Cansado y un poco aburrido, llego del día de selectividad en Salamanca. Es esta una actividad que repito casi cada año y que no acierto a abandonar cuando, en realidad, apenas creo en su utilidad. Una contradicción más en mí esta de criticar el sistema y, sin embargo, vivir en él y de él.
Porque esto de la selectividad no sirve para demasiado. Es verdad que siguen quedando algunas carreras (ya desde ahora “grados”) que mantienen numerus clausus, pero son muy pocas y, por tanto, estadísticamente, esto de la selección apenas afecta a un reducido número de estudiantes. De modo que la selectividad sigue sirviendo, tal y como la veo, apenas para tres cosas: a) para que los centros concertados no se extralimiten con sus alumnos y no inflen demasiado las notas con tal de mantener a sus clientes; b) para que los centros públicos tampoco se descuiden del todo y sigan sintiendo un poco de comezón con la suerte académica de sus alumnos; y c) para que yo me suelte unos días de mi trabajo diario y aumenten mis honorarios este mes. Pobre la cosa, pero es así como lo veo. Tal vez el miedo que se le mete en el cuerpo al alumno sirva para algo más. Si así fuera, qué desazón me causa pensar que hay que estarlos asustando todo el curso y hay que mantenerlos al borde de un ataque de nervios durante estos quince días últimos con tal de que estudien un poco. Qué lamentable si esto fuera cierto. A ello habría que añadirle el olvido inmediato y el rechazo absoluto en el que se sumen en cuanto este proceso termina y hasta el mes de octubre.
Pero así están las cosas en el sistema. Y todo sumido en una burocracia que por demasiadas personas es tomada al pie de la letra en el desarrollo de las pruebas, hasta el punto de dar importancia a detalles absolutamente nimios.
Lo peor de todo es que tengo la impresión de que son los alumnos, en su mayoría, los que parecen más asidos a este sistema de presiones y de chantajes. Parece ya gente integrada en la rueda del sistema social, que no está por la labor de plantearse su validez o su cambio y que todo lo que van a hacer es perpetuarlo. Tenemos cuerda para rato en este invento y, también en este asunto, pintan bastos para tiempo.
Creo que, al menos, aporto un grano de arena en la erosión del sistema: el de hacer la vista bastante gorda en las calificaciones que me corresponden. Poco es, pero menos es nada. Cuánto formulismo (eso sí, muy bien articulado formalmente) para tan poca cosa.
martes, 9 de junio de 2009
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