viernes, 23 de julio de 2010

POR LA CUERDA DEL CALVITERO



Y siguen los días de asueto, de descanso, de falta de perspectivas concretas… De naturaleza. Proclamo una vez más que, para mí, la naturaleza cada día es más fuente de reflexión y no solo de recreo.

Hoy mismo he hollado las cimas de esta sierra de Béjar en la que vivo. Lo he hecho desde primera hora de la mañana hasta casi media tarde. No es difícil patear esta sierra del centro de España a pesar de que alcanza casi los 2500 metros de altura, pero situarse a esa altura y recorrer su cuerda casi entera y disfrutar de sus cimas es algo extraordinario y que me llena de satisfacción.

Yo no soy un montañero. Nunca lo he sido. Solo me considero un paseante y un comensal en la fiesta continua de la naturaleza. Siempre me ha gustado el campo aunque mi relación con él no ha discurrido en todo momento por los mismos derroteros. Desde aquellas encinas, peñascales, jaras, chozos y carboneras, pequeños bancales y aguas encajonadas en el río de mi pueblo, el río Quilama, ese que da todo su caudal al Alagón, aunque este se lleve la fama y el nombre, hasta ahora mismo, han transcurrido muchos años, han pasado por mi mente muchas imágenes, por mi cabeza han desfilado cientos de descripciones, acaso miles, en lecturas, que tenían que ver con la naturaleza.

Poco a poco se ha ido asentando en mi conciencia una sensación de que la naturaleza tal vez represente la forma más desnuda de las reglas de la vida, las más permanentes y las que menos engañan. Siempre que estoy en el medio natural hago contraste con la vida urbana. Y frente a la variedad de la vida en la ciudad, me encuentro allí como desnudo y limpio, como elemental e inocente, como más perdido pero más hallado; es allí donde el silencio suena más, donde los elementos que permiten la vida se mezclan a la vista de cualquiera, donde la flora y la fauna cumplen mejor los ciclos naturales, donde la abstracción resulta más cercana y posible, donde soy más todo y más nada a la vez.

Así lo experimentaba hoy mismo en lo alto del Calvitero, mirando en plano cenital todo el circo de Hoyamoros, contemplando desde la Ceja las tres lagunas del Trampal, atravesando colgado el Paso del Diablo, ascendiendo hasta el Torreón, parándome a mirar con lentitud todo el horizonte de las sierras de Gredos, con el Almanzor haciendo de vigía allá en lo alto, con toda la sierra de Barco, con el valle del Jerte allí abajo, en lo hondo, con la vertiente extremeña de la sierra mirando a la comarca de Hervás, con todo el sur de Salamanca a mis pies, con la llanura más alejada, con el cielo inmenso siempre por montera.

Hoy ha sido mío todo el lomo de la sierra, el lomo de esta loba que alimenta a tantos valles, que da frente y compañía al cielo y a las nubes, que mantiene los neveros que le permite el calor -mucho más soportable allí arriba que aquí abajo en el valle-, que sigue con sus puertas abiertas para disfrutar, que será siempre fiel a quien quiera compartir con ella unas horas.

Conmigo vino Manolo Casadiego, este sí, montañero de verdad y compañero real de las sierras. La mañana fue casi perfecta.

Y todo ello sin necesidad de glosar floras y faunas, sencillamente con sentir los elementos de la vida: agua, sol, aire, fuego (sol), tierra (horizonte).

Echar las once en la Ceja, por ejemplo, no tiene parangón con desayunar en hotel de cinco estrellas. La Ceja las tiene todas pues está estrellada y mira al firmamento de tú a tú. Ah, y todo mucho más barato y saludable. Una suerte.

1 comentario:

mojadopapel dijo...

Me gusta esta fantástica descripción que haces de los sentimientos que produce la naturaleza,me siento identificada totalmente con ellos y los comparto, solo falta escaparme de los asuntos diarios y adentrarme en ella, ¡qué suerte tienes de poder hacerlo y saber disfrutar de ella!.... envidia cochina me dáis.