jueves, 1 de julio de 2010

IR A TONDAS

¿Ir a tonda? ¿Ir de tonda? ¿Ir a tondas? Me cuesta aquilatar esta expresión tan bejarana. No acabo de encajar su origen ni su etimología, pero sé que era muy utilizada entre los habitantes de la ciudad estrecha. Hoy tal vez no se conozca tanto porque no se practique eso de ir a tondas. Y menos ahora en el buen tiempo. En otoño, con las castañas en sazón, es cosa bien distinta. Lo saben muy bien los montes del Castañar. La conozco usada en plural pero me quedan dudas, sobre todo porque no alcanzo una etimología que me satisfaga. En todo caso, ir a tondas siempre implica apropiarse de frutos de manera poco legal.

Pues a ello que nos fuimos, como adolescentes reveníos. Por los caminos serranos de Candelario, de La Garganta y de Hervás. Dejamos el pantano repleto de agua y avistamos, como tantas veces, las lomas de La Garganta y los edénicos valles de Hervás. En ellos nos hundimos, en su frescura y en sus regatos.

El regato Balozano sigue bravo y fresco en su corriente, monte abajo. Hasta él nos acercamos para contemplarlo. Qué pozas tan umbrosas. Allí también las ninfas se relajan y a nosotros no nos hubiera importado darnos un refrescante baño. ¡!No penetra casi el sol en todo el día!! ¿Se puede pedir algún sitio más atractivo y sugerente? ¡!Y todo gratis!! Apenas cuesta un poco de ánimo y unos pasos por la senda. No quiero saber nada del calor de las playas, por favor.

Entre sombras anduvimos, ascendiendo hasta la pista Heidi. Alguna vez he criticado al ocurrente que tuvo la idea de darle tal apelativo a esta hermosa senda que cruza toda la sierra de Hervás a media altura.

Íbamos a pasear, claro. Pero también íbamos a reponer existencias de yerbas naturales que tan buenos guisos hacen con los sólidos y con los líquidos durante todo el año. Queríamos mejorana, buscábamos orégano, cogeríamos cerezas, acaso recogeríamos también hipérico. Y todo estaba allí, en el campo, en las laderas de Hervás, a la mano, al lado del camino, diciendo cógeme.

Y no debíamos ser desagradecidos. De modo que -que no se entere nadie- cortamos unas buenas matas de orégano, todo en su punto, menudeamos media bolsa de mejorana para cualquier guiso y dimos vista a las cerezas. El hipérico lo dejamos todo para que Jesús Tiedra lo recoja y haga con él sus aceites curativos.

Las cerezas en Hervás en poco tienen que envidiar a las del Valle del Jerte. Buena parte de la ladera que mira al sur, llena de agua y de sol, presta agradecida sus frutos en estas fechas. No todas son recogidas por sus dueños. Hay razones que lo explican. Así que descansamos para desayunar. Manolo se encargó de aromar su pequeño bocadillo con mejorana -como si fueran pocas las hierbas que íbamos a ingerir con los tes y con el aguardiente-. Este hombre cambia todo con sus sustancias y con sus aromas. Vino, anchoas, queso, chorizo, tomate, champán (algo había que celebrar), pan, queso. Todo en pequeñas dosis, claro, y mirando al horizonte a nuestros pies.

¿Y las cerezas? Allí estaban, en los cerezos. Probamos unas, miramos otras, desechamos las que menos nos llamaban la atención, nos hicimos dueños y amos de una finca, abrimos una bolsa, la llenamos con tranquilidad pues todo era nuestro, se nos fue la lengua en asuntos medio serios, medio sublimes (Platón cogía cerezas a dos manos), menudeamos varios árboles, nos regodeamos en la acción, exigimos mentalmente al dueño desconocido que para otra ocasión dejara la puerta de la finca abierta, llenamos una segunda bolsa, comimos hasta saciarnos, volvimos a mirar el horizonte, deseamos por un momento que apareciera el dueño y nos pillara para que así la acción de ir a tondas alcanzara su morbillo (se las habríamos comprado a buen precio), no hubo manera por más que lo esperamos, cargamos con las mochilas y con las bolsas “atarracaditas” de frutos rojos, colocamos las bolsas acogolmadas en un bastón que apenas soportaba su peso, lo cogimos cada uno de una esquina y nos pusimos en camino ladera abajo. Su trabajo nos costó llegar hasta la carretera. Yo creo que el dueño nos tenía que indemnizar por ello. No hubo caso. A la falta de morbo se le opuso una serenidad casi chulesca, un estar como dueños del campo, una tranquilidad propia de los jornaleros.

En Hervás las vendían a euro y medio, y algunas a dos euros. No tenían mejor pinta que las nuestras.

Manolo, ¿qué vamos a hacer con tantas cerezas? Cuidado, no comerlas calientes.

2 comentarios:

Sinda dijo...

La expresión "ir a tondas" la asocio con Mercedes, porque sólo se la he oído a ella, y porque le encanta hacerlo.
La primera vez que se lo oí, lo asocié con el verbo francés "tondre", que además de significar rapar, esquilar, es también cortar la hierba, y familiarmente, "robar","desplumar".
Qué gozosamente vivís los jubilados!
Tengo ganas de alcanzar ese estatus.

Un beso para los dos

antonio merino dijo...

A mi entender, el hecho de “ir a tonda”, expresión que siempre he escuchado en singular y nunca he oído decir fuera de Béjar, se trata solo de coger un poco de fruta, en lugar prohibido, para consumir prácticamente en el momento. Lo vuestro, según lo cuentas, no fue “ir a tonda”; convertisteis el hecho en un robo claro, llevado a cabo con premeditación –que ya venías tú semanas atrás con ganas de hacerlo-y escala. Pero, ¡cómo me hubiera gustado a mí ser también ladrón “tondeador” de cerezas y, después de pasarlas por el agua cristalina de algún arroyo, poder saborearlas lentamente en la umbría!. Para otra vez, avisa, coño. ¡Que os aprovechen!.