miércoles, 14 de julio de 2010

EL ESTADO DE LA NACIÓN

Cada mañana, cuando me levanto, cumplo con algunos rituales. Uno de ellos es el de pensar en algún hecho colectivo que vaya a mantener ocupada la atención de buena parte de la comunidad. Hoy me salen algunos al encuentro: Fiesta nacional francesa, debate de la nación, restos de cuarto orden de los triunfos deportivos… En fin, como cada día, aquellos hechos que los medios quieran elevar a la cúspide de nuestras miradas.

Pero hay otras formas de levantar el día, más humildes y menos glamurosas, aunque tengo para mí que más sabrosas también. Por ejemplo.

Aprovecho estos días de verano claro, caluroso y diáfano para pasear por los Pinos. Hasta allí subo con Nena, que aún no goza de vacaciones. Desde Montemario inicio mi paseo entra la brisa y los primeros rayos del sol. A estas alturas, cualquier observador fino puede darse cuenta de que al sol ya le cuesta un poquito más asomarse por lo alto de la sierra. Son solo algunos minutos, pero todo va poco a poco dando otro perfil.

Por las calles de Béjar apenas se desperezan algunas personas a las ocho de la mañana. Las que empiezan su trabajo a esa hora ya estarán en sus puestos y las demás dormirán el sueño plácido de los que no tienen ni prisa ni obligaciones.

Con mi cayada como ayuda y compañía rítmica, enfilo la subida por la Fuente de la Hoja. Los rayos me avistan de perfil y son muy flojos ahora. Es la brisa la que me roza la piel y la que me saluda fresca entre pinos, castaños y robles. Los helechos ya han crecido también y alzan la vista altaneros desde el suelo. Bebo un trago en la fuente para seguir con mi costumbre de pensarme más naturaleza y sigo en mi devaneo físico y mental por el sendero que atraviesa el pinar. Alguien dijo algún día que este paraje es el pulmón de esta ciudad estrecha bejarana. No diría yo tanto, pero sí aseguro que es un jardín fresco y reconfortante en el verano caluroso que me invita y me incita a pasear por él en cuanto tengo oportunidad.

Cada cierto trecho me encuentro con alguien que pasea con algún perro. Definitivamente, no son mi predilección los perros. Procuro serenamente apartarme de la senda para que no se me acerquen, aligero el paso y sigo mi camino monte arriba. ¿De dónde sale tanto perro? ¿Qué razas son estas que asuntan a cualquier paseante? ¿Por qué no van controlados por sus dueños?

El camino es sabroso y propicio al pensamiento. Todo él es un dosel de ramas y de hojas. Bajo ese palio camino sin prisas y subo hasta las cascadas, que siguen y seguirán incansables vertiendo las aguas monte abajo, camino de la mar que es el olvido.

Enseguida cambio la orientación y aparecen las lomas de la sierra a mi vista. Quedan todavía algunos diminutos neveros, que ya no aguantarán demasiados días el empuje del calor. Pero la vista desde esta otra ladera es fantástica. Es un inmenso mar verde el que se ofrece ante mis ojos, con el río en lo hondo y con el cielo limpio en lo más alto. El sol sigue despertando sin complejos. La brisa permanece. Mis pulmones se llenan de aire y de satisfacción.

Por los Pinos hago ochos, recorro los senderos, me acerco hasta el frente de Navahonda, me encuentro con paseantes que van y vienen. Con alguno me paro y lo saludo.

El señor Benjamín tiene ochenta y muchos años. A diario camina por los Pinos solitario y lento. Me dice que sube hasta los Praos Domingo y que echa la mañana para subir y bajar. Y así cada día desde hace una eternidad. No le queda otra eternidad para seguir caminando al señor Benjamín, pero yo sí se la deseo mientras le recuerdo el viaje que en una vieja furgoneta hicimos hasta Barcelona hace ya tantos años. El señor Benjamín casi no lo recuerda. Yo tengo imágenes más nítidas que las suyas.

Alguna hermosa mujer camina llevando como compañía algún perro y se deja y se pierde por entre los pinos mañaneros. Los empelados de Aqualia revisan a diario los niveles en los estanques y algún encargado de repartir pan vuela en su furgoneta por la senda que conduce hasta la Canaleja. ¿Adónde va el pobre imbécil? ¿Qué quiere ganar con esas carreras sin sentido? ¿Qué se juega en la tontería? ¿Qué circunstancias le empujan a actuar con esas prisas y con esa insensatez? ¿Qué escala de valores es la suya? ¿Quién ha contribuido a que la haya forjado de esa manera? De poco le sirve que algunos caminantes le señalen con las manos su imprudencia: parece que esas reconvenciones le dan más alas. Pobre imbécil. Para más señas, la furgoneta era de Panbesa y el pan que cuecen y hornean es malísimo: a la porra con el conductor y con la panificadora.

Cuando regreso al asfalto, la ciudad se ha puesto un poco más en pie. Los coches circulan por la carretera, los transeúntes se mueven y menudean por las aceras, algunos se reúnen con sus cayadas y sus indumentarias deportivas para pasear y llenar la mañana en los parajes lujuriosos de esta ciudad montañera.

El Parque de la Corredera está casi vacío. Hoy no veo ni a los empleados que lo cuidan. Pronto se llenará de personas ociosas que llenarán sus bancos al amparo del sol y en la degustación de su fresco. Esa es ya otra capa del discurrir diario de una comunidad cualquiera, esta por ejemplo.

Cuando llego a casa, me ducho, desayuno y realizo algunas tares domésticas. Ya estoy dispuesto para teclear y dar cuerpo a estas pequeñas sensaciones de diario y de mañana.

A lo lejos andarán los de siempre enfrentados y como si se jugaran la vida por complacer los instintos de los de su grupo, que aplaudirán o jalearán a la menor ocasión. Y casi todo se nos irá en esa catarsis que se produce al ver que unos vencen a otros, que una figura apabulla a otra o que una parte gana por goleada frente a otra que muerde el polvo de la derrota y que debe prestarse al escarnio de la comunidad. Los medios de comunicación se encargan de enlatar todas estas bajas pasiones y de mostrárnoslas como si de grandes tratados filosóficos se tratara. Y nosotros seremos otra vez los espectadores de ese circo del mundo en el que todo es artificio y traza, todo espejo de vanidades y todo apariencia y fachada exterior.

Ellos querrán que ese sea el estado de la nación. Me parece que, más bien, el estado de la nación es el otro. Aunque no dé lectores ni dividendos, ni atice el morbo, ni cree escalas de vencedores y de vencidos, ni ande bebiendo los vientos por el PIB ni por el POB.

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