Sara me recibe en un duermevela que la sitúa más en su mundo que en el mío. ¿Es que nadie le ha dicho que me moría por verla y que ya hacía varios días que no la contemplaba?
Pero ahí estaba ella, tan suave y tierna, con sus diecinueve días a cuestas. Todos corriendo a verla, a contemplarla, a practicar la voz suave para que no se despertara, a pesar de que deseábamos que lo hiciera para decirle cosas.
Ávila acoge sus primeros días y creo que lo hace muy bien: comiendo mucho, durmiendo más, sin un ruido de más ni de menos, con carita de pilluela a veces, con las primeras muecas reflejas de sonrisa en su carita de cielo, con sus padres contentos y felices, con sus abuelos que no saben qué cara poner ni qué cosas decir, con un ambiente familiar relajado, con la satisfacción en todas las caras. Qué suerte tiene nuestra Sara de ser tan querida. Yo creo que ella lo nota y que se va asentando en la vida con pasitos alegres y con gestos graciosos.
Enseguida llegaron los amigos de sus padres. Qué feliz me siento al comprobar que mis hijos son tan queridos por casi todo el mundo. Sé que ellos son abiertos, muy abiertos, y que ponen mucho de su parte para que esto suceda. Recuerdo aquí otra vez que en lo alto de mi ética se encuentra esta sentencia: QUERER Y SER QUERIDO. Me parece que la cumplen en grado muy notable. Me siento muy contento.
Y Sara se durmió después de comer y de quedarse satisfecha. Con su cabecita posada sobre la tela suave de la cuna, con los bracitos extendidos, como abrazando al mundo, con sus ojitos dulces y con su gesto de paz y de ternura. Sara es muy dormilona. Nos da tiempo a comer y a echar un sueño en el sillón. Y no hay cuidado. Por si acaso, hay aquí un artilugio que la tiene en pantalla desde cualquier sitio de la casa. Como si quisiéramos velarla cada minuto. Ella duerme en el limbo de los sueños.
Es más de media tarde y Sara abre sus ojitos grandes. Comienza a mover su cabecita y a mover sus bracitos en la cuna, se quiere hacer presente, reclama que también ella es un ser con sus necesidades. Quiere comer, sin duda. Antes hay que bañarla.
Y verla en la bañera es un milagro. Ni una sola señal de desagrado. Apoyada en las mallas de una red, recibe su bautismo cotidiano, sus raciones de agua y de caricias. Hoy la miramos todos, pues todos la quisiéramos bañar. Ella abre los ojitos y seguro que percibe la presencia de más palabras que las de otras veces. Y Sara es un tesoro desnudita, con su cuerpecito en ciernes, con sus manitas diminutas y sus deditos largos, con su rostro moreno y sus ojitos sorprendidos, con sus piececitos moviéndose sin tino. Sara es todo un tesoro. Me gustaría guardarla entre mis brazos un buen rato, pero hay que darle calor y cobijo en sus vestidos. Sigue sin una queja. Es una princesa que pronto será reina.
Ahora ya está vestida y no me aguanto. Le doy un haz de besos muy suaves y se la doy a su madre. Tiene que comer de nuevo. Ella sabe pedirlo moviendo su cabecita y agitando sus brazos. Pues a comer, tesoro, mientras yo te dedico estas pobres líneas.
Luego iremos de paseo, a conocer la luz y el viento, el sol del verano que ya está con nosotros y, en fin, a darle pinceladas a la vida, esa vida que ya te va conociendo como tú la conocerás a ella. Yo te beso y te quiero, ahora que eres tan tierna.
Mira, Sara, mi reina, lo que te digo en voz bajita: yo a ti te quiero mucho, no lo dudes; tú tienes que querer quererme y entonces ya me querrás. Duérmete, niña mía; te cantaré la nana que te compuse el mismo día de tu nacimiento: parece que causa efecto. Ya me callo.
domingo, 21 de junio de 2009
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1 comentario:
No tienes por que callar, nadie te lo va a pedir.. tiene que explosionar todo ese cumulo de sensaciones que Sara te produce, son sensaciones alegres, satisfactorias y llenas de ternura, no calles nunca.
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