sábado, 20 de noviembre de 2010

HABITO SIN REMEDIO EN LAS AFUERAS

HABITO SIN REMEDIO EN LAS AFUERAS

Habito sin remedio en las afueras,
allí donde las luces se desdibujan todas
y solo evocan guiños del asfalto lejano.
Por estos arrabales no existen los semáforos
ni circula la guardia de corps
que certifica todo para que todo siga
sujeto al orden y a la ley del miedo.
Nadie enciende las voces ni se somete al eco
de lo que exige su último sentido
solo si alcanza a todo el mundo en el fragor del caos.

También otra ciudad me da la espalda;
es aquella que afirma, niega
y no conoce el reino de la duda,
en el que vivo y siento cada día.

Habito con placer y con ternura
esta casa de campo solitaria
hasta la que no llegan carreteras.

Aquí hay sol y pintura en los balcones,
esencia de romero en las laderas,
luz y paisaje intensos en el cielo,
desnudez en la tierra y blanca nieve
a lomos de una sierra
cuajada en el silencio de la altura.
Aquí un atardecer atardece de veras,
y la noche se torna cristalina
en los otoños fríos de la ciudad dormida,
las aceras se agotan cuando llega el crepúsculo
y vuelven a llenarse de vacío
cuando luce el fulgor de un nuevo día.

Pero, ay, también aquí los arrabales
me dejan con frecuencia en la estacada,
me enfrentan con mi esencia,
me ponen cara a cara, en lucha a muerte
con la duda continua que me habita
en los extraños reinos del tiempo y del espacio.

Aquí sigo varado,
sin ganas de volver a la ciudad con luces
ni de ser triste pasto enmudecido
de las voces del caos,
en diálogo constante
con ese ser extraño “que siempre va conmigo.”

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