miércoles, 17 de junio de 2009

TENGO QUE RESUCITAR A UN BURRO

Sí, sí, tengo que preparar un acto de resurrección. No cumpliré con menos. Es una resurrección animal que me han pedido.

Hoy hubo de nuevo una experiencia positiva en clase, muy positiva. No sé si he apuntado aquí que este año tengo alumnos pequeños. Andan cumpliendo ahora mismo los catorce o quince años. Nunca había dado clase a adolescentes tan pequeños, y no es seguro que lo vuelva a hacer. No importan las razones por las que lo hago, pero ahí estamos. Dan mucha guerra pero los que quieren aprender son como esponjitas y lo absorben todo.

Hemos practicado eso tan viejo y denostado del dictado pero que a mí me parece importante, sobre todo si va reforzado con la lectura comprensiva del mismo, con la elección de cualquier párrafo para trabajar elementos lingüísticos y para ensayar construcciones literarias y creaciones propias de imitación. Y lo hemos hecho siempre con un libro que me sigue pareciendo magistral: Platero y yo. Creo que podría trabajar con ese texto desde el nivel de párvulos hasta cualquier máster, posgrado o curso de doctorado. Me sobraría cualquier otro libro. Se trata de un texto puntuado con minuciosidad y distribuido en capítulos que se abarcan muy bien en una sesión de clase. Todo el mundo lo conoce, supongo.

Con el burro Platero hemos andado por el pueblo, hemos visitado los campos, hemos visto al protagonista montado en su lomo, a los niños jugando con él, hemos visto llegar la primavera y el verano, nos hemos acercado al brocal de un pozo para descubrir su maravilloso interior… Lo hemos hecho nuestro amigo y nuestro compañero de fatigas.

Pero hoy le llegó el momento de su muerte. Copiamos el capítulo “La muerte”. En una breve página, nos imaginamos nuestro acercamiento hasta él, nuestra primera impresión negativa, nuestro impulso para que se levantara, su intento fallido, la llamada al médico, su venida, sus impresiones desfavorables, su muerte y nuestra contemplación del burro, con la barriguilla hinchada, las patas rígidas y apuntando hacia lo alto (¿qué querrían esas patas apuntando hacia lo alto?). ¡Qué imagen tan triste!

Incité a mis alumnos a contemplar imaginativamente lo que se decía en el texto. Les iba leyendo lentamente cada sintagma y cada oración y les daba tiempo de silencio para que saborearan lo que metían en su mente. Y se produjo un denso silencio. Y hasta vi alguna cara compungida. Yo también guardé silencio, que me conozco bien.

Para la tarde quedó trabajo en casa: había que imitar aquel texto en unas quince o veinte líneas. Antes de acabar la clase, algunos se quejaron de esa muerte literaria. Había funcionado el efecto. Y yo salí contento porque creí (espero no haberme equivocado) que había conseguido un poquito de emoción en algunos muchachos.

Me aguardaba otra sorpresa en la siguiente clase, también con adolescentes de la misma edad. En cuanto entré y di los buenos días, un par de ellos me saludaron con esta frase: “Se ha muerto Platero”. ¡Había corrido la voz por los pasillos! ¡Se habían hecho eco de lo que habíamos experimentado en la clase anterior! No quiero glosar mis sentimientos, pero es fácil pensar que me sentí contento.
Repetí la experiencia y creo que con similar resultado.

Tengo que resucitar a Platero. No puede ser que todo acabe de esa manera. No quiero que mis alumnos se me vayan de vacaciones con la muerte tierna de ese burro que nos ha acompañado bastantes días. Ellos tampoco lo quieren. Así que algo habrá que hacer. Lo pensaremos.

3 comentarios:

altairbejar dijo...

Platero y yo es un libro que a mi también me gustó en la adolescencia y creo que es un buen texto para lo que pretendes (y mira que yo de esto no entiendo que a mi se me dan más las ciencias). Yo tengo un Platero en mi blog, de los pocos que quedan, capturado por la cámara en Horcajo, en un día de estos primaverales que tanto he disfrutado.

cuarentaydosymedio dijo...

Querido amigo.
Un día aprendí que en el mundo de la educación hay variedades y tipos de profesionales. Quisiera hoy comentarte algunas de ellas sin ánimo de de sentar cátedra, simplemente es mi opinión basada en mi experiencia.
a) Empezaré por lo profesores. Son aquellas personas que se ganan más o menos dignamente su sueldo trabajando en el sistema educativo con mayor o menor eficacia, ocupan un puesto de trabajo digno, pero quizá no hay en ellos ese compromiso personal por lo que hacen.
b) Sigamos con los maestros. Es una categoría semejante que se dedica a trabajar con alumnos más jóvenes, quizá a veces es una categoría algo “despreciada” (léase bien el entrecomillado, no es literal) por los primeros, pero éstos suelen ser algo más “vocacionales” (si entendemos por esto último que desde el comienzo de sus estudios sabían que su principal salida profesional era la educación).
c) Pasemos a los Profesores. En principio semejantes a las categorías anteriores independientemente del nivel educativo en el que se ejerza la docencia. La diferencia estriba en que éstos dan una gran importancia a los contenidos que imparten, son buenos conocedores de su materia y se interesan por enseñarla de la mejor forma posible.
d) Otra categoría la forman los Maestros. Además de estar interesados por transmitir su conocimiento se interesan por que el alumno aprenda. Su interés no está tanto en el contenido ni en cómo enseñarlo sino en que el alumno aprenda. La relación con el alumno tiene componentes emocionales importantes además de cognitivos. Maestros hay en todos los niveles educativos y en la educación formal e informal. Maestros ha habido a lo largo de la historia numerosos ejemplos de los que nos hablan los libros, pero no todos ellos eran profesionales del sistema educativo formal. Los Maestros disfrutan de la relación educativa y enseñan a amar lo que transmiten.
e) Por último están los Grandes Maestros. De estos me he encontrado pocos, pero ciertas personas han apuntado claramente pertenecer a esta categoría, trabajen o no en el sistema educativo formal, su estilo, formas, actitudes, etc. dan muestras de pertenecer a esta categoría. Son aquellas personas que, además de tener las características de los Maestros, enseñan a vivir (en el sentido más amplio de la palabra). No sabría decir más características de estas personas, a veces es simplemente un ideal hacia el que caminar. La historia también nos muestra algunos magníficos ejemplos a los que sus aprendices llamaban “Maestro”.


Mi querido amigo. La experiencia que has narrado te acerca a la categoría de Gran Maestro. Enhorabuena. Como bien sabes un aprendizaje importante en la vida es darse cuenta de que los seres vivos morimos. Es inevitable la muerte de Platero, no creo que podamos hacer nada para cambiarlo. Podríamos “disimularlo”, ocultar la cruda realidad. ¿De qué serviría? No sé, quizá sea mejor que los chicos se vayan de vacaciones pensando que Platero es inmortal (que no es lo mismo que ser eterno, Platero es eterno). Pero quizá también se podría aprovechar la oportunidad para aprender que la vida termina con la muerte, que es triste, pero no es en sí mismo ni bueno ni malo, simplemente es. Incluso diría que es adecuado.
Un fuerte abrazo.

mojadopapel dijo...

A mi también me gustaria resucitar a Platero...Porqué? sencillamente... porque no se ha ido, porque su recuerdo me acompaña siempre porque no hace falta que se vayan para que esten.