pretende hacer esta más interesante y atractiva, me presenté y estuve esas dos horas en las aulas. Volveré otro día para tratar de poner en práctica lo que les comenté. A ver si han hecho los deberes de lectura y se prestan al comentario colectivo.

Vi a gente madura de todos los colores y de todas las profesiones sentada en los pupitres. Y me sentí confortado. Había gente de la sanidad, del mundo del teatro, del mundo del orden, de la administración, amas de casa, señoras con mando en plaza y señoras con mando en casa, gente de la justicia, del comercio, de la enseñanza… Un poco de todo. Como es la vida en su variedad y en su conjunto. Me gusta ver el mundo que allí se concreta porque representa una hermosa mezcla de profesiones y de caminos largos que la vida va cumpliendo.

Tengo alguna experiencia en estos cursos y siempre mi actividad me ha resultado reconfortante y agradable.

Pero muy por encima de lo que allí veía, se me representaba y se me representa lo que allí y en todos los lugares se pierde y se olvida, se deja en la cochera del recuerdo durante poco tiempo y se tira al contenedor del olvido. Cuando la gente llega hasta una edad, parece que todo se haya ya cumplido. Da la impresión de que ya no tuviera nadie nada que ofrecer y que tiene todo el mundo que irse acomodando en el tren difuso que te lleva cada vez hacia un lugar más indefinido y silencioso.

En esta sociedad competitiva y acaso tan poco competente, en la que el mito de la eterna juventud es lo que rige, en este discurrir en el que hay que atender a los niveles de población que alcancen un poder adquisitivo que se pueda traducir en ventas y cuentas de resultados, todo se supedita a la alabanza y muestra pública de esa ralea ficticia y siempre renovable para que el producto corra. A aquel grupo de población que ya está encasillada en su pensión mensual se la confina al calorcito de la televisión, al juego y pasarratos, a la imbecilidad en suma.

Pensaba en esas horas en todo lo que había allí guardado sin posibilidad de ser mostrado, de ser prestado en ayuda solidaria de todos los demás, en todo lo que estaba condenado al olvido y a la nada, en tanta experiencia junta y bien ahormada que se irá arrinconando sin remedio y reduciéndose a una triste memoria.

Creo que, hasta en términos de réditos electorales -y ya es triste pensar así- este asunto de la gente mayor tiene que ser tratado con mayor equidad y hasta ternura. No hay comunidad que se quiera humanizada y que pueda prescindir de tanto bueno, de tanto almacén repleto de experiencia y de necesidad de dar a manos llenas. Ya sé que hay mucha gente que se busca la vida por su cuenta, pero pienso en tantas otras gentes que no pueden mostrar sus cualidades, que no pueden decir aquí sigo en la brecha, que no pueden buscarse la autoestima. No se puede aguantar tanto dispendio.

Algo hay que hacer con esto. Cada uno desde aquel poquito que tenga acumulado en al ancho canal de su experiencia.

Habrá que convencerse de que hay vida más allá de los números, más allá de las cuentas y del PIB. Yo no sé si los grandes bancos o el FMI habrán pensado en ello.

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