Este nuevo tránsito más lento por las horas y los días -en parte por el calor y en parte por la flojera de los horarios- me da un poco más de tiempo para la nostalgia y para el recuerdo.
Ayer mismo paseaba por las sombras que permitía mi plaza a primeras horas de la mañana. Lo hacía empujando el carrito en el que mi nieta Sara dormía plácidamente. Se había despertado antes de lo esperado y me pareció que lo mejor era sacarla al airecillo de la calle. Se durmió enseguida. La miraba y la contemplaba cómo dormía a pierna suelta, en su carrito, ajena a mis pensamientos y dejada de cualquier preocupación.
Hace un par de años también paseaba a mi madre en su carrito y ajena a su manera al paso del tiempo y de las horas, en aquel despedirse lento y tristísimo.
Ayer se me reprodujeron las imágenes y acaso sentí sensaciones similares. Agarré con fuerzas el carrito y me olvidé de todo. De todo menos de ellas dos. Mi madre en su final, mi nieta Sara en sus comienzos.
Y yo en medio de la vida, viendo correr el tiempo sin poder hacer nada para cambiar su rumbo y su velocidad.
Solo me falta tiempo, ya solo quiero tiempo, solo me gana el tiempo, me aguarda solo el tiempo.
Paseábamos los tres en el silencio de la mañana. Cada uno en su silencio. Y yo viviendo a gritos mi silencio.
El día se puso cálido en medio del silencio. La plaza daba voces en medio del silencio
viernes, 9 de julio de 2010
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