domingo, 18 de abril de 2010

ME GUSTA

Suelo aplicar al final de los libros que leo unas anotaciones en forma de cruces. MI máxima calificación son tres cruces. Dos o una bajan mi calificación. Incluso utilizo los tamaños como elemento regulador. Se trata de un minimalista resumen de mi aprecio o desprecio ante la obra que acabo de cerrar. Antes habrá habido anotaciones, subrayados, frases copiadas, o sencillamente nada. Reconozco sin reparos que es una anotación pobre y hasta mísera, pero, aun en estas condiciones, sigue siendo una manera de mostrar a quien quiera mi agrado o desagrado. En algún caso sirve de guía para que alguien, si se fía de mí, se acerque al texto con una actitud o con otra diferente. ¿Quiero decir con esa anotación si me ha gustado o no la obra? Pues claro.

¿Y qué elementos recoge eso del gusto, eso de que me ha gustado? No es nada sencillo. Me parece que hay un gusto inmediato y previo, y que existe otro que es posterior y razonado. El primero obedece al impulso, a la sensación no argumentada, al asentimiento basado en el agrado que no necesita justificación; el segundo esconde la reflexión, se asienta en elementos bastante objetivos y puede explicarse y objetivarse según algún canon reconocible.

Tengo la sospecha de que se aplica hoy sobre todo el primero y que se manifiesta bastante menos el segundo. Hay obras de arte, novelas por ejemplo o libros de poemas, que alcanzan un grado de popularidad que se basa solo en el gusto y que no se justifican desde elementos estructurados. Más bien parece que esos gustos terminan siendo inducidos por intereses comerciales que aplican todas sus fuerzas en embellecer artificialmente el producto con tal de vender y obtener beneficios. El arte, de este modo, pierde consistencia y termina por convertirse en un producto comercial más, sometido a las leyes del mercado. En tal caso, las reglas, si es que existen, habría que buscarlas en el mundo mercantil y no en el esquema que sustenta al arte, si es que este existe con independencia del mundo en el que se produce.

Cualquier novela moderna depende mucho más de las promociones que de sus propias palabras y las editoriales, por la cuenta que les tiene, ya se encargan de engordar valores y de hiperbolizar todo para que la cuenta de resultados no se resienta.
No me atrevo a despreciar el gusto instintivo, porque por algo se producirá, pero quiero reivindicar la expresión del gusto basado en algún razonamiento consistente que sea capaz de sobrevivir a la moda y a la escala de valores impuesta desde fuera y que nos permita en algún grado objetivar lo que decimos. El elemento más consistente en el arte tiene que ser el de la admiración, el del gusto y el placer, el del estremecimiento, pero todo esto hay que ejercerlo desde la comprensión, desde la valoración, desde el conocimiento y desde la implicación. De otra manera corremos el riesgo de dejarnos llevar por cualquier corriente, sin saber hacia dónde nos conduce.

Tengo la impresión de que hoy el gusto instintivo le gana por goleada al gusto razonado. El efecto, a largo plazo sobre todo puede resultar desolador.

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