martes, 14 de julio de 2009

ATHOS VIII






DÍA 30 de junio: ATHOS VIII
Qué bien se duerme en buena cama cuando hay sueño. Bueno, y hasta en mala, que todo sabe bueno cuando el hambre aprieta. Lo malo es que por aquí esto del sueño lo tienen por castigo y no quieren dejarse castigar. Estamos en San Pablo, a los pies de Athos, en su falda mismita y a su amparo. Dulces pero cortos los sueños.

Las tres y media y el tío del pandero anda ya haciendo la ronda: tá-ta-ta-tá-ta-ta-tá-ta-ta-tá, tá-ta-ta-tá-ta-ta-tá-ta-ta-tá. Los golpes en la madera resuenan en el centro de la noche, en el más intenso misterio de la noche… ¿Jesús, adónde vamos a estas horas? Recuerda, en España esta es hora de duda para irse a dormir o quedarse otro ratito, pero no para levantarse… Venga, arriba, colega, que estamos en Athos y hemos venido a esto.

Con los ojos semicerrados, nos vestimos como para no desentonar y nos presentamos en el catolicón. Se repite la escena del día anterior, con los monjes dispersos y desiguales en acudir al acto de plegarias, con la melopea eterna de los rezos y con la sensación de que estamos rompiendo la noche por el medio. ¿Es que los dioses no duermen? Recuerdo aquella anécdota que cuenta Julio Llamazares en un relato y que describe a un visitante evangelista que aparece en la puerta de una casa y suelta: “Dios te ama”. Y el paisano, muerto de sueño, le responde: “Pues no se nota, bien podía dejarme dormir tranquilamente para mostrarme su amor” (la cita no es exacta en la letra pero sí en el sentido). Y luchan el sueño y la ilusión del peregrino. Vence la fuerza de lo nuevo y nos sentamos en la iglesia, en su iglesia, dejándonos llevar por el ritmo externo e interno de las plegarias.

Han terminado los rezos matutinos y hay un tiempo vacío. Nosotros lo vamos a vaciar más. A dormir otro rato. El arkontiki de San Pablo es un tipo muy majo. Un poquito antes de las seis hace una ronda por las habitaciones y nos avisa de que hay misa enseguida. No hacía falta que se molestara pues de nuevo el monje del pandero de madera está dando la tabarra en torno del catolicón, levantando frailes de la cama.

Por supuesto, a la misa no podemos faltar. Es tan misteriosa y tan dulce esta liturgia… Se cuela un poquito de luz por algún ventanal. El día va tomando posiciones. Pero todo es silencio solo roto por la salmodia eterna de estas voces que parecen gastarse en alabanzas y en peticiones de perdón a su Dios, que es el único del Libro, el mismo que el de los católicos. ¿Qué pensará este Dios si repasa la historia de la Historia y se ve disputado con guerras todo el tiempo, por su interpretación y sus liturgias?... Seguro que mucho de esta duda tiene luz en la idea de que ese Dios no es otra cosa que la construcción personal o colectiva del ser humano. Pero esto se desvía hacia caminos de la filosofía, y esto es liturgia pura, sentimiento sin causa, deliquio, olvido. Lo otro, para el camino o para el aula. Ahora a escuchar las voces de los monjes, a dejar que la salmodia lo acapare todo, a sentir que el espacio está denso y que esa oscuridad queda más clara con la voz y el espacio de la imaginación. Es la misa ortodoxa, tan ceremoniosa, tan musical, tan reverencial. Yo creo que ya la controlamos en su esencia. Lástima que no entendamos más que palabras aisladas del griego moderno y que no podamos salmodiar con ellos.: Kirieleison, kirieleison, Aghios Hristos, Aghios Azánatos… Pero la escucha me da espacio para la imaginación, para dejarme anegar de sensaciones, para sentir y más sentir.

Se agota la misa e inmediatamente nos llevan al comedor, al reluciente y decoradísimo comedor. Deben de ser las seis y media de la mañana o las siete. ¿Por qué siempre me tienen que dar pepino? Estoy hasta los pepinos de él. Pero no se puede uno andar con remilgos ni malos paladares, que son dos comidas al día y bien frugales… ¡Es que lo ponen no solo como componente del plato único sino de postre también!! Viva el pepino, y la madre que lo parió. Mientras desayuno contemplo a los monjes en sus mesas y descubro que se sientan por categorías y acaso por edades. Sería estupendo indagar en todo esto porque nos daría las claves de su quehacer diario. Pero hay lo que hay y lo que no cubre la certeza lo tienen que hacer la observación y el sentido común.

Son las ocho de la mañana y ya nos ha dado tiempo a asearnos, a recoger nuestras escasas pertenencias, que caben en una mochila, y a volver a contemplar y a fotografiar al gigante, que siempre está en pie y que nunca duerme. Athos es una flecha hacia el cielo, un anhelo celeste, un altar en las nubes, un pico que se escapa de los mares, un aspirar constante hacia otras vidas. Lo contemplamos con calma y acaso conjugamos (no debería hablar tantas veces en plural) la esencia de este monte y las formas de vida de los monjes.

Hoy el camino toca en dirección contraria. Lo que anduvimos en barco lo desandaremos a pie y por los senderos de la ladera.


ATHOS VIII: La corte de los milagros (Jesús Majada)

Hasta que he ido a Athos no he sabido que en la corte celestial hay muchos, muchísimos, santos naturales. Entre ellos, por ejemplo, nada menos que Francisco de Asís, Tomás de Aquino, Teresa de Jesús o nuestro siempre querido y admirado Juan de la Cruz. Es verdad que, desde pequeño, intuía yo que santos como Domingo Savio, Juan Bosco o Teresita de Lisieux no tenían el empaque, ni la condición, ni siquiera el nombre de los auténticos santos celestiales. Pero que la santidad de Francisco (un ecologista adelantado ocho siglos a su tiempo) o la de nuestros sublimes místicos fuese bastarda, ha sido para mí un durísimo golpe, del que todavía no me he recobrado…

Estoy convencido de que si algún día Antonio decidiera abrazar la vida monástica pronto llegaría a padre abad, y ya lo imagino honorable y lleno de dignidad en el katholikón ocupando el sitial preferente, con gran crucifijo y gruesa cadena dorada colgada al cuello. Siempre he pensado y alguna vez he escrito que Antonio pertenece al género contemplativo: habíais de verlo en pie, descansando sus antebrazos ligeramente en los apoyos altos de su asiento, la cabeza reclinada hacia delante en actitud meditativa. Así lo he visto una y otra vez durante estos cuatro días cuando asistíamos a vísperas.

En cambio, yo creo pertenecer a los activos, menos capacitado para la reflexión y más inclinado al pragmatismo sensorial. Por eso, durante las largas ceremonias de los oficios litúrgicos, cuando el cántico se asalmodiaba tanto que llegaba a simple recitación, he dedicado largos ratos a inspeccionar la iconografía bizantina que decoraba los templos.

Es cuestión ardua, pues todas las paredes están cubiertas con frescos, por lo que en tan ingente caterva de santos, ángeles, arcángeles, querubines, serafines, potestades, tronos y dominaciones es difícil separar el polvo de la paja, y –sobre todo- la paja del trigo. Por cierto, que un día (lo recuerdo bien, fue precisamente en el camino de Agios Paulou a Agios Dionisiou) mantuvimos una seria, detenida y matizada charla sobre las diferencias entre las distintas entidades de la corte celestial y llegamos a dos conclusiones: primera, que –como no podía ser menos- se trataba de una discusión bizantina; y segunda, que de ángeles, arcángeles, querubines e incluso serafines algo sabíamos; y que de potestades, tronos y dominaciones no teníamos ni repajolera idea, pero que en todo caso éstos últimos debían de ser unos individuos (o individuas) del copón.

Las pinturas bizantinas me gustan, pero me pareció un arte esclerotizado e inmovilista. No parece haber experimentado ninguna evolución en los muchos siglos de su historia, por lo que a un simple aficionado le resulta muy difícil distinguir una pintura del XIV de otra del XIX. De mis observaciones algo, no mucho, creo haber sacado en claro:

1. Son tantos los santos representados que, al lado de cada uno, se escribe su nombre, para evitar confusiones.

2. Las figuras más representadas son la del Salvador (Soteros) y la de la Madre que lo Parió (Theotokos).

3. Siguiendo la pauta vital de Athos, en su corte celestial no aparecen agias (santas), excepción hecha de la sobredicha Hiperagias Theotokos y de la abuela (Agias Annas). En una ocasión en que escrutaba los frescos de no sé qué monasterio (¡eureka!) encontré otra agias, pero era la Santa… Trinidad.

4. La figuras humanas siempre son de cuerpo estilizado y están representadas con cabeza grande, ojos muy abiertos, nariz larga, boca pequeña y labios finos; las femeninas van cubiertas con un velo, que impide ver el cabello. El paisaje apenas se representa.

5. Descubrí santos muy conocidos: los apóstoles, los padres de la Iglesia, los primeros mártires… De otros jamás había oído el nombre, como san Sisoé o san Focio. Y, sin embargo, otros santos ni aparecían.

Y es que, después del cisma, los santos que desde Roma subieron a los altares, en Oriente son apócrifos, fraudulentos y adulterados. ¡No hay derecho a que a santos tan verdaderos, auténticos y de inmejorable planta como los nuestros les hayan retirado la denominación de origen!

3 comentarios:

PENELOPE-GELU dijo...

Buenas tardes:

Aquí tengo que dar la razón a Antonio Merino, en su comentario a la entrada de ayer. Sí, ya se les notaba un poco cansados. Pero es que menudas caminatas, y con esas "proteínas".
¡Qué mal repartido está el mundo!. Lo que le gustabam los pepinos a tía Augusta, de la Inglaterra de la época victoriana, hasta el punto de casi exigirlos cuando iba de visita, incluso en forma de emparedados y ustedes dos, por contra, seguro que de este viaje han acabado aborreciéndolos.
¡Qué grandes amigos se les nota a ustedes!.

Saludos. Gelu

antonio merino dijo...

Fíjate, Antonio, que, al leer el rítmico tá,ta,ta,tá,ta,ta,tá,ta,ta,tá, ta, ta,tá ... del pandero frailuno en la "madrugá", sin querer, se me ha venido rapidamente al pensamiento esa canción popular que dice: "En el medio la plaza cayó la luna, cuatro partes se ha hecho ...". Imagínate que os da a los dos por entonar la cancioncita (que por algo tenéis buena voz) y, cantando y danzando al compás del tan tan, ponéis rumbo al catolicón delante del fraile. Acaso todo el convento habría cambiado por una vez el kirieleison por la música popular salmantina y el Abad os hubiera obsequiado con un buen chuletón, aunque no fuera de Ávila.

mojadopapel dijo...

Ja,ja,jajajajajajaja, lo que me he reído con el comentario de Antonio Merino y ayudada por mi imaginación...ya os estaba viendo a los dos entonando a ritmo de dulzaina los sones salmantinos en espera del chuletón.