jueves, 9 de julio de 2009

ATHOS III




DÍA 28 de junio: ¡Despierta, Antonio, que nos hemos quedado dormidos!..... Pues de eso se trataba, de dormir. Con lo que me había costado cerrar el ojo…

Mis ojos se abren con sorpresa. Son más de las seis de la mañana y me descubro con el cuerpo sobre unos asientos de metal y mi cabeza apoyada en la mochila. Enseguida me desperezo. Jesús está nervioso. El autobús sale para Ouranópolis a las seis y media. Carreras hasta el primer taxi que vemos y viaje apresurado hasta la estación.

A las seis ya ha amanecido en el noreste de Grecia. Cuando llegamos a la estación, todo bulle y anda lleno de personas. Nada tiene que ver con el silencio que reinaba solo hacía unas horas y que nos devolvió al aeropuerto. Todo bulle menos el autobús de Ouranópolis que ya ha emprendió la marcha y nos ha dejado en tierra. Segundo fracaso. El conductor del taxi encuentra el momento propicio para hacer negocio y se ofrece, por una cantidad inasumible, a llevarnos en taxi a Ouranópolis. Anda ya, tío, ¿tú qué te has creído?, a robar a Sierra Morena… El taxista debió de sentir su exageración y su cargo de conciencia porque a los pocos minutos de su marcha regresó con el móvil que Jesús había olvidado en el asiento de atrás. Menos mal.

A despertar tocan y a tomarse las cosas con calma, que esto en una peregrinación y sin dificultades no hay nada dichoso.

Como podemos, buscamos información sobre el próximo autobús hacia nuestro destino. Hay que esperar más de una hora. Y lo hacemos tranquilos y ya inmersos en la realidad griega, que es una realidad oriental. Qué tráfago de gente en una estación bastante destartalada. Ni dársenas ni porras, aquello anda un poco manga por hombro y la gente va y viene sin rumbo definido. Tenemos tiempo de observar la geografía humana que nos rodea y el paisaje que nos invade. Al fondo se muestran unas montañas que parecen rodear a Salónica, como invitándola a sumergirse por empuje en el mar. ¡!Pero esto es tierra griega!!! Y es un lugar de dioses y de diosas, de mitos, de leyendas, de batallas sin tregua, de amores, de ilusiones, de ideas, de recuerdos. Charlamos somnolientos todavía pero abriendo los ojos para ver todo aquello. Sobre mi mente vienen imágenes diversas y en contraste: el pasado es pasado y el presente es presente. Pero quiero soñar y me vuelvo al pasado y a mis fuentes: que Grecia es mucha Grecia en todos los sentidos.

Nos vamos, son las ocho ya pasadas. Ah, y Jesús, ten cuidado, hay que poner las manos en el lavabo y este va solito; si no, no hay forma humana. Vale.

¿Llegaremos a las once a Ouranópolis? A esa hora sale un barco que nos dejará en Athos. Malo ha de ser, pero la congoja nos alcanza. Mejor un sueñecito, que lo necesitamos. De repente aparece un aliado para mecer el sueño: es nuestro amable y ágil conductor. De la radio del coche surge una melodía griega que me gusta y me tranquiliza. Pero esta melodía es repetida con voz muy armónica y afinada por nuestro conductor. Así que con su son nos llega el sueño.

No será por mucho rato. En medio de ese sueño voy pensando en los lugares que nos aguardan: Ouranópolis, Athos. ¡!Pero si Ouranópolis es la ciudad de Urano!! Y quizá en esa nube me quedo traspuesto. En cuanto despierto, un paisaje muy verde me cautiva y me engancha. ¡Si esto parece Asturias o Galicia! ¡Pero si estamos muy cerca del Mediterráneo! Pues más frondosidad y más frescura durante todo el trayecto.
Pasamos por pueblecitos limpios, plantados en medio de los árboles, acostados en las faldas de los montes y siempre cobijados en el verde de su intenso paisaje.

De repente, un cartel nos anuncia el paraíso: ESTAGIRA. ¿Pero cómo es posible? ¡!!Pero si este es el pueblo de Aristóteles!!! Mi mente se hace fuego, sorpresa y sobresalto. ¿No parará aquí el coche? ¿No habrá nada dedicado al filósofo? Decepción. El coche sigue su camino como si tuviera puesto el automático. ¡Aristóteles, hemos pasado por el pueblo de Aristóteles!! Volvemos a evocar esa figura, su modernidad comparándolo con Platón, opinamos sobre algunas de sus aportaciones a la cultura occidental, confirmamos la actualidad de sus propuestas (yo mismo había colgado en las páginas del blog un breve texto que parecía escrito ayer mismo). Aristóteles, el pueblo de Aristóteles. La sorpresa del día servida en un asiento de autobús.

Entre paisajes verdes, nos vamos acercando hasta la costa. Para y para el autobús y nos entra el nerviosismo porque se nos va confirmando que tampoco vamos a llegar a la hora del barco para Athos. Las dudas se hacen certeza: cuando llegamos, corremos al pequeño puerto y vemos que un barco se aleja de nosotros. Nuestro gozo otra vez en un pozo.... Tranquilo, amigo, tranquilo…

Es ya media mañana y hay que ordenar ideas. Visitaremos el pueblo, descansaremos y… ¿Y luego qué? ¡!Y luego perder casi un día!! Es un lujo que no nos podemos permitir… ¿Entonces?... Hay un barco que se puede alquilar… Será muy caro… Ciento veinte del ala… Comida, cena, habitación, desayuno… echa cuentas. Pues no nos sale a cuenta… Pues al barco, colega. Solo un rato mientras buscamos al dueño del taxi-barco. ¿Y si hubiera otros socios para el viaje y para pagar el barco?... Venga, venga, nos vamos. Ouranópolis es un pueblo de turistas y playa que en poco se distingue de los de nuestras costas: tiendas, turistas, coches, sol, comida, vacío… Nuestro sitio no es este, está allí más al este, son aquellas montañas que ya se dejan ver en el oriente… Venga, vamos al barco.

Y salimos deprisa, surcando las dormidas aguas del Egeo. Yo creo que este motor del barco las despierta del sueño y no deja que vengan las sirenas a mirarnos. Yo me siento sobre alguna rueda de las que mueven el motor y siento como un sube y baja en pizzicato que me coloca el cuerpo en un ritmo endiablado. Y maldigo al barco, al sablazo del barco y a las ruedas del barco.

Enseguida dejamos atrás el mundo en su civilización y nos sumergimos en el silencio. Aparecen los montes de este lugar sagrado. ¡!Agios Orous!!, ¡!Sagrada Montaña!! ¡Este, este, este era nuestro lugar! Las primeras imágenes nos sorprenden ante una costa escarpada, con montes que se van elevando muy poco a poco y una frondosidad que yo no esperaba para unas costas mediterráneas. El barco nos acerca hasta un remanso en el que quedan restos de una edificación que yo creí convento pero que sirve de vivienda para unos obreros cuya misión aún desconocemos y como embarcadero para los monjes que viven en un convento escondido en el interior de la isla.

ATHOS III Jesús Majada Neila.

Para entrar en Athos hay que llegarse hasta Ouranópolis, donde se toma el barco que te deja ya dentro de los confines de esta teocrática república. Nos encontrábamos en Macedonia, la patria de Filipo y de Alejandro Magno; la bruma nos impedía ver, pero intuíamos, en lontananza el Olimpo; casi frente a Athos se encuentra Lesbos, con el recuerdo imperecedero de Safo; y ya cerca de nuestro destino cruzamos el canal de Jerjes, que nos trasladó a la batalla de las Termópilas. Sólo un poco más allá, hacia el este, se encuentra Bulgaria; y luego el Bósforo, puerta abierta hacia el oriente turco.

Las dos horas de autobús entre Tesalónica y Ouranópolis fueron muy amenas. El paisaje, de un frondor insospechado (nunca había visto unos robles con un verde tan intenso), se fue amediterraneando a medida que nos acercábamos a Athos. Y la emisora elegida por el conductor, que no dejó de canturrear todas las canciones (sabía a la perfección la letra de cada una de ellas), nos sumergió en una Grecia armoniosa, que a nosotros nos llegaba llena de sabor natural.

No obstante, dos preocupaciones embargaban mis pensamientos: el presente y el futuro de mi bota, y el temor a no alcanzar el barco de las once. La solución a ambas era incompatible y excluyente, pues si conseguíamos coger el barco, tendría que arrastrar, achancletado, mi pie derecho por todo Athos. El barco se fue, y ya con tranquilidad recogimos nuestro “diamonitirion” (el permiso para poder entrar), compramos fruta, un buen plano de la península y un tubo de pegamento. Vacié la mitad sobre la parte interior de la suela, presioné fuerte durante unos minutos y la bota quedó… como Dios. Y lo digo con toda propiedad, pues si Dios es uno y trino, al ser tres personas distintas en un solo Dios verdadero, mi bota –por el efecto milagroso del superglú- también pasó a ser una y bina, al convertirse la suela y la cabezada en una sola bota duradera.

Los veinte monasterios de Athos se diseminan a lo largo de sus cuarenta kilómetros, la mitad de ellos ribereños al mar y la otra mitad encaramados en la montaña. Cada uno de estos últimos también tiene su propio puerto o embarcadero, por lo que el peregrino puede iniciar su andadura en cualquier punto de la península. Como sólo íbamos a permanecer allí cuatro días, era obvio que no podríamos visitar todos los monasterios, por lo que decidimos ceñir nuestra visita a los diez de la vertiente oeste, siguiendo dirección norte-sur.

El viaje en barco-taxi no pudo ser peor: además de salir esquilmados, volábamos sobre las olas saltando sobre nuestros asientos, nos fue imposible obtener una foto y tuvimos la sensación de que nuestros estómagos descendían más abajo de las nalgas. Al fin, tomamos tierra (santa, por cierto) en un desembarcadero despoblado, pero calmo y plácido. Comimos un bocado y nos encaminamos hacia el monte, mientras vimos a dos peregrinos que se acercaban por la orilla del mar. Eran rusos, y también se dirigían al monasterio de Zographou. Los saludamos y establecimos una elementalísima conversación. Juntos iniciamos el ascenso por un camino de herradura, pero andaban más despacio que nosotros, por lo que les dijimos adiós y seguimos adelante.

El paisaje de Athos es como el alma de un monje, hosca y serena; es áspero, agreste, y escabroso, pero de una belleza natural, salvaje y casi virgen, que sosiega el espíritu. Sólo el brío de las modernas excavadoras ha conseguido roturar este territorio, con la abertura de pistas hasta los monasterios. Mucho más discretos son sus centenarios caminos, accidentados y recónditos, que buscan hendiduras, manantiales y umbrías. La acritud de la montaña se vuelca hasta la misma orilla. Ni una concesión a la voluptuosidad: en todo nuestro peregrinar no vimos una pradera, y la ribera del mar es toda peñascosa y acantilada, sin apenas arena. Sólo en los huertos aledaños a los monasterios parece que este ascetismo asilvestrado se atempera. Y también en las aguas tranquilas y cristalinas del Egeo, que una y otra vez invitaban al baño, prohibido en Athos.

1 comentario:

mojadopapel dijo...

Jo,pues si que empezasteis bien el viaje, no os salió nada al derecho...pero lo bueno está por llegar... a que sí!!!!.