Cuando volvía ayer de mi feliz estancia en Ávila, me enteré de que, en el Cerro de los Ángeles, ese cerro que centra geográficamente las geografías de todas las Españas, Rouco había vuelto a representar la consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús. Esta mañana leo en un periódico provincial que Cipri, el alcalde de mi ciudad, Cipri, persona a la que considero de muy buena voluntad, se ha prestado a la recuperación de una vieja costumbre, tan vieja que nos hunde en los períodos más oscuros de nuestra historia: la de dejar que el representante eclesial que preside la procesión de octava del Corpus se acerque a buscar al alcalde, autoridad civil, y lo lleve a integrarse en la misa y en la ceremonia de la iglesia. Sospecho que lo ha hecho muy a pesar suyo. Pero lo ha hecho. Aquí, en este país, todo pueblo vive bajo la advocación de un santo o de una virgen, de manera que se convierten en protectores tanto de creyentes como de incrédulos y de ateos. Todo lo sigue llenando el asunto religioso.
¿Pero es que no vamos a aprender nunca? Damos tres zancadas para atrás mientras nos da temor andar un pasito hacia adelante. ¿Qué coños hace el poder civil en medio de los asuntos religiosos? Tiene que ser difícil gobernar representando a todos. Parece evidente también que hay que “atender” a todas las sensibilidades. Pero atender a todos no significa -no debe significar- ponerse a los pies de nada y menos de aquello que no sea común de todos los vecinos y de todas las personas. El alcalde puede acompañar como uno más a la procesión, pero no puede “rendir armas” como si nada. Poner las banderas inclinadas bajo los elementos religiosos el día del Corpus es retrotraerse al menos 500 años en la historia, aunque la costumbre se haya mantenido hasta hace bien poco. Ampliar esos usos a la octava de la fiesta no tiene calificativo sencillo.
El hecho concreto tendría que ser trascendido para encontrar la importancia real. Incluso el más solemne del Cerro de los Ángeles. ¿Quién es este obispo para consagrar un territorio? ¿A quién representa este sujeto? ¿Por qué no consagra la fe y las vidas de sus fieles y estos empiezan a practicar la justicia, el humanismo y el reparto de la pasta y de los poderes? ¿En qué se parece el sermón de este colega a aquel Sermón de la Montaña?
No tienen solución porque, además, en cuanto les das la mano, se aferran al pie y no lo sueltan hasta que no lo devoran. Es asunto de estructura. Todos los monoteísmos son igualitos, tienden a universalizar todo y a hacerlo depender del vértice del triángulo, de ese ojo gigante al que quieren que todo se someta, además de una forma siempre amenazante y chantajista. Ahí están los infiernos, los castigos, los pecados, los sometimientos a las jerarquías, los dogmas, las torturas psicológicas…
Como ellos son los que se arrogan el poder único de interpretación de la doctrina, pues a ver quién les tose. Todo vale para el convento con tal de que no se salga de la pirámide, en la que ellos ocupan un puesto de privilegio.
Lo he comentado más veces. Me apena que andemos imitando a las tortugas, aunque comprendo las presiones sociales y hasta mentales.
Si además -aviso a navegantes- nos gustan tanto los toros que también hacemos referencia a ellos como la “fiesta nacional”, cuando hay por ahí tanto antitaurino razonable y razonador, o simplemente personal que pasa del asunto, pues acaso entendamos mejor ciertas actitudes. No era esto, no era esto.
Menos mal que al menos, en el nivel nacional, no hemos tenido al Jefe del Estado ni al Presidente del Gobierno haciendo reverencias circenses en el sitio mentado. Menos mal.
lunes, 22 de junio de 2009
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