Hace un par de días oía, en boca de un fulano, al que quiero castigar con el látigo de mi indiferencia y por eso no cito su nombre, la cita de un personaje de la obra “Los hermanos Karamazov”, que venía a confirmar algo así como que “cuanto más se afianzaba uno en unas teorías generales, más se alejaba del amor a las personas concretas”.
Me parece una afirmación muy importante y también muy incompleta y peligrosa porque creo que contiene una verdad importante y también un peligro enorme.
Arbitrar teorías que no busquen aplicación no es lo que más me llama la atención ni alcanzo a descubrir qué sentido pueden tener. Y su aplicación más razonable parece la que tiene como destinatario al ser humano. Esto vendría a significar que la teoría en sí misma posee escaso o nulo valor y que el mérito le viene dado por su capacidad para añadir ese valor de felicidad al ser humano en cuanto destinatario de las mismas. Me gustaría que el que defendía públicamente esa cita, cuyo nombre no voy a dar, entendiera entonces que cualquier trabajo, en cualquier materia científica y en cualquier asignatura académica, solo tiene valor en cuanto tiene aplicación en la persona y sirve para mejorarla. Amigo, te pillaron en tu misma red. Y creo que en esa red caerían muchos otros. Así que la persona de carne y hueso por encima de todo, como fin y como principio. Claro que sí. A mantenerlo entonces y a no entrar en contradicción. Cuidado entonces con todos los fundamentalistas, los talibanes, los conservadores de todo a ultranza, los costumbristas recalcitrantes, los historiadores solo de la descripción y los dogmáticos en general. Y la aplicación, en cualquier apartado de la vida: enseñanza, costumbres, religión, leyes, familia…
El peligro nos llega de la parte en la que podemos olvidar que también la felicidad de las personas concretas se consigue mejor de manera organizada y, sobre todo, que nuestra propia felicidad solo puede ser tal sin causar con ello desgracia e infelicidad en los otros que componen la comunidad. Y eso solo se consigue organizando nuestra mente, entendiendo que tiene que haber principios reguladores de actuaciones personales y sociales, que necesitamos agarraderos mentales comunes para poder sobrevivir y soportarnos y que las mentes menos malas han sido las que se han ocupado de armonizar principios con actuaciones, de indagar en la bondad o maldad de las teorías para después aplicarlas en la vida concreta de los seres de la comunidad.
No parece que haya que ser demasiado avispados para entender que, sin principios racionales, cualquier ser humano tenderá a beneficiar solo a los suyos, en detrimento de todos los demás. Y que, si esto se generaliza, tendremos una batalla continua entre unos y otros que siempre será ganada por el más fuerte, pues aplicará sus fuerzas sin principios comunes, en beneficio personal y solo personal. Podemos aplicar la ley del más fuerte, o sea, la falta de ley común racional. Y seguro que, momentáneamente, mejorará la especie. Pero sígase aplicando una temporadita más esta teoría de no hay teoría y veremos qué sale de ahí: un absurdo inhumano y el caos absoluto. ¿Alguien estaría dispuesto a discutir esto en foro público con un ejemplo físico y próximo de por medio, por ejemplo la aplicación al comercio de Béjar?
Cuidado, por tanto, con los engañabobos. Y aún añadiré algo más. El egoísmo y la búsqueda del beneficio personal no hace falta fomentarlo pues ya lo tenemos en la naturaleza después de tanta práctica de siglos y de milenios. Lo que necesitamos es empujar a los que se animan a levantar la mirada y a pensar en ideas de aplicación general, principios que mejoren la vida de la colectividad. No parece que estemos en el mejor momento para ello. Y menos con gente como el innombrado del otro día.
jueves, 8 de abril de 2010
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