jueves, 29 de abril de 2010

DOS NIVELES PARA EL HOMBRE

El cambio esencial del Renacimiento consistió -me parece- en que los filósofos empezaron a pasar de interpretar un texto dado, un libro de libros, una verdad revelada, de ilustrar algo que no se comprobaba sino que solo se glosaba, a comenzar toda una aventura apasionante en la que se sabe cómo se comienza pero no cómo se termina pues el fin no está prefijado de antemano y solo es la rectitud del camino la que va alumbrando desde los presupuestos de la razón. De modo que el Renacimiento fue antes que nada aventura, con todas las dudas pero con todas las ilusiones, con todos los temblores pero con todas las esperanzas. Bueno, esto es lo que dice la teoría pues ya se ha dicho cuál fue la situación de Galileo y la de tantos otros, y en qué condiciones se tuvo que pensar y se tuvieron que perfilar actuaciones en lugares como España.

Esta elevación del ser humano, o mejor este desapego de los elementos no captados ni por los sentidos ni por la razón, se concreta de manera diversa y, desde luego, de una manera débil y absolutamente minoritaria. Visto con perspectiva temporal, acaso esto no importa demasiado porque lo importante es que las bases estaban puestas y ya no habría camino de regreso posible a pesar de que, día a día y hasta estos momentos, las fuerzas “iluminadas” se sigan empeñando en ello.

Hay una doble escala en la interpretación de esa razón humana y de ese valor del hombre muy diferenciadas. El Renacimiento fue la época del descubrimiento de la naturaleza y del universo. Frente a estos elementos -ya mensurables y aprehensibles por los sentidos y la razón- el ser humano tiene que situarse. Y lo hace de dos maneras. Una de ellas entiende que la naturaleza presenta valores inmutables y que el ser humano forma parte de ella. De esa manera, tiene que colocarse a su altura y someterse a sus leyes. Por eso hay autores que se sorprenden al pensar que el hombre está atado, como lo está la naturaleza, a la necesidad y al orden de las cosas. Así parece atestiguarlo de nuevo Pomponazzi: “Ese orden estará siempre en los siglos infinitos, hasta la eternidad; no está en nuestro poder sino en el poder del hado (…). Y así como vemos que la tierra, fértil ahora, ha de ser estéril más tarde, y que los grandes y ricos se volverán humildes y míseros, así se determina también el curso de la historia…”Sobre esta visión se cierne un peligro, el de pensar que el ser humano se cae de una alta cumbre soñada para verse a sí mismo en un campo más plano. El consuelo le viene de entender que el hombre se ha convertido en el ser supremo de esa naturaleza, aunque esté sometido a sus leyes. Su capacidad de intelección y la libertad para moverse por el mar de la realidad descubierta le dejan un espacio enorme en el que realizarse y ennoblecerse: la razón teórica y, sobre todo, la razón ética.

La otra solución es más atrevida, aunque no sé si más real o de mayor alcance. Entienden algunos pensadores que la visión de Pomponazzi reduce la fuerza del ser humano y lo sitúa en el nivel de los objetos hasta diluirlo en ellos. Pico della Mirandola representa este pasito más y ve al hombre como su propio escultor, dando primacía a la libertad sobre la necesidad de las leyes de la naturaleza.

De modo que ya tenemos al hombre más cerca de sí mismo. Pero también enfrentado consigo mismo. Ese humanismo igualado a la libertad, superador de la naturaleza, dominador de la misma (Pico) mira de frente a la visión del ser humano visto y vivido a la altura de la naturaleza y de sus elementos. Ambas visiones son muy productivas y acarrean muchas consecuencias. El desarrollo será lento y necesitará de muchos esfuerzos. Veremos algunos.

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