“Quizá alguien diga: “¿No te da vergüenza, Sócrates, haberte dedicado a una ocupación tal por la que ahora corres peligro de morir?” A este, yo, a mi vez, le diría unas palabras justas: “No tienes razón, amigo, si crees que un hombre que sea de algún provecho ha de tener en cuenta el riesgo de vivir o morir, sino el examinar solamente, al obrar, si hace cosas justas o injustas y actos propios de un hombre bueno o de un hombre malo”.
Son palabras del diálogo de Platón “Apología de Sócrates”.
Me gusta volver a textos célebres como este en el que se encierran consideraciones que me mantienen despierto y alerta, que me empujan o me retraen en mi hacer y en mi pensar diario mucho más de lo que podría parecer a primera vista.
Al fin y al cabo, este hombre, este sabio solo hizo una cosa en su vida: dialogar y pensar tratando de perseguir la verdad y la suma de principios que hicieran más digna su vida y la de los demás, ser filósofo, en definitiva. Al final, este empeño le supuso perder su vida como única recompensa. ¿Como única recompensa? ¿Y su satisfacción? ¿Y las enseñanzas y las referencias que me ha dejado a mí y a tanta gente?
¿Entonces qué fue, un fracasado o un triunfador? Qué pregunta tan imbécil y a la vez tan familiar. En la escala de valores de ahora mismo, pocas cosas entiendo que no se sometan al triunfo o al fracaso, y ese triunfo o ese fracaso lo imponen las reglas económicas que estructuran las áreas de influencia. De tal modo que todo, absolutamente todo, se puede cuadricular de acuerdo con estructuras económicas, con unidades de producción o con áreas de influencia. Purita teoría marxista. O más sencillamente, puro sentido común. Y eso que está trasnochada, según dicen los biempensantes. Vaya por Dios.
Pero existe otra escala y otra jerarquización, la que soporta la realidad desde el valor de las propias ideas, con independencia de las consecuencias que acarreen. De este modo, la belleza es la belleza en cualquier latitud y en cualquier tiempo, la verdad es la verdad la diga Agamenón o su porquero, y las ideas se asientan en sus propias cualidades por más que moleste a pobres o a poderosos.
Sócrates no fue precisamente un hombre del sistema: no amasó ninguna fortuna económica, no conquistó territorios ni desempeñó cargos públicos de relumbrón. Muy al contrario, corrompió a los jóvenes al hacerles pensar y al guiarles para que descubrieran, desde sus posibilidades y desde la lógica, sus propias verdades. No dedicó sus esfuerzos precisamente a colocarlos bien colocaditos en el sistema. Me hubiera gustado verlo en las aulas a comienzos del siglo veintiuno. Este tipo era peligroso: ¡fue un antisistema! ¿Adónde quería ir con esas pintas? A la muerte, claro.
De nada hay que extrañarse. Tampoco él lo hizo. Aceptó serenamente la última hora y entendió que, desde aquella estructura, la consecuencia lógica era la condena y la muerte. A lo que él aspiraba no era a interpretar el sistema a su favor, ni mucho menos, él aspiraba a cambiarlo desde otra escala de valores. A ello dedicó toda su vida. Su arma fueron la palabra y el razonamiento. El elefante de la administración y del legalismo lo engulleron. Engulleron a su persona, no a su lógica ni a su sistema de ideas.
Sospecho que el mismo proceso sucede todos los días. No solo en el ámbito de la justicia, aunque esta rama dé tantas flores estas semanas últimas. Sócrates dejó correr su vida al amparo de lo que le dictaba su razón. Tal vez ninguna idea justifique ninguna muerte pero seguramente hay vidas que no merece la pena vivirlas desde el sometimiento y desde lo políticamente correcto. Claro que no.
lunes, 19 de abril de 2010
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2 comentarios:
Buenas noches, D. Antonio Gutiérrez Turrión:
Dialogar, pensar buscando la verdad, actuar tratando de lograr el bien para todos.
¿Qué le ocurre al hombre para que lo que debería ser comportamiento general, sea algo raro?. Y que se repita en la historia que al que se opone al sistema con este pensamiento molesto, esta lucha contra marea, pueda incluso llevarle a la muerte?.
Debemos agradecer que en todos los tiempos haya algunas personas que, como si fuese una necesidad, dedican sus esfuerzos a intentar cambiar el mundo a mejor.
Saludos. Gelu
Quizás sea, Gelu, porque la teoría nunca es igual a la práctica y, la acción, igual al pensamiento.
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