Colocado ya el hombre en sí mismo, al mando de la nave, mirando al cielo y al suelo, ansioso y curioso como nunca, desarrolla, hasta donde le permiten los contextos, un esfuerzo por controlar la naturaleza.
Pero el ser humano también se mira a sí mismo y extiende una mirada horizontal. A su misma altura se encuentra con los demás hombres, con esos otros seres que, como él, también están en condiciones de curiosear y de arriesgar hipótesis y explicaciones acerca de sí mismos y del resto de los elementos que los rodean. Es decir, descubre la comunidad social. Y con ella, toda la complejidad de su estructuración, de su convivencia, de sus relaciones, de sus jerarquías, de su escala de valores, de los ritmos de producción, de sus repartos de poder. Es uno de los precios que hay que pagar en nombre de la libertad y de la razón.
La mente vuelve inevitablemente a la Grecia clásica y a sus filósofos al considerar este aspecto. Y es que, aunque habían pasado ya nada menos que dos mil años, los planteamientos se repiten en buena medida. La República de Platón o la Política de Aristóteles tienen mucho que decir. Y lo dicen a los autores modernos.
Sin apearse del valor del ser humano, se dibujan, otra vez, dos visiones diferentes. Una más utópica y otra más a ras de suelo. El Renacimiento abona enseguida el campo para las utopías, la de Tomás Moro, la de Campanella, la de Bacon. En la otra esquina, la visión más aparentemente egoísta, más de finalidad, más mirando al presente, de Maquiavelo.
Los habitantes de La Ciudad del Sol, de Campanella, son ciudadanos del mundo, son autores de sus propias estructuras, ejercen de verdad la democracia, reniegan de la fuerza y apelan al convencimiento, no observan en su horizonte la guerra, reparten el trabajo, no son expansionistas, no admiten esclavitud ni servidumbre, ejercen aquel principio posterior que rezaba de nadie más de lo que puede dar y a nadie menos de lo que necesita: “Como en la Ciudad del Sol las funciones y servicios se distribuyen a todos por igual, ninguno tiene que trabajar más de cuatro horas al día, pudiendo dedicar el resto del tiempo al estudio grato, a la discusión, a la lectura, a la escritura, al paseo y a alegres ejercicios mentales y físicos… Es la comunidad la que hace a todos los hombres ricos y pobres a un tiempo: ricos, porque todo lo tienen; pobres, porque nada poseen y al mismo tiempo no sirven a las cosas, sino que las cosas les obedecen a ellos.”
Maquiavelo ve los toros desde otra barrera: “Porque en general se puede decir de los hombres lo siguiente: son ingratos, volubles, simulan lo que no son, huyen del peligro, están ávidos de ganancia; y mientras les haces favores son todo tuyos, te ofrecen la sangre, los bienes, la vida, los hijos cuando la necesidad está lejos, pero cuando se te viene encima vuelven la cara. (…) Debe, no obstante, el príncipe hacerse temer de manera que si le es imposible ganarse el amor consiga evitar el odio, porque puede combinarse perfectamente el ser temido y el ser odiado (…) Por encima de todas las cosas debe abstenerse siempre de los bienes ajenos, porque los hombres olvidan con mayor rapidez la muerte de su padre que la pérdida de su patrimonio.”
Qué actual resulta este último texto. Sea como sea, el caso es que en ambos ejemplos, el ser humano tiene que torear la fuerza y el sentido de su propio ser. Y lo tiene que hacer en un grupo en el que se suscitan demasiadas variables contrapuestas como para que no surjan conflictos y necesidades de regularlos. Se hará de muchas maneras.
Mañana es Primero de Mayo. No son malos los textos para reflexionar.
Ah, y esta noche son las Mayas, esos cantos de alborada que anuncian el mes de mayo y todo lo que comporta:
Estamos a treinta
del abril cumplido,
mañana entra mayo
de flores vestido.
viernes, 30 de abril de 2010
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