El día me coge arrebañando ideas que pillo en textos filosóficos medievales. En mi terraza la primavera se muestra lujuriosa; todo el sol se ha echado a la calle, toda la naturaleza me apabulla y se me inyecta en los ojos. La nieve resalta hermosa en el lomo de la loba y las faldas verdean, en un tierno verde, en un verde niño. Por si fuera poco, el agua del río rumorea ahí mismo, abajo, frente a mis ojos. Yo me refugio en los textos y me voy de la acción a la teoría. Qué sensación de placidez y de armonía.
Pero es que hoy es veintitrés de abril y, aunque no estoy demasiado para nada si no es para mí y para estas ideas, me asaltan otros acontecimientos: Día del libro, fiesta de esta comunidad extraña y lejana que se llama extrañamente Castilla y León, Cervantes, Shakespeare, el Quijote… Unas líneas para ellos.
Este esquinazo geográfico mira al Tajo, está demasiado lejos de Valladolid y anda vacío de conciencia autonómica. No conozco ni un solo acto local para conmemorar el día, ni uno. Jamás he estado en Villalar ni siento deseos especiales de acudir. Se celebra una derrota y no me apetece demasiado. Comparto el intento de los comuneros pero no olvido que sus reivindicaciones seguían siendo las de una burguesía que reclamaba poder y no veo las manos populares y curtidas por el sudor por ningún sitio. No acabo de comprobar la bondad de los sistemas autonómicos aunque los apoyaría sin reparos si entendiera que su existencia favorecía al ciudadano de a pie. No comprendo demasiado a los héroes guerreros y me suelo quedar con aquellos que hacen de su vida algo menos grandilocuente. En fin que, en asuntos autonómicos, ando con la oreja puesta pero no me significo como apóstol de las gentes precisamente.
Sí me declaro fan de ese otro héroe extraño y antisistema como en don Quijote. Este sí que me pone de veras. Quizás por eso vuelvo a sus páginas con tanta frecuencia y me engolfo en ellas como en una rociada de buen licor. De modo que hoy tengo que abrir el libro al azar y dedicarle unos ratos. Haré la prueba en directo. Va.
Página 119. Es el capítulo XIV. Un octavo de folio en blanco sirve de salvapáginas. Habrá quedado ahí vete a saber por qué motivo. Se trata de la composición en verso en la que el desesperado Grisóstomo canta los rigores y las asperezas de la pastora Marcela. Inmediatamente después, aparece la pastora Marcela como “una maravillosa visión -que tal parecía ella- que improvisamente se les ofreció a los ojos”. Y allí, como en visión divina, relata su defensa personal y ejemplifica la teoría del amor platónico: ”…Hízome el cielo, según vosotros decís, hermosa, y de tal manera que… a que me améis os mueve mi hermosura, y por el amor que me mostráis decís y aun queréis que esté yo obligada a amaros. Yo conozco, con el natural entendimiento que Dios me ha dado, que todo lo hermoso es amable; mas no alcanzo que por razón de ser amado, esté obligado lo que es amado por hermoso a amar a quien le ama…”
Cualquier página me aprovecha, cualquier capítulo me reconforta, este libro es para mí un pozo sin fondo en el que abrevo con frecuencia y siempre me siento saciado después del intento. Así que casi me tienta volver a meterme en él. Por ahora me retengo: me aguardan muchas páginas de pensamiento en otros libros. Tengo sitio, tengo horas, tengo ganas, tengo curiosidad, tengo paisaje, tengo hasta un poquito de entendimiento. Soy casi un dios menor.
viernes, 23 de abril de 2010
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1 comentario:
Buenas noches, Don Antonio Gutiérrez Turrión:
¡Qué sabio Cervantes!. ¡Cuánto había vivido, observado, leído y padecido para escribir de la forma que lo hizo!.
El capítulo catorce, con los versos de Grisóstomo y las palabras de la bella Marcela, es un estudio completo sobre el amor cuando no puede ser correspondido.
- La lectura del Quijote lleva mucho tiempo, pero siempre es provechoso.
Saludos. Gelu
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