martes, 7 de julio de 2009
VIAJE A ATHOS (I)
Daré cuenta somera de un viaje, extraño y puntiagudo, iniciático y raro. Mi amigo Jesús Majada -hay que conocer a este tipo- había preparado con minuciosidad y durante varios meses este itinerario que nos había de llevar hasta un lugar curioso, solitario y apartado, del otro extremo del Mediterráneo.
Athos, el monte Athos. Los montes griegos evocan, como un estallido, en mi imaginación, elementos míticos, imágenes del mundo clásico, bases lógicas, lingüísticas y filosóficas, tiempos en los que todo pierde sus perfiles en la historia y en mi historia.
Yo no había preparado ni mental ni físicamente este viaje: solo reconocía que era algo especial, que sería único sin duda. Por eso también fue iniciático para mí en todos los sentidos. Un viaje de peregrino se puede plantear desde muchas variables. La geográfica (íbamos al otro extremo del Mare Nostrum), religiosa (sabíamos que el territorio que íbamos a hollar estaba poblado por monjes ortodoxos y esto resultaba totalmente desconocido para nosotros), lingüístico (habría que manejarse en varias lenguas y no sabíamos cuál sería el dominio de nuestros interlocutores; sí el nuestro, y no era el mejor de todos), de contraste y desenganche del quehacer diario (no era exactamente el caso, aunque sabíamos que a ese lugar acude gente de todo el mundo y muchas personas lo hacen precisamente por sentirse borrados del tiempo y del ritmo de otros sitios)…, o tal vez también por amistad, por darle cauce a la palabra, al camino, al sudor, a la aventura.
Creo que es esta la variable que más nos ocupaba. Y mucho más a mí que andaba horro de noticias y de conocimientos sobre el lugar visitado. Confiaba en Jesús y en sus conocimientos, sabía que apuntaba todos los detalles, me había hecho saber sus gestiones y hasta me detalló nuestras necesidades para el camino. Nada había pasado antes de iniciar el viaje y todo había de suceder en el camino. De modo que, con los límites del misterio en los extremos, lanzándome de golpe desde el acantilado, me puse en camino una buena mañana de junio. Habíamos preparado la mochila, cargada hasta los topes por su escasa capacidad, con un poco de ropa y unas pastas, por si el misterio se volvía necesidad. Nos habíamos citado en el aeropuerto de Madrid. Y allá que nos marchamos.
DÍA 27 de junio: No duermo mucho tiempo. Me ocurre con frecuencia cuando tengo por delante un desplazamiento y sé que me voy a enfrentar con imágenes nuevas. Así que me despierto pensando en el viaje. Las ocho en el reloj y un día estupendo. El sol ya se hace fuerte en la montaña y luce en mi terraza. Me levanto enseguida pues tengo poco tiempo y ya todo es viaje, aunque no haya salido de mi casa. Me llama Jesús desde Málaga con la noticia de un último detalle de pasaporte. No ha de suceder nada pues todo es al final muy homogéneo. Repaso la mochila, pequeña y bien rellena, miro hacia el horizonte y digo adiós al fondo de la sierra, a las sombras que aún dominan en el valle, a lo alto de los cielos. Desayuno con Nena en la terraza. Nos miramos. Decimos pocas cosas. Ya la estoy echando de menos y no he salido de casa. Venga, tío, adelante, no te pongas mimoso que el mundo está esperando. Soy así y no tengo remedio. Ni quiero tenerlo. Te llevaré conmigo, tú lo sabes.
Me acerca Nena al coche de viajeros. Cuánto tiempo sin usar el transporte colectivo. No viaja mucha gente en este coche. Busco un asiento cómodo que me libre del sol. El autobús se pone en marcha y empieza su trayecto. Repaso con mi vista los paisajes, que me dejan los verdes de toda la serranía de Gredos en la retina y un azul muy diáfano en lo alto. En Piedrahíta se detiene un rato y nos invitan a cambiar de vehículo. Será mejor así pues no habrá que parar en otros sitios. Y bordeamos Ávila sin poder yo pararme a darle un beso a mi niña Sara y a mis hijos. Se lo doy desde el coche y es muy fuerte.
En pasando Guadarrama, ya todo es Madrid, el inmenso Madrid en sus ciudades y pueblos dormitorio. La sierra es de pudientes, ya se sabe, y allí están sus chalets de buena pinta y sus vistas hermosas. Pero todo es Madrid sin solución de continuidad. Y con Madrid el mundo en catarata simultánea, lo negro y lo blanco sucediendo a un tiempo, el arco iris todo en el firmamento, lo intenso y las flojeras, el crimen y el castigo, el policía y el ladrón, los buenos y los malos. Y todo conviviendo al mismo tiempo. El mundo en una traca de colores.
Repaso con mi mirada las caras de las gentes que me acompañan en el coche. Es esta una actividad que me gusta realizar en las escasas veces en las que me subo a un transporte como este. Es la sociología barata e intrahistórica pero acaso bien cierta. Me guardo este retrato para mí. El trayecto se agota y el Madrid más profundo se aparece en el frente. Aún Athos está lejos y prefiero dejarlo en duermevela.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
3 comentarios:
Por fin fotos. Aleluya.
Se muestra interesante este pequeño diario viajero, ya esperamos el capítulo II. Venga.
El monte Athos es un reducto del pasado: una península griega de cuarenta kilómetros de largo por ocho de ancho en la que cerca de dos mil monjes habitan veinte monasterios; a las mujeres (y a todo animal de sexo femenino) les está prohibida la entrada; sólo diez hombres de religión no ortodoxa pueden entrar cada día y su estancia no puede alargarse más de cuatro; la única forma de acceso es el barco, y para poder franquear sus fronteras hay que solicitarlo con seis meses de antelación.
Athos se me pierde en la oscura memoria de muchos años atrás. No sería capaz de establecer los momentos ni las ocasiones que hilvanaron mi relación con Athos. Es verdad que desde niño sentí un especial interés por la geografía, y he dedicado muchas horas a examinar atlas siguiendo los cursos de los grandes ríos, imaginando la altura de las cordilleras, calculando la extensión de los desiertos y localizando curiosidades y rarezas escondidas: el canal natural del Casiquiare, que une las cuencas del Orinoco y el Amazonas; la progresiva desecación del Baikal por la política de regadíos de la URSS, la desaparición y reaparición del Guadiana, el camino del Inca hasta llegar a Machu-Picchu…
También Athos tenía el atractivo de lo singular: un agreste promontorio salpicado de monasterios antiquísimos y rodeado de mar. Poco más que eso. Tal vez algún pequeño artículo en Historia16 proporcionó alguna otra información. Y la imagen nebulosa y hermética de Athos, el Agios Oros (Montaña Sagrada) de Grecia, permaneció medio olvidada, pero siempre latente, en algún perdido rincón de mi memoria.
Todo cambió hace poco, con la llegada de internet. A la información objetiva y distante que se conseguía de forma inmediata, a los relatos cercanos y vividos de los viajeros que se habían adentrado en la península, se añadía la posibilidad de, a vista de pájaro, examinar los caminos, determinar la altura, medir las distancias y establecer las rutas con el Google Earth. Las imágenes del Panoramio sobrecogían y cautivaban, la lejanía se acortaba, el viaje se hacía posible…
Muchas ventanas se abrían, y todas invitaban a la aventura: la Grecia del Egeo, la arquitectura de los monasterios, las marchas a pie, el apartamiento del ruido, la música litúrgica, el imán de los desconocido. En cuanto a los compañeros de viaje, no había duda. No se puede ir con cualquiera; no se pueden correr riesgos. Estoy convencido de que un viaje, sobre todo un viaje de estas características (con muchos detalles por cerrar, con muy pocas comodidades, con imprevistos que han de surgir) es el mejor decantador del carácter y aguante de las personas. Ya he dicho que el mismo destino excluía por principio la compañía femenina. Así es que por afinidad de gustos, por plena y total confianza, por grata y animosa plática, los compañeros de viaje no podían ser otros que mis amigos Antonio (Merino y Gutiérrez). Además, después de otro viaje semifrustrado por valles y montañas del Jerte y la Vera, teníamos pendiente una huida monte arriba. No podía estar Juan, pero cuánto le hemos echado de menos, cuánto nos hubiera facilitado las cosas y cuán mas fructífero habría sido nuestro viaje. Al final, tampoco Antonio Merino pudo venir. Y fue en Béjar, el 1 de mayo, cuando definitivamente decidimos llevar a cabo el viaje.
Cuando salimos a final de junio, uno de Béjar y otro de Málaga, quedaban algunos cabos por atar y varios puntos negros por iluminar. Y no eran peccata minuta. Pero el camino atraía. Y la aventura también. En Ia Europa del XXI Athos es un anacronismo. Por eso, antes de que desaparezca, había que ir a Athos…
Publicar un comentario