miércoles, 10 de noviembre de 2010

DE LA NORMA Y LO NORMAL: "QUE YO SOY NORMAL"

Me llega como nuevo regalo de la factoría Comendador el libro “Que yo soy normal”, del propio Luis Felipe.

Nunca había sabido tanto de un libro antes de leerlo y eso que (para mi desgracia, y lo siento demasiado) nadie me había dado ni siquiera una simple pista de lo que se cocía. Cosas de la vida.

Lo he leído de un tirón y casi sin pausa. Hay muchas razones que lo justifican pero seguramente no será la menor la del interés que ha suscitado en mí.

Yo no sé definir este libro, ni encuadrarlo en ningún género ni siquiera resumirlo, ni ofrecer una impresión globalizadora del mismo. Tal vez ni falta que hace.

Desde un pretexto teórico -un loco en un manicomio-, el autor se siente legitimado para embaular en estas páginas todo lo que su mente le pedía. El pretexto es estupendo pues disculpa cualquier exceso, difumina cualquier comportamiento y desdibuja todo léxico y situación embarazosa. Es el viejo truco de distinción entre persona, autor y protagonista. ¿Cuánto hay de cada uno de los tres en estas casi trescientas páginas? Tampoco importa tanto delimitarlo. Lo importante es entender que, bajo el paraguas del protagonista literario, el autor puede vaciarse y puede vaciar la propia persona en elementos, reales en ocasiones, e irreales y siempre acomodados al mundo literario en todos los momentos.

¿Qué es, pues este libro? ¿Es una novela? ¿Es un libro de memorias noveladas? ¿Es una novela autobiográfica? ¿Es un pastiche en el que cabe cualquier queso en porciones? Las palabras de la contracubierta son reveladoras y yo las asumo y las rubrico: “Que yo soy normal” puede ser perfectamente un tratado completo de filosofía intranscendente, una clase caótica de estilo literario, un ensayo mellado sobre una vida hecha, un juego entre la memoria real y la memoria inventada, un diario constrictor, un ejercicio precreativo, un drama jocoso o dos novelas cortas y un diario mal mezclados en la Túrmix de casa… también puede ser nada, que ya es algo.”

Tengo la sensación de que es casi todo esto e incluso más. Y eso no es que sea algo, es que es mucho, tal vez demasiado. El único apelativo que yo le negaría acaso sería precisamente el de novela, pues no cumple los requisitos que el género prescribe. Ni falta que hace.

Mi impresión es la de que el autor ha aprovechado los materiales ya existentes para realizar un compendio de expresión formal y significativo en el que lo fundamental termina siendo la libertad de expresión y la provocación significativa desde los elementos diarísticos.

La organización de elementos de recuerdo de los tiempos juveniles, apenas disimulados, pero agrandados y desenjaulados en la plaza pública con escasos reparos, la repetición del texto del famoso “Hombre de las cuatro” y los flases del diario más elaborados forman las tres patas en las que se sostiene a duras penas la unidad de este conjunto tan dispar y tan autónomo. De hecho, cada parte se puede leer por separado y hasta, creo que se puede asegurar, está concebida por separado. Solo la figura del loco configura un hilo de Ariadna que nos ayuda a seguir en el extraño laberinto.

Tengo que confesar que a mí lo que más me interesa es la parte del diario. En ese campo el autor creo que se mueve a la altura de los mejores y aun vuela más alto.

Cada consideración me suscita mil preguntas y me deja en el asombro. Muchísimas de sus anotaciones son poemas acabados y que pueden figurar en página autónoma de cualquier poemario. Por ejemplo este en el que me tomo la molestia de cortar en versos: “Soy el sordo de la esquina, / el que busca sin prisa el “sub hoc túmulo…” / que lo resuma y teste, / el delator sin lengua, / el sastre de palabras mal cosidas, / el tartamudo… / soy el marqués sin frac ni sobretodo, / la nube que no acierta a llover cuando es preciso, / el patán indolente con zapatos, / el gorrión dañino / (no soy el siervo de Dios, que Dios me libre) … / soy cuanto quise ser (pero aún no todo), / soy boca arriba a veces, / soy la imposible hazaña que imaginé de chico, / soy el que inclina y alza, / el que pretende y vota… (…)”Pg. 50.

Ya digo que de cada uno de estos fogonazos puedo extraer llama para calentarme un rato.

Las otras dos partes son ensayos y juegos literarios. No sé muy bien por qué el autor incluye toda la parte de “El tipo de las cuatro”, que ya nos había dejado hace años y de forma autónoma. Responde, en todo caso a un ejercicio casi desternillante de metaliteratura, de práctica real de lo que puede ser la concepción de una obra larga, de lo que puede pasar por la cabeza a un escritor cuando se enfrenta a la creación y no lo hace en aventura suelta, a ver lo que sale. Como se puede observar, no siempre el intento resulta positivo y el juego viene a demostrar que la planificación es buena pero que la obsesión y la cuadrícula pueden ofrecernos un remedio peor que la enfermedad que queremos curar. Para mí que el autor llegó a quedar convencido para los restos -¿no lo habría estado desde siempre?- de que conviene vencer la balanza por el lado de la libertad y de la inmediatez antes que por el de la planificación. ¿Cómo se le puede pedir, entonces, el desarrollo pausado de un proceso? De momento se ha movido en el plano corto y ha renegado de los desarrollos minuciosos. Es como si se sintiera indefenso y pobre ante cualquier cosa que no considere esencial. Es característica fundamental de toda su obra y ahora no iba a ser menos.

Por eso esta mezcolanza rara que consigue atarse en obra unitaria muy a duras penas, pero que gana en frescura, en inmediatez y en esencialidad. Casi cada línea se puede y se debe leer por separado y tiene autonomía para andar de frente por la vida.

La norma -creo que ya lo he escrito varias veces- contiene dos acepciones muy distintas. Una tiene que ver con lo que más se repite, lo que hace casi todo el mundo, con lo más frecuente. La otra hace referencia a lo que se ajusta a la norma, a la ley, al precepto, a la convención reglada. Hay acciones que se ajustan a la norma legal, que son normales, pero que no son práctica común entre la gente. Se producen otras que son frecuentes entre las persona pero que no siempre se ajustan a lo que está reglado.

Sospecho que el autor piensa un poco más en aquella acepción de lo frecuente cuando se declara en el título como gente normal (“Que yo soy normal”), como otro individuo más entre el gentío, como alguien que lo único que tiene de especial es que se desborda y deja desatados los complejos para manifestarse con franqueza en medio de la norma y de la prohibición. El título es una reivindicación a favor del loco de sus páginas.

Hay mucho que decir sobre ese asunto y no sé si estaría en todo de acuerdo. Por ejemplo, no estoy seguro de que sea lo mejor que cualquier potencialidad que posea el ser humano tenga que ser desarrollada. Tampoco estoy seguro de que el sexo sea elemento casi único en el caminar de cualquier persona. Ni de que el ser humano pueda caminar desde la individualidad exclusivamente. Ni…

Pero es que yo sí que no soy normal. Porque me veo tipo raro entre los raros, porque me resultan casi todas las cosas incoherentes, porque me noto extraño en las aceras, porque mi escala de valores no encaja por las plazas. Por demasiadas cosas. Pero esto es otro asunto que deriva del libro pero que no es el libro.

No conozco otros libros de tan clara miscelánea que me sugieran tanto, que recojan como de aluvión tanto pensamiento ni tanto experimento. Quizás no había otra forma de concentrar objetos tan diversos. Yo me alegro por haber asistido -aunque tan tarde, ay- a esta prueba. Hay que leerlo y disfrutar leyéndolo. Y después releerlo para ponerle pegas y discutir con él de tantas cosas.

4 comentarios:

Luis Felipe Comendador dijo...

Muchas gracias, Antonio.
Un abrazote.

Así hablo Zarathustra dijo...

Con este "prólogo" se le hace a uno la boca agua. Estoy deseando incarle el diente....

mojadopapel dijo...

Me gustó "el tipo de las cuatro", y lo que pintas parece interesante... ya tengo ganas de pillarlo.

PENELOPE-GELU dijo...

Buenas noches, profesor Gutiérrez Turrión:

¿Qué es lo normal? ¿Los que fijaron las normas, eran normales?.¿En qué momento se fijaron las normas?. ¿No están caducas?.

En un diario, si no se es un buen mentiroso, dotado de una grandísima memoria, al cabo de un tiempo, el lector interesado y curioso sabrá descubrir la persona real que hay detrás de lo escrito, incluso el mundo en el que se mueve.
De la página 50 que usted ha seleccionado y separado en versos, me quedo con..."soy la imposible hazaña que imaginé de chico".
Creo que es el mejor autorretrato.
Un inteligente escritor que sigue siendo un niño grande, y que hace lo que le gusta, en serio, como jugando.

Saludos. Gelu

P.D.: Me gustaría presenciar, sin ser vista, alguna de las charlas entre dos personas tan diferentes como son Luis Felipe Comendador y usted. Daría contenido para otro diario.