Habíamos contratado los servicios de un electricista (yo no acudí pero debo hacerme solidario) para que nos pusiera al día esto de la TDT con la que andamos a vueltas durante estos días. La semana de vacaciones de la que disfruto me lo permite. No quiero entrar ahora en todo lo que implica este asunto del cambio televisivo.
Lo cierto es que se había quedado para las nueve horas del viernes nueve de abril del año dos mil diez de nuestra era. El susodicho electricista tomó nota de la hora y de la dirección.
Me levanto cuando son casi las ocho. El día está claro y despejado: ya era hora. He dejado sin cumplir mi actividad de los últimos días que consistía en salir durante una media hora al parque cercano para hacer carrera, soltar los músculos y poner mi cuerpo en ritmo y hasta en forma. Lo he sustituido por mis escasos minutos de gimnasia en casa. Enseguida me he duchado, he hecho la cama y he desayunado.
Antes de que dieran las nueve, estaba preparado y sentado en mi terraza. Me puse a leer un libro escrito por mí en 2005: “Que en el mundo han sido”. Creo que desde entonces no he vuelto a encuadernar más folios poéticos en forma de libro, aunque por ahí ruedan unos ciento cincuenta poemas más. Pensaba que la lectura me iba a ocupar tan solo algunos minutos pues suponía -tonto de mí- que una actividad privada y en tiempo de crisis me iba casi a empujar al operario para realizar la actividad que habíamos acordado.
No sé cuánto tiempo hacía que no volvía sobre las páginas de este libro mío. Las páginas y los poemas han ido desgranándose lentamente y en mi mente se han ido haciendo presentes las obsesiones de aquel tiempo, que no son muy distintas a las de ahora. Y se han ido reproduciendo la forma de acceder a ellos: los símbolos y las imágenes más repetidas, las claves significativas, la repetición de términos claves, la manera de cerrar los poemas, la selección de partes…
Mi mente se dividía entre la lectura y la atención que tenía puesta en el timbre que no acababa de sonar.
En algún momento me olvidé del electricista y concentré mi atención en los poemas de mi libro. Sería que la hora acordada era solo aproximada o acaso que al contratado le habría surgido alguna dificultad. Pero el tiempo (es concepto esencial en el libro) seguía implacable desgranándose. El sol en la mañana se hacía alto y poderoso y mi terraza se iluminaba densamente.
Terminé la lectura del libro y me dio tiempo a hacerme consideraciones de estilo y de formas. Por ejemplo del grado de concentración que la abstracción adquiere en los textos y de la posible conveniencia de dedicar un período a la creación en forma más directa y más próxima al entendimiento y a la realidad “más inmediata”. No llegué a ninguna conclusión fija, ni mucho menos. Pero se me fue el tiempo, hasta bien cuajada la mañana, en mi poesía y en mi manera de acercarme a la realidad.
De pronto recordé que seguía esperando a un electricista. Y deseé, por una vez, que sonara el timbre de mi casa. Pero seguía en silencio. Me asomé a la terraza que mira a la plaza por si acaso alguien andaba perdido buscando mi dirección. Iluso.
Mi comedor anda manga por hombro, con todos los espacios llenos de libros y de vajillas que se han retirado de un mueble para que este se pueda separar de la pared y para poder maniobrar tras él. Un buen baño lleno de ropa se arruga encima de una mesa en la terraza, aguardando ser tendido al sol pero haciendo tiempo por si desde aquel lugar no se oyera bien el timbre. Y ya se muestra bien arrugada. O sea, todo manga por hombro. Y yo soy enfermizo del orden en las cosas.
Consulto con mi esposa la situación -ella está en el trabajo- y me dicta un número de teléfono al que puedo llamar. No demoro la llamada ni un segundo. Al otro lado del aparato se oye la voz ronca de un señor que me espeta lo siguiente:
-Lo tenía apuntado pero se me ha olvidado.
Me quedo absolutamente perplejo y tardo en reaccionar.
-Pero es que yo he ordenado todas las actividades de mi mañana pensando en que usted iba a venir a realizar el trabajo que habíamos contratado.
Se me ocurre hacerle una suma sencilla de lo que le voy a cobrar por lo que he tenido que esperar y por lo que vale mi tiempo, pero enseguida me desarma.
-Ya, pero la vida es como es.
No tengo respuesta inmediata. O al menos no la tengo que sea reproducible. Me achanto, me acobardo, no sé cómo reaccionar y casi le suplico una solución pronta.
-Cuando vuelva esta noche del trabajo, pasaré por ahí.
¡Pero si aquí va a tener que echar algunas horas para poner cables enchufes!, pensé para mí. Pero no me atreví a rechistar por si me quedaba sin nada.
-Como a las ocho intentaré darme una vuelta por ahí. Lo tenía apuntado pero se me ha olvidado -me repite con toda tranquilidad y sin ningún atisbo de rebajar el tono de su voz.
-Bueno, pues nada, hasta la tarde.
Me quedé con el teléfono en la mano durante varios minutos, sin saber cómo reaccionar. No tengo ninguna seguridad de que el susodicho aparezca esta tarde-noche por aquí, ni de que lo vaya a dejar pasar a mi casa, ni de que me vaya a arreglar nada a esas horas. ¡!Y queda todo el fin de semana por delante!! ¡!Y mi comedor está hecho una lobera!!
La explicación debe de estar en la crisis. Seguramente. O acaso en la alfabetización. O tal vez en tirar las televisiones por la ventana. Qué sé yo.
Menos mal que después he tendido la ropa y ya se está secando al sol espléndido de este día de primavera. Y he tenido más tiempo para recrearme en mi libro “Que en el mundo han sido”. Cuánto tiempo hacía que no volvía a él. Tampoco me ha tranquilizado del todo. He redescubierto en sus páginas poemas que tratan el asunto del que hablaba ayer en esta ventana y que dejaba en pugna a los principios con la vida de cada momento. Por darle continuación, y aunque la ventana de hoy sea un poco extensa, copiaré uno de ellos. Que me sirva de tranquilidad y que al susodicho electricista no se le atragante el camino esta tarde:
OXÍMORON
Has buscado en el fondo de los libros,
desgastando tu vista por las líneas,
hallar definitivos aforismos
que iluminen tu vida desde lo alto
de la pared oscura de la sala.
En ella cuelgan títulos, resúmenes
de tantas noches de aspirar sin tregua
a algún pobre recuelo de la luz.
El hombre se separa de los brutos
por un uso reglado y dirigido
del supremo valor del pensamiento:
El filósofo afirma en aquel libro,
fíjate en esa cita de tal tipo,
la doctrina del grupo considera…
Después llegó la luz de la mañana,
te sentiste con sueño y te quedaste
dormido en la butaca todo el día.
Llegó también la noche y con la noche
de nuevo la estación de la derrota.
Un buen día bajaste hasta la calle,
dibujaste en el aire una alambrada
que dejaba en la cárcel de por vida
un no sé qué de oscuros pensamientos;
diste vuelta a la esquina y abrazaste
a quien puso el azar en tu camino.
Con él viste llegar a muchos otros,
y más, y más, hasta perder la cuenta.
Os abrazasteis todos y bebisteis
del dulce zumo que la vida ofrece.
Allí encontraste al fin el silogismo
que tanto habías buscado entre los libros.
viernes, 9 de abril de 2010
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1 comentario:
Buenas noches, Don Antonio Gutiérrez Turrión:
El día 2 de marzo le escribí tres veces un comentario en su entrada: “A las pruebas me remito”. Se me borró al dar PUBLICAR, tras repetirlo en tres ocasiones, más o menos parecido, pues no había guardado copia.
Lo que le decía era que usted, cuando quiere, es gracioso de veras. Y coincide cuando escribe enfadado. Hoy con su relato me ha hecho reír imaginando la escena.
Los días de Semana Santa, en mi casa vivimos una situación parecida. Pensábamos que comprando el aparatito TDT y siguiendo las instrucciones lo conseguiríamos fácilmente. Estuvimos sin televisión y creo que fue el primer año de nuestras vidas sin procesiones. Aún tenemos pendiente resolverlo con una antena que añadiremos y llevaremos mañana. Ya veremos si lo conseguimos. Aunque me temo que al final tendremos que llamar al técnico, que nos solucionará el problema que aparece, porque la vida es como es.
Saludos. Gelu
P.D.: Espero hacerme con un ejemplar de su libro y que me lo firme.
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