martes, 20 de julio de 2010

SERÁ POR ESO

Mucho me complace, me divierte y me distrae releer en esa fuente inagotable que es para mí el Quijote los vaivenes que los personajes se tienen con las comidas. Tan dispares don Quijote y Sancho, tan diferentes el caballero y el escudero, tan separados el idealista y el instintivo, tan alejados el liberal y el egoísta.

Hay infinidad de pasajes en los que detenerse para contemplar, reír, pensar y repensar: las bodas de Camacho, las ventas, los cielos rasos, la casas en los que los acogen, el palacio de los duques…

Mucha hambre pasa Sancho por esos mundos de Dios. Seguramente por eso, en cuanto tiene ocasión, se cose con el pan y las viandas hasta el punto de que terminan siendo uno.

De vuelta de la gobernanza de la ínsula Barataria, Sancho se encuentra con Ricote, aquel morisco que vuelve en traje de peregrino, como si anduviera en año de jubileo haciendo el Camino de Santiago con un grupo de tudescos. Pronto “se apartaron a la alameda que se parecía, bien desviados del camino real. Arrojaron los bordones, quitáronse las mucetas o esclavinas y quedaron en pelota, y todos ellos eran muy gentileshombres, excepto Ricote, que ya era hombre entrado en años. Todos traían alforjas, y todas, según pareció, venían bien proveídas, a lo menos de cosas incitativas y que llaman a la sed de dos leguas. Tendiéronse en el suelo y, haciendo manteles de las yerbas, pusieron sobre ellas pan, sal, cuchillos, nueces, rajas de queso, huesos mondos de jamón, que si no se dejaban mascar, no defendían el ser chupados. Pusieron asimismo un manjar negro que dicen que se llama cavial y es hecho de huevos de pescados, gran despertador de la colambre. No faltaron aceitunas, aunque secas y sin adobo alguno, pero sabrosas y entretenidas. Pero lo que más campeó en el campo de aquel banquete fueron seis botas de vino, que cada uno sacó la suya de su alforja: hasta el buen Ricote, que se había transformado de morisco en alemán o en tudeso, sacó la suya, que en grandeza podía competir con las cinco.

Comenzaron a comer con grandísimo gusto y muy de espacio, saboreándose con cada bocado, que le tomaban con la punta del cuchillo, y muy poquito de cada cosa, y luego al punto todos a una levantaron las botas y los brazos en el aire: puestas las bocas en su boca, clavados los ojos en el cielo, no parecía sino que ponían en él puntería; y de esta manera, meneando las cabezas a un lado y a otro, señales que acreditaban el gusto que recibían, se estuvieron un buen espacio, trasegando en sus estómagos las entrañas de la vasijas.

Todo lo miraba Sancho, y de ninguna cosa se dolía, antes, por cumplir con el refrán que él muy bien sabía de “cuando a Roma fueres haz como vieres”, pidió a Ricote la bota y tomó su puntería como los demás y no con menos gusto que ellos.

Cuatro veces dieron lugar las botas para ser empinadas, pero la quinta no fue posible, porque ya estaban más enjutas y secas que un esparto, cosa que puso mustia la alegría que hasta allí habían mostrado.” Cap.LIV Segunda Parte.

¿Qué me recuerda a mí esto? ¿Este placer campestre me es ajeno? Sospecho que no pues, con algunos amigos, menudean los sábados en los que nos convertimos en caballeros de esos que “a las aventuras van”.

Será por eso.