Prometí ayer a Manolo avivar la polémica que había suscitado en su blog acerca de un asunto tan enjundioso como este de la creación artística. No me prodigo en otras ventanas y además es que algo hago mal y no consigo colocar ni una idea en la dirección que me marcaba. De modo que, como el asunto me interesa, le dejo -y me dejo- aquí unas consideraciones a vuela pluma.
En realidad, creo que hay tantas razones para dar un sí como para rechazar esta afirmación. A mí me va la marcha y esta vez me toca empujar en otra dirección. Son tantos ya los ríos de tinta que se han vertido en la historia, que yo no tengo capacidad para lo novedoso.
Eso de la belleza por la belleza y de las ideas innatas resulta ser una afirmación cuando menos osada, y hasta temeraria. Remontarse a Platón en busca de un argumento de autoridad no está mal, pero hay que tener cuidado porque, reconociendo que todo hijo de vecino -se entiende los que mueven un poco la mente: no voy a entrar en cuantificarlos- vuelve a él, o más bien parte de él, tampoco es despreciable todo lo que dejó liado para la historia posterior, sobre todo con la alianza del cristianismo y su expansión. Tampoco es difícil comprender que, desde entonces, ha llovido mucho, y hasta ha escampado. Y opiniones en contra también las hay. Y con lucidez. Por ejemplo casi todas las racionalistas.
Aportaré algunas palabras del empirismo inglés. Hume afirma con contundencia que lo único que cuenta es la experiencia y que lo único que nos proporciona conocimiento son nuestras impresiones. A partir de esas impresiones formamos nuestras ideas, y, desde las ideas más simples, llegamos a las ideas más complejas. Por eso entendía él como una cualidad fundamental la capacidad del ser humano para dejarse impresionar. Desde ahí construimos nuestro yo, que ya se ve que no es preexistente sino consecuencia de la elaboración de esas impresiones que nos brindan los sentidos. Descartes se queda chico ante Hume en este sentido. Naturalmente todo esto desemboca en un escepticismo radical que deja pocas rendijas a lo absoluto y a eso de la belleza por la belleza y al arte por el arte. Así que cuidadín con eso de la estética como valor independiente.
Y, si así fuera, ¿para qué creamos?, ¿cuál es la razón que sustenta ese hecho? El propio Hume se asienta en la ética como empuje de nuestra conducta. “Nos movemos por la simpatía que sentimos por nuestros semejantes.” Se trata, seguramente, de una ética convencional y no de racionalidad absoluta, pero que, en todo caso, nos indica el camino por el que transitamos. Y no es precisamente el de las ideas y los valores absolutos e innatos.
De modo que ¿no hay ética en la estética?, ¿qué es anterior, la ética o la estética?, ¿hay una ética estética?, ¿hay una estética ética? !Cómo no va a haber ética, si no se concibe el ser humano sin relación con los otros y sin una organización ética de esas relaciones!
Para echar un poco más de carne en el asador, quiero recordar que el asunto del canon plantea mucha complejidad y al menos habrá que conceder que cambia con el paso del tiempo. ¿Dónde están, pues, los valores inmutables?
De las características con las que definía Salinas la obra literaria (sirve para cualquier obra artística), aquella de la que no podía prescindir era la de la “emoción”. ¿Se puede producir emoción sin unos soportes éticos?
Habrá que discutir ante una mesa más despacio. Y escuchar argumentos en contrario, que los hay, y muchos.
Para empezar, estos son mis principios. Y, remedando a Groucho Marx, “Si no le gustan estos principios, tengo otros.”
N.B. A mí también me gusta mucho Bach. Un abrazo y a organizar una cena en la que glosar estos asuntos. O un paseíto sabatino. Un abrazo, Manolín.
jueves, 18 de junio de 2009
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