lunes, 19 de julio de 2010

ESOS TIPOS BRUMOSOS

Esta mañana, como hago casi todos los días, me he levantado cuando el sol aparecía por lo alto de la montaña y el reloj se encaminaba hacia las ocho. He repetido las mismas rutinas cotidianas: unos minutos de ejercicios físicos, aseo y vestido. Inmediatamente después he salido de casa con Nena y me he dirigido a los Pinos para dar un paseo de casi una hora. Antes de salir de casa, hemos intercambiado algunas palabras, pocas, pensando en el día, en los quehaceres, en las visitas que aguardamos, en los víveres necesarios, en el tiempo atmosférico…

En el trayecto (nosotros hemos ido en coche) nos hemos cruzado con personas que iban a trabajar o a tomar el fresco del campo. Ni una palabra de intercambio. Alguna era desconocida, casi ninguna era identificable por nosotros. Ni una sola palabra con ellas.

En mi paseo solitario por los pinos me he cruzado con seis personas, en tres grupos, que también paseaban por el paraje. Adiós, buenos días y nada más. A la vuelta a la ciudad las calles ya acogían a muchos coches y a bastantes personas que iban de un sitio a otro. Muchas también desconocidas para mí, otras no. Apenas los mismos clichés: buenos días o adiós. Hoy ni siquiera me he detenido un momento con Jesús en el Parque. Vuelta a casa, ducha, desayuno, arreglos del hogar, lectura de noticias, repaso de alguna página en la red, lectura, escritura…

Hasta después de la comida hoy solo volveré a dar los buenos días a los de la tienda de comestibles: tengo que comprar el pan y algo de fruta. Y veré el telediario.

Sé que a mi lado hay personas, muchas personas, que mi realidad es la relación con esos otros seres, de carne y hueso o de los otros, también, y sobre todo, conmigo mismo, que nada es lo que es si no hay dualidad o multilateralidad, que todo se mide en relación con el número de implicados, que los demás me rozan por todas partes.

A pesar de todo, la convivencia se me hace resbaladiza y gris. Y en este asunto me pongo de ejemplo, pero sospecho que es cualidad que implica a todo ser humano.

Y es que pasan los otros a nuestro lado, brumosos o perdidos, escondidos debajo de sus pieles, con sus vidas a cuestas y en silencio, lejos pero tan cerca, mirando hacia otro lado, con las distancias físicas cruzándose y haciendo madeja pero fabricando distintos trajes, en una multitud de solitarios que gritan sin oírse, que reclaman ser ellos en minutos de gloria, que no se resignan a quedarse en el olvido.

Por desgracia, no sucede nada demasiado diferente cuando las distancias físicas se acortan, se sienta un grupo en torno de una mesa y se acotan un espacio, un tiempo y una idea. Son tan desconocidos los contextos desde los que se configuran las opiniones, se ponen tan al descubierto las diversas formas de organizar la vida, se jerarquizan las palabras y las ideas de manera tan diferente, que, en cualquier momento, surgen o el sinsentido, o el malentendido o la risa como forma para salir del paso sin necesidad de ser más explícito.

Así vamos tirando por la vida, buscando factores comunes, elementos mínimos de convivencia, asideros que nos resulten compartibles, pasarratos.

Con frecuencia me oculto y me retiro ante situaciones que no comprendo bien. No sé si es la mejor fórmula para mantener la supervivencia en niveles aceptables. No lo sé. Luego rumio en silencio y a veces lo describo con pudor en varias líneas.

1 comentario:

mojadopapel dijo...

Brumosa es siempre la relación humana cuando acotamos espacios, y lo hacemos así, casi siempre, como una enseñanza esencial para subsistir, para permanecer centrados con el entorno que nos hemos creado.Cést la víe