Un poco con el mono entre las manos, vuelvo a estas teclas de mi diario, con mi Sara lejos pero en mi mente cerca. Vuelvo con el curso volcado en su final, con todo lo de las elecciones de ayer mismo, con la semana que me aguarda en la selectividad salmantina y con algún proyecto más que no sé muy bien cómo voy a poder atender.
Son tantas las variables de lo que significa Europa, que no caben en unas líneas si no es para enumerarlas y no muy bien. Empezar por lo obvio no está mal: el PP ha ganado las elecciones en España y en Europa, la izquierda las ha perdido, yo también las he perdido. En niveles de ganar y perder, se levanta la mano al contrario deportivamente y se marcha uno al banquillo. Cada uno sabrá si interpreta la vida en esos parámetros o quiere añadirle algo más de salsa al asunto. Me gustaría estar entre los que entienden que la vida es algo más que ganar y perder, hundirse -como titulaba hoy un periódico: siempre el mismo- o salir a flote. No estoy nada seguro de que los dos principales partidos no jueguen precisamente a algo tan pobre y miserable como eso. Y que lo juegue la derecha no me extraña (yo creo que no tiene ideales sino intereses y que pone todo al servicio de que se cumplan esos intereses: por eso no quiero saber nada de ellos políticamente), pero que se lo juegue la izquierda sí me duele, y mucho.
He vuelto a echar en falta la descripción de ideas, la ideología, lo que se quiere de Europa, lo que se espera de ella, lo que implica vivir de una forma o de otra, lo que implica aportar ideas y no solo describir intereses personales o del grupo de electores. Ideología, coño, ideología, ideología y más ideología. Si se tiene, claro, solo si se tiene, si se tiene, si se tiene. Yo empiezo a pensar que o no se tiene (pienso en los dirigentes del aparato, no en otras personas) o da miedo expresarla. Tal vez porque los medios de comunicación enseguida tachan a uno de anticuado y de ideas del siglo pasado.
Sin esas ideas trabadas, casi todo se nos queda en asuntillos de tipo personal y provinciano. En este terreno les gusta más jugar a algunos. ¿Nadie se acuerda ya de las reticencias que ponía la derecha al hecho de la integración europea en los años ochenta? Si ha sido siempre así, si se han negado a todo progreso siempre porque lo que más le interesa es que todo siga como está, con ellos en la mejor situación.
Invito a cualquiera a analizar por barrios, ciudades y regiones para ver en cuáles ha ganado la derecha y en cuáles la izquierda. Hay un programa televisivo -El Intermedio- en el que se visualiza muy bien la diferencia de unos y de otros con reportajes sencillísimos.
En esta estrecha ciudad en la que vivo, el PP ha arrasado en el centro, en los barrios en los que viven los más pudientes, y los asentados en el sistema, aunque sea con el traje del emperador, o sea, desnudos de todo (pero con el traje y la corbata de recuerdo), con el tatuaje religioso de los padres aquellos que se fueron pero dejaron la huella de la división social para muchos años. ¿Qué ocurre en el Barrio de Salamanca de Madrid? ¿Y en los barrios más ricos de cualquier sitio? ¿Es que no lo ve todo el mundo? Salvo el que no lo quiera ver. O le importen tres cojones los demás. Pero, ¿para qué está la gente en política si no es para ayudar a los que más lo necesitan, a aquellos que andan a la orilla del sistema y que serían tragados por él si no andamos atentos? ¿Pero es que los otros no se valen ya por sí mismos y lo que necesitan es precisamente que alguien les ponga freno y los embride para que no se desboquen con la carrera de su egoísmo?
Europa ya era azul pero se va a poner celeste del todo. Se replegará en sí misma más que nunca. Pero no en Europa como unidad, sino como suma de intereses particulares y nacionales. La caza del ajeno, del inmigrante, sin ir más lejos, se tornará deporte, tiempo al tiempo. Los derechos sociales se tentarán las carnes antes de salir de paseo. Veremos qué pasa con aquello de la jornada de más de sesenta horas semanales, por ejemplo. El proyecto de Europa queda lejos, más desde el día de hoy. Seguiremos siendo mercaderes de los de poner precios de miseria a los productos que nos envíen otros y tal vez subiremos en los números de los tantos por cientos. No estoy nada seguro de que sigamos mejorando en proyectos políticos compartidos ni en buscar al hombre por el hecho de serlo.
Yo he perdido las elecciones y no me encuentro alegre. Tengo una atenuante muy valiosa: yo no era candidato ni me jugaba la vida en la victoria ni en la derrota (acabo de tirar a la mierda teórica ese planteamiento de victoria o derrota). Tan solo pienso un poco y me salen estas notas dispersas. Como no me salen otras, seguiré pensando en ellas por si noto defectos o me sigo apoyando en estas cosas.
Si valen las ideas, ¿qué pasa por perder unas elecciones o por ganarlas? Eso no es definitivo, es solo un instrumento.
Hay toda una segunda clave en niveles internos de partidos que no quiero ni abrir. Parte del hartazgo tal vez tenga que ver con la falta de democracia de los mismos, con esas adhesiones inquebrantables que recuerdan otros tiempos y una endogamia asquerosa que lleva a no plantar cara a casi nada y a que siempre salgan en la foto los que quiere el líder, que así parece más líder y los demás siguen comiendo la sopa boba de los cargos. Pero eso para otro día, que me voy de líneas este lunes.
lunes, 8 de junio de 2009
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1 comentario:
También yo he perdido. He perdido no en clave numérica de votos, ni siquiera en la disminución de confianza en los políticos (que no en la política, de lo que apenas me queda, sobre todo después de comprobar en esta última campaña que a unos y a otros sólo les interesas restregarse la mierda), sino que he perdido la convicción que tenía de que el pueblo a la hora de votar nunca se equivoca. ¿Qué tiene que pasar en este país para que no se le castigue electoralmente y se permita ir de rosita a un partido que tiene parte de sus miembros implicados en causas judiciales? No entro en la inocencia o culpabilidad de los imputados, eso ya lo dirán las sentencias, aunque, cuando hay imputación, es porque existen indicios racionales de criminalidad. Por eso mi falta de fe y esta duda cruel que me asalta: ¿Será que gran parte de los ciudadanos están convencidos de que, en iguales circunstancias, todos haríamos lo mismo? Si es así, apaga y vámonos.
Ante la urna esta vez mi mente y mi voto quedaron en blanco.
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